lunes, 20 de mayo de 2013

Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia

En todo el mundo se ha puesto en marcha un plan perfectamente calculado y calibrado que tiene como objetivo iniciar, desarrollar y asentar la desposesión, para que cada vez sean menos las personas que tengan, y cuando hablamos de tener nos referimos a derechos, e incluso a deberes: educación, sanidad, trabajo, vivienda, libertad, participación, voto, tiempo libre, ocio, ahorros... Y todo ese proceso de desposesión va acompañado de un proceso de domesticación y domestización de la cultura y del entretenimiento, que destaca por convertir la mediocridad y la frivolidad en tendencias dominantes, al tiempo que se asienta en formas de relación que van eliminando poco a poco las formas de sociabilidad asentadas en aquello que Jacbob L. Moreno definiera como encuentro cara a cara."


Retomo la idea expresada por Jean-François Lyotard en su libro La condición postmoderna, para referir una condición que, si bien no es nueva, pues la corrupción de las conciencias y voluntades es tan antigua como la humanidad, sí al menos resulta especialmente preocupante en estos momentos. Y es que hasta hace bien poco por corrupta se tenía una conducta reprobable, criticable e incluso punible. La persona corrupta, o corruptora, no tenía un lugar en el cuerpo social, y, en ocasiones, se la consideraba una excrecencia evitable, repugnante. Alphonse Gabriel Capone, más conocido como Al, fue un ciudadano de los Estados Unidos de América que destacó como corruptor de personas de procedencia diversa, desde jueces a policías, sin olvidar a periodistas y editores de especial relevancia en aquel momento. Con todo, ni unos ni otros eran personas que la sociedad reconociese como ejemplos a seguir, si bien jamás han de faltar personas dispuestas a aprovechar una oportunidad, o a rumiar en silencio emulaciones notables de trayectorias deleznables. Georg Grosz retrató ese mundo con especial lucidez y virulencia artística.
Sin embargo, esa visión negativa de la corrupción ha ido variando a lo largo del último siglo, al punto de que iniciado el XXI la corrupción ya se acepta como una conducta posible, inevitable, y, por tanto, normal, necesaria, y crecientemente positiva. En la lógica de la valorización del término opera un argumento para no pocos incontestable: "si no coges la pasta, otro lo hará, así que espabila que sólo se vive una vez." La muerte de Dios, berreada por Nietzsche y su cohorte actual de acólitos nihilistas descreídos de todo menos del parné, puede tener algo que ver en todo esto, porque el paraíso hay que montarlo en esta vida, y no en otra que ya se considera improbable; pero también la relativización de los valores tan aclamada por la condición postmoderna, nacida al amparo del deicidio del alemán.
De esa situación de aceptación de la corrupción como conducta inevitable, dan buena cuenta los sucesivos ejemplos de la ciudadanía votando. ¿Cómo es posible que en tantos lugares de Europa los políticos corruptos aumenten su popularidad y el número de votos siempre en función del número de corruptelas en las que se ven envueltos? Sencillamente porque sus votantes se identifican con esa conducta, la aplauden y, en el fondo, desearían ser partícipes de tanta dicha. Una parte importante de los votantes de Silvio Berlusconi lo son porque les encantaría ser, como él, ricos, poderosos, con buenas fincas, muchas "velinas" y mucho "bunga bunga". Albert Camus, en su texto magnífico Calígula, ya mostraba con crudeza enorme las miserias de la condición humana y su disponibilidad para colaborar con la barbarie y la ignominia.
La condición postcorrupta es una deriva radical e inevitable de la condición postmoderna, en tanto ésta pone en tela de juicio y se afana en derruir de forma sistemática muchos de los valores en la modernidad, entre ellos la lectura dialéctica de la realidad, proclamando el fin de las ideologías. En esa dirección, una de las consecuencias evidentes de las sucesivas fiebres colectivas (y utilizo la palabra fiebre en su sentido de calentura y amodorramiento) que ha provocado la postmodernidad, ha sido la pérdida de un conjunto de discursos y conceptos nucleares de una idea de lo social y de la república que derivaban de los primeros pronunciamientos de la modernidad, especialmente con la Revolución Francesa, que proclama el ideal de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad.
 Por todas partes se oyen voces, se contemplan presentaciones, se enuncian discursos y se elaboran proclamas, que buscan cuestionar, relativizar o derruir las ideas de libertad y de igualdad, y al mismo tiempo se propone la conducta corrupta como algo habitual, como algo consubstancial a la condición humana y con lo que hay que vivir...
(Continúa) 
Párrafos de un artículo publicado por ARCE (Asociación de revistas culturales de España). El artículo completo en http://www.revistasculturales.com/articulos/47/ade-teatro/1631/2/de-la-condicion-postcorrupta.html

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