viernes, 11 de noviembre de 2016

"Los pueblos son sagrados para los pueblos" (Yrigoyen) - Una historia que todos deberíamos conocer

 En un momento en que funcionarios, dirigentes, políticos, etc.   opinan sobre las elecciones en EEUU, me pareció interesante recordar este hecho protagonizado por Hipólito Yrigoyen cuando fue presidente. Por esas volteretas que da la vida, hoy la frase del gran político, debe ser aplicada en sentido inverso.y aún así, a nuestro juicio, sigue teniendo vigencia.  

 (Extraido del blog  http://www.histarmar.com.ar/InfHistorica-2/Solidaridad-RD.htm)

El 24 de mayo de 1919 moría en Montevideo Amado Nervo. Cumplía allí y en Buenos Aires funciones diplomáticas, como embajador de México ante los gobiernos del Uruguay y de la Argentina. Este honroso cargo empalidecía ante su condición de "poeta de América"; desaparecido Rubén Darío apenas tres años antes, Amado Nervo era la voz poética más conocida de la América Hispánica. Representaba a una generación de escritores que se había reconocido como americana en Europa, y había adoptado el programa de compartir con los pueblos la convicción de tener un común destino americano.

Eran tiempos en que la muerte de un poeta conmovía a pueblos y gobiernos.

El presidente uruguayo Baltasar Brun dispuso que el cuerpo de Nervo fuese trasladado de Montevideo a Veracruz en el crucero Uruguay,  el presidente argentino Hipólito Yrigoyen decidió que el crucero 9 de Julio lo acompañara. La entrega del cuerpo se cumplió sin incidentes; los inconvenientes —si así se los puede denominar— se producirían durante el regreso.
En 1916, Hipólito Yrigoyen había accedido al gobierno argentino a través del libre ejercicio de la soberanía popular; en su ideario, democracia, libertad e independencia estaban indisolublemente ligados. Desde esa perspectiva, ciertos sucesos que se producían en el continente no podían despertar simpatías. Concretamente, nos estamos refiriendo a la ocupación de la República Dominicana por fuerzas militares de EE.UU., situación que se prolongaba desde 1916.
 Pese a que la intervención militar se había realizado en cumplimiento de una muy discutida "Convención Dominico-Americana de 1907", el presidente Yrigoyen tenía dificultades para comprender cómo el gobierno del llamado "apóstol de la democracia" Woodrow Wilson podía haber descendido a invadir Estados autónomos, privando a los pueblos de su natural soberanía.
La "Religión Cívica" yrigoyenista era clara y sencilla en su proyección internacional: "Los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos", "No estamos con nadie contra nadie sino con todos por el bien de todos". Fueron esas convicciones éticas las que guiaron su política exterior. Convicciones que indicaban que debían afrontarse las consecuencias del sostenimiento de los principios de igualdad de las naciones con independencia de su fuerza material. La soberanía de las naciones, aun de las más débiles, era de carácter inmutable. La libertad de América es la libertad de cada una de sus partes.

El núcleo de la historia que hoy traemos a la memoria americana, se relaciona con la actitud adoptada en Santo Domingo por el comandante del crucero argentino 9 de Julio, capitán de fragata Francisco Antonio de la Fuente, por instrucciones de las autoridades nacionales argentinas. El Ministerio de Marina había dispuesto que, en su viaje de regreso, el 9 de julio tocara el puerto de Santo Domingo en la República Dominicana; como hemos dicho, ese país se encontraba en manos de las fuerzas de ocupación de EE.UU.
Concretamente, el día 6 de enero de 1920, el capitán de la Fuente consultó acerca de cuál bandera debía saludar desde el crucero: la de las fuerzas de ocupación o la domininicana. La respuesta provino directamente del presidente Yrigoyen, y era terminante: "Id y saludad al pabellón dominicano en reconocimiento a su independencia y soberanía". El 13 de enero, el 9 de Julio fondeó frente a Santo Domingo y saludó izando a tope ese pabellón.
Las memorias dicen que los pobladores cosieron de apuro con grandes trozos de tela la bandera dominicana, y que la izaron en el torreón de la fortaleza; el 9 de Julio respondió con una salva de veintiún cañonazos. El pueblo se lanzó a las calles, olvidando las prohibiciones impuestas por las tropas de ocupación. ¿Cómo actuaron éstas? Los delegados pidieron instrucciones a Washington y ese mismo día recibieron una sensata y conciliadora respuesta: responder los saludos con las salvas de práctica.
La invasión norteamericana "Más que un crimen era un error"; ante la difusión internacional que tuvo el suceso, Washington resolvió de inmediato cablegrafiar a Santo Domingo para que fueran levantadas por medio de la Orden Ejecutiva  Nº 385 las disposiciones que conculcaban la libertad de expresión oral y escrita de los dominicanos. Aprovechando el nuevo clima de relativa distensión contituyeron Juntas Patrióticas que exigieron con firmeza el fin de la ocupación.
En 1921, el Congreso de las Juntas Patrióticas reunido en San Pedro del Macoris, envió un mensaje de agradecimiento especial a Yrigoyen, y al recuperar la completa independencia en 1925, la ciudad de Santo Domingo honró al presidente argentino imponiéndole su nombre a una calle céntrica.
Los acontecimientos antes relatados fueron mucho más que un noble y atrevido gesto diplomático. El saludo al pabellón dominicano fue un hecho político, consciente y premeditado. La vena de la solidaridad americana había latido; la Patria era América y dolía allí donde fuera herida.
La lira del gran poeta muerto había convocado a la dignidad del estadista. La estética y la ética celebraron entonces nupcias que siempre es provechoso recordar, porque nuestra América —todavía joven— tiene mucho por aprender de quienes nos mostraron el sentido de la unidad y solidaridad continentales.

Carlos Piñeiro Iñiguez
Embajador de la República Argentina Santo Domingo, Diciembre 2000

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