La noche invitaba a salir, en la
ciudad de La Plata. Día cálido, con pequeños ramalazos de viento que traía un
poco de fresco y aliviaba el calor sofocante. Pero se sabe que en esta ciudad y
en otras tantas, no se puede disfrutar
al aire libre porque, desde los cuatro puntos cardinales, se puede aparecer un
amigo de lo ajeno, que puede finiquitar, en un instante, su apacible vida.
Afortunadamente unos días antes, nos habíamos puesto de acuerdo con una amiga,
de hace más de cuarenta años, para concurrir a la movilización del 8 N.
No es la primera vez que concurro a
una manifestación popular. En el año 1959,
ya como maestra titular en el distrito de Berazategui, protagonizamos una
huelga histórica, en la cual solicitábamos equiparar los sueldos de los
maestros de provincia con el de nación, jubilación móvil del 82%, bonificaciones
por antigüedad y jerarquía y la modificación del Estatuto del Docente.
Concluida la huelga que duró más de un mes, se formó la FEB. (Federación de
Educadores Bonaerenses). Durante la huelga, como circulaban comentarios que
iban a mandar maestros suplentes para ocupar nuestros cargos, los organizadores
dispusieron que se formaran piquetes para impedir la entrada de los suplentes.
Claro que era un piquete acorde a las costumbres de la época. Para empezar, a
las ocho de la mañana, alguien nos traía un banco de esos de cocina, ¡laaargo!
que ubicábamos enfrente de la escuela, donde aprovechábamos el tiempo para
tejer, intercambiar recetas de cocina o conversar sin descanso. Como era una
ciudad sindicalizada, fue interesante y digno de destacar el apoyo de las
madres que nos traían tortas, masas o emparedados para tomar con el mate. Nos daba esperanzas que la huelga no iba a terminar en cesantía, las
palabras del Gobernador Dr. Allende, quien había manifestado comprender la
lucha de los maestros porque su madre -también había sido docente- percibía
escasa remuneración y en décadas anteriores, pasaba hasta seis meses sin
cobrar. Pese a la preocupación por el futuro, resistimos y se lograron algunos
de los objetivos.
Luego decidí participar en una
manifestación que se realizó en la plaza San Martín de la ciudad de La Plata para
protestar por la sanción de las leyes de “obediencia debida” y “punto final”.
Menos mal que me encontré con un conocido que participaba en los viajes del
Centro de Residentes de Tapalqué. Estaba acompañado por un grupo de personas.
En general, había muy poco gente, muchos “observadores” y nos filmaban desde la
terraza de la Casa de Gobierno.
Años después, organicé y participé de la
marcha “No se olviden de Cabezas” en la plaza Adolfo Alsina de Tapalqué. Me
acompañaron maestras jubiladas a las que agradezco y rindo homenaje, pasados
los años. No era fácil, en esos tiempos -en Tapalqué- llevar adelante una iniciativa que no fuera
programada por las dependencias
oficiales, más aún si era de protesta. La gente no concurría. También, en esa oportunidad, abundaron
los veedores que pasaban a cada rato
(en auto, bicicleta, o a pie) para ver que hacíamos. Éramos muy pocos los
participantes, pero se realizó en tantos pueblos del país que pocos días
después, se detenían los que después fueron acusados del crimen.
Participé en otras, pero explicarlas
llevaría tiempo. Comparada con la actividad movilizadora de otros dirigentes,
la mía ha sido mínima, si se quiere, pero alcanza para conocer las dificultades que trae marchar
con consignas opositoras, aunque tiene la ventaja que no se habla de oídas. Desde esa
óptica, me asombró la cantidad de personas que se reunió el 8N, la corrección
de sus participantes y la justeza y concisión de sus reclamos.
Mientras esperaba que llegara mi
amiga, ya la gente empezaba a caminar hacia el centro de la plaza Moreno. Lo hacían con paso firme,
decidido, algunos solos, otros en grupos por las distintas callecitas, pero lo
que más llamaba la atención eran los autos que circulaban por el lugar que,
con el sonido de sus bocinas, se adherían a la manifestación que alboreaba.
Cuando nos encontramos, buscamos un
banco donde yo me senté batiendo palmas, mientras mi amiga sacaba un platito de
acero inoxidable y una cuchara de la cartera y empezaba a cacerolear. Luego
vinieron otras mujeres que se sentaron en lo que quedaba del banco y
compartimos una noche con una banda como fondo, las disonancia de las cacerolas
y los aplausos rítmicos de los que sumaban sus palmas al concierto generalizado.
Las banderas argentinas abundaban. Confieso que no me sentí molesta por los
carteles que se exhibían, podría haber suscripto cualquiera de los reclamos que
leí: “no a la reforma constitucional”, “independencia
judicial”, “en apoyo a la educación”, “mayor lucha contra la inseguridad, la corrupción,
la inflación y en contra del cepo
cambiario”, entre otras.
Luego así como había llegado, pacífica y lentamente la gente se empezó a
desconcentrar. Con mi amiga nos fuimos a comer una porción de pizza que no
suele ser un bocadillo de clase alta precisamente. Y esperar al día siguiente
los comentarios.
La objeción más repetida es la falta
de dirigencia opositora, urgen a buscar un referente o líder para que conduzca
a los manifestantes y lleve las ideas con proyectos y propuestas al
Congreso. Estas críticas llevan en sí su propia contradicción ¿O no hemos visto, a los señores legisladores
oficialistas, bajar al recinto con un proyecto y apoyados en su mayoría, decir
que no le van a cambiar una coma, sin tener en cuenta la opinión de los
opositores?
Como mencioné anteriormente, quienes
manifiestan indican a través de sus carteles los temas que a su juicio no están
marchando bien. Cuando una bandera argentina, aparece con la inscripción “Basta
de muerte”, no se necesita mayor aclaración. El oficialismo es quien debe implementar sus
propias propuestas con más eficiencia, por supuesto, porque son los que ganaron las elecciones y tienen el
poder. Cuando un cartel reclama: seguridad, educación, independencia judicial, está indicando que esas áreas no funcionan
bien y quienes deben realizar los cambios, son quienes conducen,
disfrutan de las prerrogativas del cargo y cobran el sueldo para llevar adelante
sus proyectos y realizar las modificaciones pertinentes. Si los manifestantes
indicaran como deben hacerlo, uno imagina la respuesta, desde la soberbia de la función que desempeñan.
Y en cuanto a buscar un líder para que
conduzca a los manifestantes, ese sería el principio del fin. Se introduciría
un elemento divisorio, cuando aún no se ha alcanzado la madurez necesaria.
Una quimera se ha puesto en marcha. “No existe en el mundo nada más poderoso que una idea a la que le ha
llegado su tiempo” (Víctor
Hugo – 1802-1885 – poeta y novelista francés). No hay que
apresurarse. Las sugerencias sobre buscar un dirigente, responde a la ansiedad
de otros, no de los participantes. Por lo menos, hay tiempo hasta el 2015
cuando termina el mandato constitucional. Cuando el proyecto esté maduro, el
dirigente aparecerá sólo. Quienes coincidan con sus propuestas lo seguirán,
quienes no, buscarán otra opción, pero, sin ninguna duda, la democracia saldrá
fortalecida.
GSF
GSF
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