Carlos Penelas: sus respuestas y poemas
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti
Carlos Penelas nació el 9 de
julio de 1946 en la ciudad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y
reside en Buenos Aires, capital de la República Argentina. Es Profesor
en Letras egresado de la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta” y
es en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires donde cursó Historia del Arte y Literatura. Obtuvo primeros
premios y menciones especiales en poesía y en ensayo, así como la Faja
de Honor (1986) de la Sociedad Argentina de Escritores —de la que fue en
1984 director de los talleres literarios— y otras distinciones. Su
quehacer ha sido difundido en innumerables medios gráficos periódicos
nacionales y extranjeros, tanto en soporte papel como electrónico. Dictó
conferencias en un alto número de instituciones de su país y del
exterior. Fue jurado nacional y provincial y panelista en mesas
redondas. Fue incluido, por ejemplo, en las antologías “Poesía política y combativa argentina” (Madrid, España, 1978),“Sangre española en las letras argentinas” (1983), “La cultura armenia y los escritores argentinos” (1987), “Voces do alén-mar” (Galicia, España, 1995), “A Roberto Santoro” (1996), “Literatura argentina. Identidad y globalización” (2005). Publicó a partir de 1970, entre otros, los poemarios “La noche inconclusa”, “Los dones furtivos”, “El jardín de Acracia”, “El mirador de Espenuca”, “Antología ácrata”, “Valses poéticos”, “Poemas de
Trieste”, “Homenaje a Vermeer”, “Elogio a la rosa de Berceo”, “Calle de la flor alta” y “Poesía reunida”. A partir de 1977, en prosa, fueron apareciendo los volúmenes “Conversaciones con Luis Franco”, “Os galegos anarquistas na Argentina” (Vigo, Galicia, España, 1996), “Diario interior de René Favaloro”, “Ácratas y crotos”, “Emilio López Arango, identidad y fervor libertario”, “Crónicas del desorden”, “Retratos”, etc.
1 — Provenís de una familia vinculada a la literatura, la plástica, el teatro y el cine.
CP — Para empezar debo
decirte, Rolando, que no nací el 9 de julio, que nací el 5 de julio de
1946. Sucede que mi padre no quiso que hiciera el servicio militar y por
eso me inscribió en fecha patria. Era común entre los libertarios, como
también huir y hacerse crotos. Mis dos hermanos mayores (por distintas
razones que no voy a explicar) no lo habían hecho. Era injurioso,
ofensivo, hacer el servicio militar para cualquier libertario. Ni curas
ni militares, no te olvides. Por eso me anotó el 9 de julio. La historia
es larga: el dictador José Félix Uriburu, en 1930, modificó la ley. A
partir de ese año todos los nacidos el 25 de mayo o el 9 de julio
deberían hacerlo. De eso, mi padre, no se había enterado. Resultado: fui
el único de toda la familia en hacerlo. Y, por mala conducta —arrestos
incluidos— la baja la obtuve después de catorce meses, uno de los
últimos de esa camada en salir. Lo de "la jura de la bandera", es
confidencial. Mi familia es de origen gallega. Mi padre, Manuel Penelas
Pérez, que cuidó cabras desde los seis años en Espenuca, una aldea
cercana a Betanzos de los Caballeros, se formó en Argentina: a los
catorce años conoció a obreros anarquistas y socialistas en la fábrica
en la cual trabajó. Mi madre, María Manuela Abad Perdiz, de Ourense,
apenas sabía leer y escribir. Aprendió con mi padre cuando ya llevaba
criados tres hijos. Poco antes de morir, a los sesenta años, había
terminado de leer “Los Thibaut”, la obra cumbre de Roger Martin
du Gard. Las lecturas de don Manuel comenzaron con Bakunin, el príncipe
Kropotkin, Zola, Dostoievsky, Shakespeare, Schopenhauer, Nietzsche y
luego el Siglo de Oro Español. Además, claro está, de la lírica gallega y
los grandes escritores del siglo XIX de Galicia. Allí comenzó todo.
Era, como te imaginarás, Rolando, libertario. Para ser más preciso:
libertario individualista. Heredamos sus hábitos: la lectura, la
conducta, el amor a la naturaleza, la mirada de los conflictos sociales,
el rechazo a toda dictadura, a toda demagogia, a cualquier forma de
autoritarismo y una profunda defensa por la libertad individual. Mi
hermano mayor, Roberto, fue un lector de los clásicos griegos y latinos,
además de los autores del Renacimiento. Un amante de la ópera alemana.
Mi hermana Raquel, la lectura y la pintura. Junto a ella recorrí museos,
descubría biografías, admiraba a nuestros pintores y la gran pintura
universal. Mi hermana Marta, el teatro norteamericano, el teatro inglés y
francés de mediados de siglo, la novelística contemporánea, la historia
de nuestra tierra. Mi hermano Fernando introdujo en el hogar el cine,
el policial, el marxismo, el jazz y el comic. Además de los autores
norteamericanos. Luego vino Carloncho (un servidor), que fue consumiendo
todo ese mundo. Es importante aclarar que también mis hermanos y mi
padre (mi hermano mayor me llevaba veintidós años, fui el hijo de la
madurez) concurríamos a ver al “Rojo de Avellaneda”, a Independiente. Vale
recordar que Independiente es o era "el club de los gallegos". La gran
mayoría de gallegos, de la inmigración, se refugiaron en Avellaneda.
Muchos eran republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas y el
color les llamó el corazón. También por aquellos años me llevaron a
palpitar el box en el Luna Park. Practiqué box, pelota a paleta y jugué
al fútbol e hice natación toda mi vida. Me formé con la templanza y la
visión de lo social pero también con lo estético en todas las
manifestaciones. El teatro independiente, los autores de época, el
Teatro Colón, los grandes ciclos del cine Lorraine, las exposiciones de
pintura eran un hábito. Lo mismo que las discusiones sobre tendencias
literarias, la injusticia o la Guerra Civil Española. Esa infancia y
adolescencia me abrió la mente. Y ya en la adolescencia el amor de
muchachas hermosas, idealistas, plenas de sensualidad y vuelo. Y las
lecturas que a su vez fui descubriendo por mi cuenta, con amigos, con
compañeros de escuela, con maestros que la vida me ofreció. La gratitud
de ellos siempre me protege.
2 — Podríamos decir que
haber permanecido durante veintidós años colaborando con el prestigioso
cardiocirujano René Favaloro (1923-2000) debe armar, en algún sentido,
un capítulo de tu vida.
CP — Un antes y un después en mi vida. En 1978 había publicado, casi en forma clandestina, “Conversaciones con Luis Franco”.
A Franco lo conocí de muchacho, y después de la figura de mi padre es
la que más me enaltece. Un día, escuché por televisión al Dr. René
Favaloro hablar de Franco y de Ezequiel Martínez Estrada. Dijo: “Los jóvenes deberían leerlos, son los dos escritores más importantes de la Argentina”.
Le llevé el libro al sanatorio y al mes me llamó. Quería conocerme,
hablar conmigo. Esa primera entrevista duró más de una hora. Me contó su
experiencia en La Pampa como médico rural, en los Estados Unidos, la
técnica del bypass, su vida, su formación, sus padres, la inmigración
siciliana…; yo le fui confesando mis gustos, mi historia. Después de
unos meses volvimos a vernos. Teníamos almuerzos maravillosos. Se
hablaba de todo: Alfredo Zitarrosa, Sarmiento, el general Paz, Leopoldo
Lugones, de actrices bellas, de cine…; al poco tiempo me nombró Jefe de
Relaciones Públicas de la Fundación. Fui Jefe de Prensa, Sub-director
del Centro Editor de la Fundación (el director era él), Jefe de
Coordinación de Pacientes, Miembro del Comité de Ética. Una vida
intensa, llena de sueños, de emprendimientos, de combates, de pérdidas.
Al mes de su suicidio renuncié a mi cargo, todo había pasado y acumulaba
una derrota más. El proyecto nunca pudo ser, el proyecto de
institución, de ejemplo, de investigación. Esos años, más de veinte, fue
un universo rico, pleno. Conocí seres notables —médicos e
investigadores—, hombres probos, muchos de ellos desinteresados. En
varias entrevistas afirmé que Favaloro pudo cambiar la cardiología en el
mundo pero no pudo luchar contra la corrupción y la mediocridad de su
país. La corrupción se instaló, desde hace décadas, hasta la médula.
Luego escribí, en 2003, “Diario interior de René Favaloro”, en
donde creo haber reflejado a un hombre pero también a un país que no
supo comprenderlo en toda su dimensión. A la hora y media de su suicidio
estaba en su casa. Ese día, a las 20 horas, daba la noticia al mundo en
una conferencia de prensa que prefiero no recordar. Un golpe muy duro,
tremendo. Recuerdo que una vez me dijo: “Soy tu hermano mayor”.
3 — En tanto sos un
insoslayable investigador de la obra del escritor Luis Franco
(1898-1988), acaso también esta condición arme un otro capítulo.
CP — Sin lugar a dudas.
Él era muy amigo de mi suegro, Luis Danussi, destacado dirigente gráfico
del anarco-sindicalismo argentino, quien leía a Pascoli y se escribió
con Albert Camus. Pero fue el poeta Lucas Moreno, un hombre que supo
guiarme en lecturas, quien me lo presentó un sábado por la tarde en su
casa. Yo sabía de su obra, de su importancia, pero otra cosa fue luego
el trato casi cotidiano o semanal. Moreno me había presentado a Álvaro
Yunque, a Jorge Calvetti, a Francisco Gil, a don Roberto Guevara. Pero
con la llegada de Luis Franco el universo cambió. Otra manera de ver la
literatura, el descubrir autores, tendencias. Venía del Profesorado en
Letras en donde estudiábamos latín, griego, literatura medieval alemana,
inglesa, francesa, italiana, española…, una formación clásica y de
primer nivel. Con Franco descubrí no sólo autores fundamentales como
Goethe o Henry David Thoreau (en profundidad quiero decir), sino que me
hizo conocer nuestros escritores con otro concepto. Allí venía Lugones,
Rafael Barret, Horacio Quiroga, Rubén Darío, Domingo F. Sarmiento, el
manco Paz y la mirada de la América mestiza. Luego conocí a Enrique
Molina, Juan L. Ortiz (viajé hasta Paraná para verlo y entrevistarlo),
Juan José Manauta, David Viñas, Osvaldo Bayer, Alfredo Llanos, Lysandro
Galtier… Con Franco escuchaba la voz de la insurrección pero también la
voz del decoro, de la decencia, de la honestidad, del coraje civil. En
1978 publicamos por nuestra cuenta y con el apoyo de unos pocos amigos “Conversaciones con Luis Franco”.
Luego se editó a través del sello Torres Agüero y debe andar por la
quinta o sexta edición. Franco es uno de nuestros grandes escritores,
casi desconocido. Ensayista, cuentista, poeta. Y los libros sobre
pájaros u otros animales que son bellísimos. Una prosa donde la tinta
aún está fresca. Un ser único. Él me llevó a leer, además, textos sobre
biología, botánica, zoología. Franco y más tarde Luis Alberto Quesada,
Hugo Cowes, José Conde, Ricardo E. Molinari y Héctor Ciocchini fueron
fundamentales en mi vida, hombres que me guiaron, que iluminaron mi
trayectoria. Ejemplos de ética, de honestidad y además con vidas
intensas. Franco concurría a cenar a casa, pasaba los fines de año en lo
de mi suegro. Era el maestro, el faro que iluminaba, el hombre que
seguimos admirando y amando.
(Continuará)
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