Hace pocos días recibimos en el mail de Claves en Diagonal un interesante artículo que había publicado el periodista Raúl Virgini,en el suplemento La Palabra del diario La Opinión de Rafaela.
Lo enviaba el escritor Fernando Sorrentino que siempre tiene la deferencia de noticias novedades del mundo de las letras .
La publicación interesante "del pricipio al fin", consta de:
a) El invitado "Qué me interesó de la obra de Borges cuando la conocí" por Fernando Sorrentino * escritor (Buenos Aires)
b) En busca de: Fernando Sorrentino, escritor - "Escribir por placer"
Dada la extensión del artículo completo, hemos seleccionado para publicar algunos párrafos de tan interesante trabajo.
de Raúl Alberto Vigini, periodista autor de la nota
A confesión de parte
El mismo habla de cuentos improbables o inquietantes cuando
titula los que publica. Pero también los define con escenas costumbristas, con
humor o de misterio. Lo esencial es que
escribió todo con la felicidad que le provocaron esos andariveles para enhebrar
palabras, y la audacia de jugar con los signos que separan, sugieren, detienen,
las ideas del autor. La obra es inmensa, sugerente, atractiva, prometedora de
vericuetos imposibles de ser sospechados. Y es ahí donde el escritor demuestra
su pasado docente, desafiando al lector con todos los recursos para atraparlo
desde lo más sencillo. Entonces se convierte en sincero. Puede decir entonces:
misión cumplida. Lo injusto es que esta edición no la haya podido leer el común
amigo Angel Balzarino. O quizás sí. Raúl Alberto Vigini
"Qué me interesó de la obra de Borges cuando la conocí" por Fernando Sorrentino *
En 1961, por vez primera leí textos suyos, los
cuentos de Ficciones. En aquel momento, fascinado, experimenté la sensación de
estar frente a una clase única de mágica literatura, una literatura que no
tenía semejantes y que, por ende, era incomparable, en la acepción absoluta del
término. Así lo sentí en 1961 y así lo ratificaron, y con creces, todos los
años que corrieron desde entonces. Mis lecturas de Borges han sido siempre
espontáneas, siempre reiteradas, siempre placenteras. En un mundo en que todos
recibimos, y entregamos, cosas buenas y cosas malas, mi principal sentimiento hacia
Borges es la gratitud por todo lo bueno que me dio y que me da. ¿Qué me
interesó...? Digamos, mejor, qué no me interesó de Borges: me interesó
absolutamente todo.
Cómo
y cuándo logré las siete conversaciones con Jorge Luis
Corría 1969. La diminuta editorial que había
publicado mi primer libro de cuentos pensó en organizar una colección de entrevistas
a escritores. Y, sin brindarme la menor infraestructura, el dueño me preguntó si
yo me atrevía a intentar alguna. Como, en cuestiones literarias, suelo tener
mucha confianza en mí mismo, me ofrecí a, ¡nada menos!, realizar un reportaje
al más grande entre los grandes. Pero, como ya dije, debería arreglarme solo.
Tenía veintiséis años y todo el entusiasmo del mundo. Llegué, pues, a la
Biblioteca Nacional, de la que Borges era director, en la calle México al 500.
Subí una larga escalera y, con tímidos nudillos, di unos golpecitos en la puerta
del despacho de Borges. Salió una señora, imagino que su secretaria, y me
preguntó qué deseaba. Le expliqué que mi propósito consistía en realizar un
libro entero de conversaciones con el maravilloso escritor. Ella me dijo que
esperase un poco y entró en el despacho de Borges. Un segundo más tarde, y con
el peligro de enviarme a la muerte mediante infarto múltiple, salió al pasillo
¡el mismísimo Borges! Volví a explicar mi propósito, y a él le pareció muy
bien, y me dijo que era cuestión de organizar las visitas: una vez por semana o
cada quince días... En fin: lo que quiero destacar fue la actitud de Borges:
era el más importante autor argentino del siglo XX y uno de los más importantes del mundo entero;
sin embargo, en lugar de hacerse desear o de interponer obstáculos -como
habrían hecho tantos pelafustanes de tercera de ascenso-, me trataba con toda
llaneza y me facilitaba la tarea. Y así fui componiendo el libro. Yo tomaba el
colectivo 93 en Bonpland y Paraguay, Palermo, y viajaba hasta Paseo Colón y México,
San Telmo, portando el gigantesco grabador de cin-ta descubierta, creo que
marca Philips, que pesaba quinientas cuarenta y siete toneladas, y una carpeta
con algunas preguntas posibles. No obstante, una vez que comenzaba la entrevista,
la conversación fluía hacia comarcas inimaginables, de modo que el resultado
siempre resultaba sorprendente. Una vez en casa, yo desgravaba los diálogos en
mi amadísima máquina Remington Rapid-Riter -que conservo con devoción desde el
año 1960-, y así fui confeccionando el original, hasta que el libro estuvo concluido.
Lo malo fue que, cuando el libro estuvo concluido, también la editorial que me
lo había encargado estaba concluida: ya no existía más. De manera que me quedé
con un original mecanografiado, interesantísimo, y sin saber qué hacer con él.
Además, por mi juventud y por mi falta de experiencia y de relaciones, no sabía
a quién acudir... Era, creo, el año 1970, y al fin el libro pudo publicarse por
primera vez en 1974, en una edición bastante modesta desde el punto de vista
gráfico. Andando el tiempo obtuvo nuevas ediciones mucho más elegantes que la primigenia,
la última de las cuales pertenece a la Editorial Losada. Y las que compartí con
Bioy Casares. Aquí todo fue más
sencillo, porque en mil novecientos ochenta y ocho yo ya no era un desconocido
y tenía, desde hacía años, una buena relación con Bioy, aunque nunca se me hubiera
ocurrido jactarme de haber sido amigo de él y mucho menos atreverme a llamarlo
Adolfito, tal como, según parece, lo llamaban así hasta quienes no lo habían
visto jamás. Así y todo, hubo algún inconveniente serio -la hiperinflación de 1989-,
pero el libro por fin fue publicado por Sudamericana en 1992, y también alcanzó
varias reediciones.
Qué
aprendí de ellos a favor y en contra
Sin que ello implique el menor menoscabo hacia Bioy,
debo decir que la experiencia alucinante la tuve con Borges. ¡Esa erudición,
esa sapiencia... esa dicción oral de perfecta cohesión gramatical! Ah... y su
maravilloso sentido del humor. Recuerdo
que, una vez, le pregunté por cierto poeta, de más fama fabricada que
merecimientos genuinos, y Borges, poniendo cara de niño inocente, me dijo:
"Bueno, es muy difícil hablar de él sin calumniarlo". No pude
contener una carcajada estentórea.
Por
qué decidí ser escritor
En realidad, no decidí nada. Las cosas se fueron
dando, digamos, de modo natural. Uno lee, uno escribe, llega el momento de
publicar, sale un libro, sale otro... Es cuestión de dejarse llevar y de no
enloquecerse con impaciencias ni ansiedades.
Qué temas me interesan a la hora de desarrollar una idea
Indefectiblemente me visitan los temas insólitos,
improbables y/o fantásticos. Son los que me gustan, son aquellos en los que me
encuentro cómodo y son los que, según creo, me salen bastante bien. Es,
precisamente, la clase de literatura que me gusta leer: las historias donde
ocurran -es más fácil decirlo que crearlas cosas raras. Por lo tanto, es casi
superfluo declarar que siento una admiración infinita hacia el prodigioso Franz
Kafka y considero que El proceso es la novela más hermosa que he leído en el
transcurso de una vida en que, aunque no he leído lo suficiente, algo he leído.
Y, haciendoabstracción de Borges, que está, digamos, "fuera de concurso",
creo que el narrador argentino más importante del siglo XX es Marco Denevi. Me
parece que, inclusive, es superior a Cortázar. Y superior a Bioy, sin ninguna
duda.
Cómo es mi modalidad de trabajo siendo que es mi profesión
No tengo ninguna disciplina ni ningún método
oficinesco de horarios o de rutinas. Pero, cuando redacto, sí escribo siempre
de la misma manera: la primera redacción es una especie de catarata en la que
pongo todo lo que se me va ocurriendo mientras tamborileo, a la gran velocidad
que me permite mi destreza de dactilógrafo Pitman, en el teclado de la computadora.
El material es, deliberadamente, excesivo, pero, según dicen, lo que abunda no
daña. Una vez que tengo terminada esa primera caótica historia, la dejo
"descansar" cuatro o cinco días sin tocarla, para olvidarla un poco y
así poder más tarde advertir, con más lucidez, los errores, desatinos, defectos
de construcción, inverosimilitudes, contradicciones textuales... Y entonces
empiezo la agradable tarea de la reescritura: agrego, quito, reelaboro,
modifico los lugares de los párrafos y el orden de los sucesos, cambio el
nombre delos personajes, elijo unos topónimos y elimino otros, etcétera,
etcétera..., procurando, siempre, que el lector entienda al instante lo que
está leyendo: soy enemigo de la confusión y de la torpeza expresiva, que
algunos quieren confundir con profundidad de pensamiento. Y así continúo unas
cuantas veces, hasta que arribo a lo que me parece que puede ser el producto
final.
¿Las
redes sociales favorecieron a la literatura?
No sé, no tengo la menor idea... En la computadora
solo uso el correo, el Word, el YouTube y alguna cosita más que no sea
complicada, pues cualquier dificultad técnica puede ponerme los pelos de punta,
de modo que trato de evitarla.
El texto pertenece a la entrevista realizada por
Raúl Vigini a Fernando Sorrentino*