sábado, 19 de julio de 2008

Desde Berlín *** Por Nano

La aventura, palabra cargada de incógnintas a develar, de pizcas de sal como meteorítos y algunos arreglos logísticos contemporáneos, es de esas pinceladas que con trazos inconcientes acercan la vida hasta palparla en toda su belleza.
Es verano, las vacaciones de la escuela y el trabajo. El objetivo? desafiar una vez más la monotonía cotidiana y de un simbronazo saltar a la ruta anónima en busca de intereses y dado que somos cuatro, que conjuguen un poco los de todos.
Decidimos salir para Berlín, luego veremos. Antes de partir por primera vez, en parte porque las nenas ya no son niñas y están en la adolescencia, buscamos algún lugar en internet donde alojarnos. Los planes me trastornan, soy de salir sin compromisos de llegadas ni destinos puntuales, pero estamos ante algo así como un parlamento familiar y las condiciones se han puesto para arrimar armonía.
Primero compruebo que desde el 1º de enero no se puede entrar en Berlín sin la debida calificación ambiental del auto, hay tres categorías, pero los diesel de antes del 96’ directamente no entran ni siquiera en la categoría roja, que a pesar de poluir demasiado tienen dispensación hasta el 2010. Con algo de mala conciencia, pero con la tranquilidad de saber que no voy a manejar a la deriva en ciudades enormes, buscamos un alojamiento que quede en la periferia de donde empieza la zona verde. Encontramos una pensión, reservamos tres noches, dejamos garantía, nos preparamos con todo lo necesario y salimos.
Mi responsabilidad es nada menos que ser chofer, que la camioneta funcione y con la libertad de mi oficio, buscar más o menos los horarios y las paradas. No tengo que hacer de comer y antes de dormir puedo merodear los lugares donde acampamos, en bicicleta o con una lata de cerveza en la mano, todo es o puede ser interesante. La única tarea un tanto desagradable que cumplo es la de vaciar el baño químico
Salimos el martes a eso de las cinco de la tarde, como a las siete ya andamos por la autopista alemana y a no más de unos cien km paramos a cenar, tan acostumbrado a rumbiar para el sur esta vez ni he mirado un mapa. Doy por sentado que tengo que pasar por el tunel de Hamburgo como de costumbre y luego ni ir para el lado de Holanda por Bremmen, ni para los alpes e Italia por Hannover, tengo que doblar a la izquierda y meterme en lo que hasta hace poco era la DDR, la Alemania del Este. Lá única vez que visité Berlín fué allá por el 93’.
Por razones inevitables del desarrollo y por dar paso a la obviedad de la simpleza, este año hice una adquicición insuperable y compré un GPS con mapas de toda Europa instalado. No lo había prácticamente probado cuando lo enciendo, me dice que a los dos km debo doblar a la izquierda, me pongo nervioso, lo puteo pero por las dudas doblo. Paro y miro en el mapa y de puro paisano miro el cielo como buscando al dios que lo informa, efectivamente, para ir a Berlín no necesitaba pasar por el tunel y el gps me dirije placenteramante por el tráfico manso de Hamburgo a las diez de la noche. De no haberlo tenido ya hubiese empezado el viaje con varias puteadas y km de más, la inversión por demás justificada.
Como a la media hora presiento que ando por la antigua DDR, como si algo, el asfalto, los árboles, la tierra adentro me lo dijera. Aparece un cartel marcando donde llegó la frontera y a los pocos km paramos a dormir, inspecciono el lugar, los camioneros duermen sus pausas, hay uno danés. Al lado otro autocamper también ha elegido el lugar para pasar la noche, nada anormal, dormimos.
Salimos como a las nueve y media, el gps ya de compinche (desde ahora apodado ”Gepesito”) prendido nos muestra la ruta, los pueblos, lagos y ríos, nos dirije sin el más mínimo inconveniente a la pensión elegida desde donde escribo, en un antiguo barrio detrás del muro, donde las calles son de adoquines muy desprolijos y el barrio al estilo de Boedo, menos acogedor, de edificios más robustos y todavía con cierta parsimonia de lugar que vivió 45 años de economía planificada a puertas cerradas.
Si a alguien le interesa que se alquile la hermosa película ”Bye bye Lenín”, que transcurre acá entre fines de los 80’ y principio de los 90’. Yo por mi parte conseguí en la biblioteca de Århus antes de salir y en español, ’Los autonautas de la cosmopista” de Julio Cortazar y Carol Dunlop y me gustaría también volver a leer ”De viaje por los Paises Socialistas” de García Márquez, libros leidos en la primera mitad de los años ochenta, comprobar como ha cambiado el mundo, yo mismo y todavía encontrar lugares comunes al alma.
La pensión resulta ser muy agradable, no teníamos ni idea a donde veníamos, las habitaciones modernamente decoradas. Mis acompañantes del género opuesto me ponen al tanto que todo es económico comprado en IKEA, de un gusto delicado, en un edificio antiguo de puertas enormes. En la recepción una alemana rusa que no habla inglés nos atendió muy bién y nos pusimos cómodos.
Es Jueves, parte del viaje es no entrar a Internet ni enterarse de lo que pasa en el mundo. Escuché a la mujer hablar ruso con una empleada, lo que me confirma lo que ya me había anticipado mi intuición de viajero.
Luego, por seguir siempre dándole lugar a las simetrías del azar, ya en pleno Berlín mis pasos me llevan a dar una vuelta, un interín mientras la familia se dedica a cosas de su ”género”, después de haber bajado de un tren eléctrico y haber consultado a Gepesito. Miro de casualidad un escudo conocido y entro a un edificio de oficinas, en el cuarto piso toco el timbre, sale una alemana de mi edad, le pregunto si se puede entrar. Rompo parte de mi improvisada autoprohibición de no enterarme de nada y le pido de hablar con alguien que me cuente como va el conflicto. Sale el típico joven de saco y corbata, solemne hasta el artazgo, me cuenta lo que allá saben todos, que lo había visto esta mañana en TN.
Me dice que quiere visitar Dinamarca, me sonríe diciendo que los daneses son los ’mas felices del mundo’, le hago un exposición rápida del porqué: Años de pleno empleo, confianza en el estado del bienestar con ayuda social a los desempleados de turno de milquientos euros y le comento al pasar que en estos días un ministro danés ha estado siendo investigado por haberse hecho llevar en auto oficial con chofer a menesteres privados. Me pregunta a qué me dedico y le digo que no hace mucho volví de trabajar en Ùltima Thule, por supuesto no sabe donde queda y me basta con nombrarla para alejarme de la embajada y pasear por su mar congelado…
Y en este galope lento en el que se va la vida, hay caminos que bifurcan destinos. No se sabe de antemano a donde llevan ni porqué se eligen, si es el adecuado o si la sombra de nuestros propios actos se volverá algo más que una mísera sombra.
Siempre será mas fácil no elegir, tapar con excusas los sueños, dejar que la inquietud ancestral de descendiente de barcos y arrieros sea ahogada por el ruido de la urbe o la parsimonia de los pueblos.
Nada comparado al irse, al dar el salto al vacío que te aleja para siempre de lo que fuiste. Se pierde en el enredo venidero restos de uno y se contruye a golpes de novedades la identidad forjándola, esculpida en ojos que añoran algo que se buscaba y a la vez se perdía.
Para este Fenix que resurgió de las cenizas y volvió tolerante lo intolerante, donde parece no angustiar lo incierto.
El Berlín que magistralmente abarcó la película de Wim Wender ”Las alas del deseo”.
Para este Berlín que aleja aún un poco más, elegimos un día más en lo imprevisto.

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