jueves, 30 de agosto de 2012

Sequías e inundaciones en la Provincia de Buenos Aires (III)

(viene del día 28/8)
...Al regresar a casa ya el agua había cubierto todo el patio interior. El Chin seguía con su trabajo de resguardar algunos elementos, principalmente el material de lectura. Le pedí que colocara una bicicleta sobre una mesa, ruedas para arriba, porque era nuestro único medio de transporte. Mientras el Chin ejecutaba esta operación, entraba Carlitos apresurado porque el agua avanzaba y no íbamos a poder salir. Teresa Parodi pinta la escena con fidelidad, no exenta de poesía:    "Apuráte José que ya está viniendo / La creciente otra vez y no sé por qué/... Apurá te digo que llega el río / Y no sé por qué/ El silencio aturde asustándome / Nunca fue tan triste el atardecer "

-Chin ¿para qué querés salvar esa bicicleta vieja que no sirve para nada! -preguntó Carlitos

El Chin sin mandarme al frente ni revelar que yo le había pedido que la subiera, acotaba con sorna:

-Subo la bicicleta...
-Bajo la bicicleta...

 En ese momento límite, afloró su verdadera personalidad como el personaje que está a la vuelta de todo y nada lo perturba o -como dice Borges- "el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es".
A continuación, despertamos a las mayores y después de desayunar cerramos la casa, subimos al auto de Carlitos y partimos. 
 Hay que vivir un momento similar, para comprender el desgarramiento interior que se produce en el evacuado cuando abandona la confortabilidad de la casa familiar, para partir rumbo a lo desconocido. Ni un alma por las calles, ni un pájaro, ni un sonido, solo el agua con su ruido monótono y reiterado, al chocar contra las paredes de las casas que se veían con sus puertas firmemente cerradas.

Mientras se desarrollan estos recuerdos continuamos con la publicación de la memoria:

 Las secas y las inundaciones en la Provincia de Buenos Aires - Florentino Ameghino (III)

... Sin embargo, hagamos abstracción de estas objeciones y admitamos en principio que las obras de desagüe reportarían beneficios para los terrenos bajos, anegadizos y expuestos a las inundaciones.

 Es sabido que toda cuestión tiene sus dos lados: el pro y el contra. Veamos, pues, también un poco los perjuicios que ocasionaría un desagüe perpetuo de esas mil leguas de terrenos anegadizos.

Desde luego desaguar sin límite los terrenos quiere decir privar a la llanura de la pampa de una cantidad considerable de agua que, bien aplicada, puede constituir una reserva preciosa para atenuar, cuando menos en parte, los efectos desastrosos de las épocas de grandes sequías.

Si se hiciera un cálculo de los millones de pérdidas que en los últimos treinta años han producido las inundaciones por una parte y las sequías por la otra, se vería indudablemente que los perjuicios ocasionados por las últimas sobrepasan en una cantidad asombrosa a los que han sido producidos por las primeras.

 No es que en la Provincia no caiga agua suficiente para fertilizar sus campos, sino que esta se reparte de un modo muy irregular, habiendo unos meses extraordinariamente secos y otros en que cae un volumen de agua enorme; durante estos últimos se llenan los lagos y lagunas, se desbordan los ríos, se ponen a nado hasta los cañadones que no conservan una gota de agua en el resto del año y se inundan vastísimas zonas de terrenos bajos o de poco declive. Pocos meses después esas lagunas se encuentran vacías, los ríos con un caudal de agua escaso, los arroyos y riachuelos entrecortan su curso, los cañadones están secos y cuando la sequía se prolonga, los campos antes inundados se encuentran desnudos, sin una mata de hierba, cubiertos por un manto de polvo finísimo. Los animales se mueren por falta de vegetación y agua y los estancieros tienen que emprender el ímprobo trabajo de cavar pozos para proporcionarles agua a las haciendas.

 El desagüe ilimitado o perpetuo de los campos anegadizos no tan sólo no disminuirá los enormes perjuicios que sufren los hacendados en los años de sequía, sino que los aumentará notablemente, haciendo además que algunos de ellos adquieran un carácter permanente.

 Los períodos de grandes sequías son, por una parte, el resultado de la irregularidad de las lluvias y por otra, de que el agua que cae en los períodos de grandes lluvias se evapora con demasiada prontitud sin penetrar en el subsuelo en la cantidad que sería de desear.

 Si bajo nuestro clima, sobre ser ya demasiado rápida la evaporación de las aguas, que en las épocas lluviosas inundan una parte considerable de la llanura, todavía se les da desagüe completo, es natural suponer que los períodos de grandes sequías serán más frecuentes y más prolongados y producirán efectos aún más desastrosos de los que ocasionan hasta ahora. El agua que anega los terrenos iría al mar por los canales de desagüe en vez de evaporarse e infiltrarse en el suelo, como sucede hasta ahora, de modo que, siendo más escasos los vapores acuosos suspendidos en la atmósfera, serían igualmente algo más escasas las lluvias, y sobre todo el rocío, y de consiguiente más largos y sensibles los períodos de grandes sequías. Sería difícil, entonces, contrarrestar los efectos desastrosos de éstas, pues no pasa de ser una ilusión creer que las napas de agua semisurgentes que cruzan el subsuelo de la Provincia, sean suficientes para evitarlos. Apenas bastarían para atenuarlos proveyendo el agua necesaria para dar de beber a las haciendas.

 Además de la evaporación consiguiente, las aguas que durante una parte del año cubren los terrenos bajos o de poco declive producen otro fenómeno de resultados benéficos: conservan constantemente humedecido el subsuelo, en el que se infiltra una cantidad de líquido considerable que forma las vertientes que alimentan las escasas corrientes de agua de la Pampa, las cuales con los canales de desagüe disminuirían notablemente de volumen. Las mismas aguas pluviales abandonando con demasiada prontitud la superficie del suelo penetrarían en el terreno menos que ahora y en menor cantidad, de manera que éste se resentiría de los efectos de las sequías con mayor facilidad y prontitud.

 Áreas extensas de terrenos que ahora sólo de tiempo en tiempo sufren los efectos desastrosos de las sequías, se convertirían probablemente en campos estériles durante todo el año, como lo son los de la pampa del Sudoeste. Y aquí no está demás recordar que no hay un palmo de la llanura argentina (si se exceptúan las salinas) que sea improductivo o no sea cultivable, a causa de la calidad del terreno. Allí donde los campos son estériles, ello es debido: o a la falta de humus por habérselo llevado las aguas pluviales, o lo es a la falta de agua, como sucede en la pampa del Sudoeste, que se extiende desde los límites occidentales de la provincia de Buenos Aires hasta el pie de la Cordillera de los Andes. Esa llanura es en su conjunto completamente desnuda, cubierta por una capa pulverulenta continuamente barrida por los vientos, y eso por falta de vegetación; y no hay vegetación porque no hay agua. La prueba de ello es que en las orillas de los arroyos o en los alrededores de las escasas lagunas de esa región el suelo está cubierto por una fuerte capa de tierra vegetal cubierta a su vez de un verde césped; y lo prueban de una manera más evidente aún las irrigaciones artificiales, pues en todas partes adonde se lleva el riego los campos antes desnudos y estériles se convierten en terrenos de fertilidad asombrosa. Luego, lo único que le falta a lo que se llama la pampa estéril es lo mismo que le falta a la pampa fértil en los años de grandes sequías: agua. Y si sobre no tener agua de sobra todavía buscamos los medios de deshacernos rápidamente de la que con cierta abundancia cae en algunas épocas en la pampa del Sudeste, una parte considerable de la Provincia, aquella cuyo nivel sobre el océano es más elevado y más lejos se encuentra de él, correría el grave riesgo de convertirse en una prolongación de la pampa estéril del Sudoeste, tan impropia para el pastoreo como para la agricultura y con la circunstancia agravante de que allí no existen corrientes de agua comparables a las que desde la Cordillera descienden a la llanura vecina y que pudieran aprovecharse como aquellas para el riego artificial.

Y no serían estos los únicos males que acarrearía consigo el desagüe de los campos: produciría en la superficie de la Pampa otros cambios de resultadas no menos desastrosos. Las aguas, corriendo con fuerza a los canales de desagüe, arroyos y riachuelos, arrastrarían consigo una cantidad considerable de semillas, lo que por si solo bastaría para disminuir sensiblemente la vegetación de la llanura.

 Se formarían en los contornos de los canales de desagüe, lagunas y corrientes de agua, grandes regueras en las que se precipitarían con fuerza las aguas pluviales denudando la superficie del terreno, que, escaso de vegetación, ofrecería entonces poca resistencia, de manera que la capa de tierra vegetal de la cual depende la fertilidad del suelo y que no hay quien no sepa que en la Provincia no es relativamente muy espesa, iría a parar poco a poco a los canales de desagüe y por ellos al Océano. Este proceso de denudación, fatal para la vegetación, se verifica actualmente en grande escala. ¿Quién no ha visto esas lomas y laderas de las cuencas de nuestros ríos, completamente desnudas, lavadas por el agua que se ha llevado de la superficie absolutamente todo el terreno vegetal, dejando a la vista el pampeano rojo?


Es necesario observar las aguas turbias y cenagosas que arrastran las corrientes de agua de la Pampa en las grandes crecientes o hacer una visita a la desembocadura del río Salado o al delta del río Luján, para darse cuenta de la inmensa cantidad de tierra vegetal que los ríos y arroyos de la provincia de Buenos Aires arrastran anualmente al lecho del Plata o al fondo del Atlántico. Si esto sucede actualmente ¿qué no sucedería dándoles un absoluto desagüe a los terrenos de poco declive, exponiendo así a la denudación vastas superficies de terreno sobre las cuales las aguas aún no ejercen ninguna acción mecánica de transporte?

En esta oportunidad, la transcripción del párrafo ha sido más extensa para permitir captar la idea completa del autor. Es cierto que hay algunos conceptos expuestos que han sido superados por la ciencia y la técnología, pero en líneas generales mantienen toda su vigencia.. Es más, habría que preguntarse, si la cantidad de fertilizantes que se ven obligados a emplear los agricultores, no proviene del lavado que se le ha practicado a la tierra, como ya lo advertía el sabio naturalista: "Las aguas, corriendo con fuerza a los canales de desagüe, arroyos y riachuelos, arrastrarían consigo una cantidad considerable de semillas, lo que por si solo bastaría para disminuir sensiblemente la vegetación de la llanura".
GSF


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