En esta oportunidad, Nano nos lleva a la ciudad de Varanasi, en la India, situada a orillas del río Ganges, el más importante de los siete ríos sagrados del hinduismo. Nace el río, en el Himalaya occidental, a 3.400 m. de altura y luego de recorrer alrededor de 2.500 Km. desemboca en el Golfo de Bengala. En sus orillas están asentadas una de las mayores poblaciones del mundo. Los devotos creen que morir en Varanasi y que arrojen sus cenizas al Ganges purificará sus almas y los liberará de la reencarnación. Esta creencia ancestral impulsa a innumerables peregrinos, algunos a punto de morir, a viajar a estos lugares sagrados. GSF
Varanasi - Benarés
“Benarés es más antigua que la Historia,
más antigua que las tradiciones,
más vieja incluso que las leyendas,
y parece el doble de antigua que todas juntas”. Mark Twain
Llegué bien dormido, el tren cómodo, el lugar de cábala, son 64 lugares por vagón con camas, mí lugar el 32, la suma de las letras de mí largo nombre.
64 los exagramas del I Chin, 64 lugares en el tablero de ajedrez, no coincide con un número de la secuencia armónica de Fibonacci, pero bueno, como dice el epígrafe de una edición en El nombre de la Rosa:
"Ser superticioso trae mala suerte"
Aunque a la mañana se me salió el indio.
Yo por disfrutar el viaje a mí manera me había comprado una botella de 375ml de vino indú en un lugar medio escondido, donde solo vendían vinos producidos en la India y sin impuestos. El tren salía tarde y llegaría al otro día a la mañana. Lo estaba degustando de la botella a sorbos camuflados en la cucheta cuando pasa el guarda, me pidió el boleto, miró fijo la botella.
-
Y eso? Me increpó
-Nada nada, le dije sintiéndome un infame culpable de ofender a los dioses o un borracho medio trucho y lo metí tan rápido en la mochila que el guarda no alcanzó a seguir la maniobra.
Me preguntó si quería desayuno, llevaba bastante fruta y no lo necesitaba, pero por dejar el vino a resguardo pregunté cuánto costaba y le dije que si.
El vino no estaba malo, ya había probado vino hindú en el avión, se dan en algún lugar las condiciones.
A la madrugada me traen el desayuno, un par de huevos duros medio azules de bien cocidos y un par de pan lactal desabridos. Al rato me vuelven a despertar para cobrarme, el que
-No sé. -me contestó distraído y siguió ordenando
-Pero vos trabajas acá no?
-Si, me contestó, pero volvió a insinuar que no sabía nada.
Sin más sacó la plata del bolsillo y me entregó el vuelto. Está bien sir? Me preguntó respetuoso el caradura.
¡Era el mismo que me los había cobrado!
Constaté de nuevo que en la multitudinaria y religiosa India para muchos el dios es el mismo que en otros lados, el venerado dinero!
Bajé del tren muy desconfiado, la muchedumbre y los que ofrecen Tuc Tuc lo cubren todo, arreglé un precio con uno y salimos en maza a los bocinazos. Finalmente hice el último tramo caminando, el hotel daba por suerte hacía el río, en la parte sur, entre las primeras de sus 82 escalinatas.
No tardé mucho y ya estaba costeando el Ganges.
Me comunique algo casi en vos alta, esa costumbre ya de ir dialogando solo, como si el que va conmigo estuviese siempre cayado y solo piense.
Cuando vi el fuego de una de las escalinatas busqué un lugar para observar. Normalmente no soy de impresionarme, pero ver poner un cuerpo al fuego, oler como se consume, como los brazos y piernas cuelgan de los troncos, el ritual sin lamentos que incinera el envase de la vida, es bastante fuerte.
Me metí por los laberintos de la ciudad viendo pasar muertos en unas camillas de bambú envueltos en telas platinadas, naranjas, amarillas, rojas, cuerpos que al parecer han traído en trenes, los vi sobre el portaequipaje de un coche, otros que han venido a morir, familiares que acompañan y se quedan y desean que el jodido se muera de una vez para finalmente regresar a sus casas, convalecientes que la hacen larga y no palman, todo eso y más está en la ciudad desde tiempos tan lejanos como escribe Mark Twain.
Seguí caminando todos los días desde la madrugada, de punta a punta la ribera, vi perros con brazos en la boca y otros caníbales que lo seguían, la zona donde venden la leña en troncos grandes que pesan con romanas gigantes, me perdí por los laberintos sucios e intrincados de callecitas angostas con sus motos, vacas, procesiones con muertos en los hombros, algún que otro turista, comercios humildes en unos galponcitos como cuevas y aún así algo acogedor, la tranquilidad del día a dia de semejante caos.
Nano
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