Graciela y Santiago
TANGO
Acariciaba un tano su desinflado fueye
sentado como siempre en la gastada silla,
una lluvia de estrellas el parral recogía
en la serena noche de la ciudad dormida.
Entre las madreselvas y los rojos malvones
las muchachas jugaban historias de percal,
eran todas Malenas, Mireyas, Milonguitas,
que soñaban ansiosas la pasión de un galán.
Un guapo entre las mesas del boliche más reo 
apostaba su plata al naipe ganador,
esperando tan sólo una mirada aviesa 
para, con su cuchillo, hacer valer su honor.
Desde el río llegaba un murmullo lejano:
cadencias de habaneras y suspiros de vals
y el viejo continuaba, adormecido y triste,
tocando canzonetas de su tierra natal.
Tal vez fue en esa noche que, transido de pena,
un ritmo quejumbroso comenzó a palpitar 
porque era necesario, para augurar el canto 
de un morocho argentino que se sintió zorzal.
Habrá nacido entonces en algún conventillo 
para irse derramando por todo el arrabal,
¡ el tango ! ese pedazo de amor de Buenos Aires
que llora, en dos por cuatro, su rante soledad.
                                    Haydée Trotta

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