A modo de eventual colaboración para Claves en Diagonal.
Versión abreviada de la entrevista concluida el 9 de agosto de 2016
a la
poeta de la zona sur del Conurbano Bonaerense: Marta Cwielong
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Marta Cwielong |
Marta Cwielong nació el 28 de enero de 1952 en Longchamps, provincia de Buenos Aires,
la Argentina, y reside en Temperley, ciudad de la misma provincia. Participó en
festivales de poesía nacionales y extranjeros. Ha sido traducida parcialmente
al polaco, italiano, francés y catalán. Fue incluida, entre otras, en las
antologías “Poetas argentinos de hoy”,
compilada por Julio Bepré y Adalberto Polti, en 1991, “Poetas argentinas 1940-1960”, compilada por Irene Gruss, en 2006,
y en “Poetas del tercer mundo”,
compilada por Alejandra Méndez, en 2008. En 2006 aparece su antología personal “Morada”. Publicó los poemarios “Razones para huir” (Fundación Argentina
para la Poesía, 1991), “De nadie”
(Ediciones Libros de Alejandría, 1997), “jadeo
animal” (Ediciones Libros de Alejandría, 2003), “pleno de ánimas” (Ediciones La Guacha, 2008), “La orilla” (Ediciones del Dock, 2016).
1 — Cwielong. ¿Apellido de
ascendencia polaca?
MC — En realidad, no he podido comprobar que sea de tal ascendencia. Sí hay
muchas familias con ese apellido en Polonia, pero no es de raíz tradicional
polaca. Cuando visité ese país mis parientes me informaron que procede de la
Baja Silesia y venía de Estrasburgo.Es así. Y soy la primera de mi familia en
nacer en la Argentina. Tengo madre italiana, hermano italiano, hermana alemana
y padre polaco. Soy, lo que
se dice, de posguerra. Crecí escuchando los domingos la hora suiza en la radio,
y canzonetas napolitanas, aunque mi madre es del norte de Italia, sobre el
Adriático. Significa que me educaron con aires de superioridad. Mientras no
teníamos ni para comer. Si bien mi padre era polígloto, trabajaba de albañil;
luego, con los años, supe que era un refugiado, pero recién en la adolescencia,
cuando comencé a estudiar y compartir mi mundo con otros que tenían formación y
pensamiento diferente.
No hubo en mi pequeña
familia un incentivo al estudio, sólo correspondía trabajar, tener una casa;
fue así que a los catorce años ya lo hacía. Y mis estudios secundarios los
cursé después de los veinte, en un colegio nocturno, el Instituto Lomas de Zamora, Cooperativa de
Enseñanza: por supuesto, un lugar de izquierdas: me abrió la cabeza en tantas
partes que fue alucinante. Ahí tuve mi primer amor con la literatura, el
profesor Gerardo Whethengel (con hermano desaparecido), concertista de piano
que nos hizo leer el Quijote. Era un alemán rubio, con dedos larguísimos,
flaco, de hablar balbuceante, pero cuando se trataba de poesía se encendía y su
voz adquiría seguridad, tono, color! Otro profesor, éste de Historia, H.
Marrese, un militante de la vida, de los derechos; con él fuimos a las primeras
marchas, nos mostró qué era la dignidad.
En mi casa no había
libros: sólo los de mi madre, las novelitas de Corín Tellado que ella consumía
mientras viajaba en tren todos los días para ir a trabajar. Mi hermano y yo nos
ocupábamos de la limpieza además de ir a la escuela y cuidarnos. Mientras
esperaba a mi madre yo leía a escondidas a la Tellado e imaginaba un amor
precioso. Solía leer las hojas de los diarios con los que envolvían los huevos
que comprábamos en el almacén. Por entonces no pensaba en escribir, y menos
poesía; fue mucho después, cuando no atinaba a encontrar el sitio donde estar,
cuando no hallaba la manera de que me entendieran.
2 — “Sitio donde estar”, decís,
enfocando en tu infancia.
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M. Cwielong |
MC — Por ejemplo, entre los seis y los
once años debí convivir con mi abuela materna en los campos de un coronel,
gobernador de la provincia de Buenos Aires, forjador del peronismo: el Coronel
Domingo Mercante; con lo cual, dentro de la pobreza, estaba rodeada de los
lujos del poder, y la ignorancia de la peonada. Por lo que a mis diez años fui
alfabetizadora de los trece hijos del tambero. Y como me obligaban a ir a la
iglesia, fui catequista. Luego abandoné religión, enseñanza. En simultánea, la
escuela primaria la cursé en Uruguay y en Buenos Aires: me confundía entre José
Gervasio Artigas y José de San Martín, entre el 18 de julio y el 9 de julio.
Vivir cruzando el Río de la Plata me dio el vértigo de las orillas, la
fascinación por el borde. Vivir sin la familia, por lapsos, sin escuela en la
niñez, me llevó al mundo de la lectura; de pronto, una edición de cuentos para
niños de Hans Christian Andersen llega a tus manos, le faltan algunas hojas, pero
comenzás a reemplazarlas, a imaginar qué hubiera dicho, de qué manera. Como se
dice ahora, debí estar escolarizada a determinada edad, pero… no siempre había
escuelas disponibles a las que concurrir. Y así, recuerdo a unas monjas
franciscanas con sus sotanas levantadas, pedaleando las calles de tierra,
acercándose a nosotros, aquellos chicos y chicas, para enseñarnos a leer;
atesoro esos rostros vivaces rodeados de niños debajo de un árbol cantando la
palabra aprendida.
El idioma en mi casa era
el italiano; quizás por eso se produjo mi inclinación por Eugenio Montale,
Cesare Pavese, Giuseppe Ungaretti, Federico Fellini, “Ladrón de bicicletas”,
“Roma, città aperta”, la Loren, Marcello Mastroianni, el hablar fuerte de los
italianos, la expresividad de las manos.
3 — Retornemos a tu adolescencia, a
la juventud.
MC — Entonces, Ray Bradbury y “Las doradas manzanas del sol”, los
poetas que me iniciaron en el uso de la tijera que me ayudara a podar de
liviandad aquello que escribía: Enrique Puccia, Edgar Bayley, Beatriz Piedras y
su gran conocimiento del hayku, Rubén Chihade, y todos los poemarios que me
hicieron leer, y a partir de ellos, debatir. La Facultad quedó en el camino:
formé una familia. Eran los ‘70 y el terror estaba instalado. La realidad me
llevo a leer empecinadamente y buscar las raíces de la familia. Mi adolescencia
no es la típica de la pequeña burguesía: trabajé desde los catorce años, cuidé
un padre enfermo hasta su muerte en un hospital, y a los diecinueve años
estudié, de noche, el bachillerato. A los veintiuno ya tenía un hijo. Entre la
dictadura, los amigos que desaparecían, los que había que esconder o sacar
del país, el miedo, el coraje de seguir,
de pronto ya se había escapado entre las manos la hermosa adolescencia.
4 — Apuntando a nuestros lectores
geográficamente más lejanos: Longchamps, Temperley, localidades cuyos nombres
remiten a Francia y a Inglaterra, respectivamente: ¿siempre residiste en la
zona sur del Conurbano Bonaerense? ¿Qué nos trasmitirías de ella en lo social,
urbanístico y cultural?
MC — La mayor parte de mi vida transcurrió
en Temperley. En la adolescencia, en un barrio obrero, de inmigrantes. Hoy,
cerca del Barrio Inglés, en una casa que data de 1907, en el Barrio Santa Rosa.
Los ingleses tuvieron mucha influencia, se puede advertir en sus calles
empedradas y en los chalets. Tenemos, además del cementerio tradicional, el de
los "disidentes". Y la Universidad Nacional de Lomas de Zamora,
fundada en 1972. El poeta Roberto Juarroz fue uno de nuestros vecinos ilustres.
Pertenecemos al partido de Lomas de Zamora, junto con Banfield, donde
residieron el cantante Sandro, y mucho antes Julio Cortázar, cuya casa
lamentablemente ya no existe: “Banfield
es el tipo de barrio que tantas veces encuentras en las letras de los tangos.
Recuerdo que tenía una pésima iluminación que favorecía al amor y a la
delincuencia, en partes iguales. Y que hizo que mi infancia fuera cautelosa y
temerosa por el clima inquietante que hacía que las madres se preocuparan
cuando salías. Pero al mismo tiempo era para un niño un paraíso, porque mi
jardín daba a otro jardín. Era mi reino”.
Cerca está Adrogué y el
famoso hotel "Las Delicias", devoción de Borges —“En cualquier parte del mundo en que me encuentre, cuando siento el
olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué”—, y que albergara, por ejemplo, a
dos presidentes de nuestro país: Domingo Faustino Sarmiento y Carlos
Pellegrini.
No formo parte del
quehacer cultural de mi zona, ya que mi vida laboral se desarrolla en tu
ciudad. Sólo duermo, se puede decir, en mi casa de Temperley. Tantos largos
viajes durante quince años, contribuyeron a mi condición, más bien, de
solitaria.
5 — Te involucraste en la
organización de ciclos y presentaciones.
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M. Cwielong con Miguel Angel Morelli |
MC
—De 1989 a
1998, por ejemplo, en el Círculo Médico de Quilmes,
Miguel Ángel Morelli, Beatriz Piedras, Liliana Guaragno y yo coordinamos unas
jornadas de homenaje a Jorge Luis Borges a lo largo de cuatro semanas. Participaron María Esther de Miguel, Ricardo
Wullischer (presentamos su film documental “Borges para millones”), María
Esther Vázquez y María Kodama. En la ciudad de Quilmes organizamos las
Conversaciones con Olga Orozco, con Cristina Piña, con el recientemente
fallecido Luis Thonis. (Y como creíamos en utopías, Morelli, Piedras y varios
que no recuerdo, armamos la Sociedad Argentina de Escritores, seccional
Quilmes; luego, como no respondíamos a los lineamientos de la SADE Central, por
supuesto, nos fuimos.)
Con Enrique Puccia armé en 1994 un ciclo de debate en
“Foro 2000”: fueron de la partida, entre otros, el pintor y escultor Pablo
Suárez [1937-2006] y los escritores Graciela Maturo y Raúl Santana: artistas
plásticos y poetas: se debatía sobre el ser y el pensar. Dos años después integré
con Puccia, Leonardo Martínez, María Cristina Santiago, Stella Vergara y
Paulina Vinderman, el comité responsable
de la “Antología Oral de la Poesía Argentina”, en el Centro Cultural General
San Martín: los sábados y domingos, mesas de lectura de cuatro poetas,
procurando equilibrar el número de mujeres y varones y siempre atentos a la
inclusión de representantes de las provincias, sin ceder en el afán por
conocernos, juntarnos, intercambiar. Por esas lecturas pasaron más de 360
poetas. Lástima que no obtuvimos los fondos suficientes para poder grabarlos. Y
en 1999 organicé en Espacio Giesso, en el barrio de San Telmo, un encuentro con
poetas de Rosario: Malena Cirasa, Reynaldo Sietecase y Concepción Bertone.
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M. Cwielong con Claudio Lo Menzo y Reynaldo Sietecase |
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6 — En el mismo año en que aparece tu
primer poemario incursionaste en radio.
MC — “El Sur También Existe” se llamó. Fue
en Radio Cooperativa de Lomas de
Zamora, con el periodista Aníbal Kesselman. El perfil del programa era
político, de crítica, todas las mañanas de lunes a viernes; teníamos un micro de literatura y
música un día a la semana, con Ricardo Echezuri, gran entusiasta del jazz y
melómano. Llevábamos invitados, por ejemplo a Liliana Lukin y Raquel Saporiti.
Kesselman es un analista ácido, con una ironía cortante, de esos tipos jugados,
con pensamiento genuino. Pero luego, como siempre en la vida están los
peros...: una mujer con cuatro hijos debe saber dónde poner su tiempo, y no
siempre puede elegir el lugar del placer.
7 — Diez años después, otra
incursión: esta vez dictando un taller para músicos: Rock y Poesía.
MC — Mis hijos varones son músicos. Uno de
ellos se quejaba de que los que concurrían a su sala de ensayo escribían tan
feas letras para él, que un día los amenazó: “Los enviaré con mi madre”. Los
letristas aceptaron, y así comenzó ese extraño y bello periplo…: que leyeran,
leyeran y leyeran. Claro está, he cosechado dedicatorias, temas,
recitales. Algunos continúan como músicos; otros claudicaron, pero siguen
siendo lectores.
8 — No sólo participaste en festivales
nacionales.
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M. Cwielong con Olga Orozco |
MC — He estado en Colombia en dos oportunidades: para el
Festival PoeMaRio de Barranquilla (que dirigen Tallulah Flores Prieto y Miguel
Iriarte), y de paso por Medellín, estando en casa de mis amigos poetas Tallulah
y Gabriel Jaime Franco, en el Festival de Medellín. Colombia es un país donde
respiré lo real maravilloso por la calle, en un saludo, una conversación.
Regreso en este mes a Barranquilla y en noviembre estaré en el Encuentro
Internacional de Mujeres de Cereté, invitada por Irina Henríquez Vergara.
En Uruguay fui parte de
la Bienal de Poesía de San José, experiencia única de todo un pueblo volcado a
las actividades de la Feria del Libro, y con el poeta Rafael Courtoisie como
anfitrión.
En Cuba estuve en 1996, en el primer Festival Internacional de Poesía de la
Habana, y volví en mayo a festejar los veinte años de dicho Festival. Allí me
esperaban mis amigos Pierre Bernet Ferrand y Alex Pausidex.
9 — Un apunte sobre
tu antología personal.
MC — “Morada” pertenece a la colección de plaquettes "La
Diligencia", de la Biblioteca "Associació Cultural Bertolt
Brecht" de Mislata, Valencia, España, editada de forma artesanal, en
castellano, en la celebración del 21 de Marzo, Día Mundial de la Poesía,
proclamada por la Unesco en 1999. Los curadores fueron Pere Bessó y Salvador
García. Ellos me pidieron que eligiera poemas y sobre esa base efectuaron su
selección.
10 — ¿Poemarios inéditos?...
MC — “Memorias del
hambre”, donde procuro eludir la brevedad, emerger del silencio, y que el trazo
cuente un poco más que la pincelada inicial.
“Racontos”, con varios años asentándose, es de una época en que viajaba mucho.
Comencé a escribirlo en los aeropuertos: la serie se inició a partir de
observar a una familia menonita completa en medio de un sinfín de ejecutivos
esperando un vuelo demorado, y ellos, con sus ropas tradicionales abrieron sus
bolsas, extrajeron su comida y sin mirar a nadie almorzaron, cuando los demás
estábamos fastidiados o rabiosos.
“No esperes que me anuncie”, concebido en
conjunto con el español Pere Bessó, y que se editará bilingüe, castellano y
catalán. Ya está pronto a editarse: poemas de Bessó y míos casi como en
respuesta uno de otro, con la lejanía y el océano de por medio. Son años de
conversaciones, traducciones y pensamientos de ambos conformando una isla en el
mundo. Te doy a conocer como adelanto un tramo del prólogo del escritor
uruguayo Rafael Courtoisie: “…surge como una construcción de intimidad poética
dialógica, como un poemario a cuatro manos cuya musicalidad y giros originales,
extraña y bellamente concatenados, van envolviendo al lector, van seduciendo al
lector, lo conducen a una dimensión que no es la del clásico y decimonónico
“epistolario” sino la de una poesía de dos, colectiva y a su vez única, actual
pero que trasciende la cibernética, creada en la distancia y en la anulación de
la distancia, creada desde la maravilla de comunicación de los medios pero
dejando de lado la novelería superficial de la híperconexión vaciada de
sentido.”
11 — En tu próxima vida, Marta: ¿Un piso
alto en un barrio caro de una gran capital, una casa sencilla y confortable en
los alrededores de una pequeña ciudad o una cabaña en el monte impenetrable?...
MC — Una casa sencilla y confortable en los alrededores de una pequeña
ciudad, y si tuviera un río/arroyo o curso de agua cerca, se acercaría a la
perfección.
12 — ¿A qué narradores continuás volviendo, a qué
ensayistas y poetas?
MC — Cesare Pavese, Javier Aduriz, María Zambrano, Alberto
Girri, Silvia Plath, Felisberto Hernández, Jacobo Fijman. A Pavese por esos
relatos suyos que como, por ejemplo, ahora me sucede con Giorgio Bassani y su “La novela de Ferrara”, de un modo
inefable me instalan en aquella Italia: el cuadro pueblerino del bar, las voces
por lo bajo, la otra parte de la guerra. La sencillez me clarifica. ¿Girri?: me
insta a corregir, a plantearme qué sirve de lo escrito. Con el uruguayo
Felisberto Hernández accedí al aprendizaje de otro idioma, loco y sutil. Con
Zambrano nunca terminaré de aprender. Plath, Fijman, ocupan lugares límites de
la orilla, me dejan suspendida. Hannah Arendt también: es como una obligación
volver a leer “La banalización del mal”.
Adúriz: el verso libre y el futuro.
13 — ¿Preferís los animales a la gente? ¿Tuviste
amigos decepcionantes?
MC — Sigo prefiriendo a la gente. No, cada uno de mis
amigos ha sido o es significativo.No puedo hablar de decepciones ya que soy una
solitaria con muchos amigos. ¿Cómo se entiende? Hace algunos años comencé el camino de la
conciliación, dejé de hablar para escuchar.La decepción proviene de aquello que
depositamos en el otro sin mirar que estábamos esperando algo en el lugar
equivocado. No se debe pedir donde no pueden dar.
14 — ¿Cómo te parece que fue evolucionando tu práctica
de la poesía a lo largo del tiempo y tu manera de vivir junto con eso?
MC — Mi manera de sobrevivir fue gracias a la poesía, a mis
lecturas, a las horas dedicadas a la corrección. La evolución es lo aprendido e
internalizado procurando denotarlo en los nuevos poemas, la crítica de los
colegas, su trasmisión, y esa manera de traducir que es traicionar al mismo
tiempo. Entre la idea y lo que escribimos de la idea está la traducción: por
ende, la traición instantánea. Traduttore /traditore.
Marta
Cwielong selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
te digo
cuerpo
pero no quiero decirlo con la palabra
en este caso nombrar no dice nada
digo cuerpo con el borde de mi boca
al límite del labio
en la vorágine del remolino
como adolescente
recién iniciada
*
(de “La orilla”)
*
si canto
no te beso
preferible besar
no encuentro el tono para el canto
(de “La orilla”)
*
la nada
es un lugar cercano
al corazón
(de “La orilla”)
*
rada tilly
subo al mirador, a pesar del viento
me paro
ahí exactamente
que el océano me pueda
que arranque llanto
extiendo el ojo
saberse nada en la nada
darse vuelta y mirar
y ver lo mismo
halcones volando
ser la presa
que me tome en vuelo rasante
se eleve
y cuando la altura sea apropiada
me suelte
estrellarme así
(de “pleno de
ánimas”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico:
en las ciudades de Temperley y Buenos Aires, distantes entre sí unos 25
kilómetros, Marta Cwielong y Rolando Revagliatti, 9 de agosto de 2016.