No tengo tendencia a ser apocalíptico ni superticioso, si es verdad que hay riesgos de que tanto empeño resulte en empecinar al agujero que acecha en su vacío y que cuesta imaginar, habrá que esperarlo con desconfianza y despertarse como siempre, sin que al mundo le falte un cuerpo.
Aún deshilachado, va como siempre ha ido, algo mas poblado, algo mas rápido.
Mientras, a la velocidad de los camiones, por autopistas desoladas, como si el precio de los peajes más lo que cuesta el diesel, hubiese vuelto lento el frenético ritmo europeo, con unas direcciónes de hoteles escritas en Gepesito entramos sin problemas a París. La primera tentativa fracasa por caminos en arreglos, estacionamos entonces cerca de otro que con el idílico nombre de Edén nos tienta a quedarnos. El barrio es tranquilo, las chicas pueden salir solas a mirar lo que quieran y está a pocas cuadras de la iglesia de Sacre Cour, desde donde se ve París en toda su blanqueza.
Queda en Montmartre, paso por un negocio medio cachuzo de cosas usadas y encuentro unos bongós casi nuevos por 10 euros, con ellos bajo el brazo, como si fuera un brasilero errante por el Pelurinio de Bahía, me voy a un bar muy agradable con internet, la gente habla en las veredas y parte de la esquina.
Bien podría ser Buenos Aires, pienso, pido una cerveza de un litro en porrón gigante y escribo.
Viajamos de la manera de siempre, económicamente austera si se la mira de un lado, holgada comparada con viajes anteriores. Con seguridad una forma un tanto alternativa, no tan tradicional y planeada. Después de una semana en el Tirrol Italiano, donde dormí todos los días en la hamaca (un gusto de ”General en su laberinto”), estamos alojados en un hotel de ”dos” pomposas estrellas. Recién cenamos y la cena en si misma fué una especie de "Fiesta de Babette", película danesa que abarca los sentidos a partir de los gustos, por los sabores de una cena preparada por un francesa que había sido cocinera de la corte antes de la revolución, todo transcurre en la lúgrube y protestante Dinamarca de entonces.
Montmartre!!! sin su Picaso, ni su Bretón, ni su Dalí, ni su Sábato, ni el entrañable Cortazar que habrá caminado sus calles.
Como en toda ciudad grande de turista todo es recorrer y recorrer. Por casualidad dimos con ese restaurant al que volvimos, donde el mozo es de Portugal y donde terminamos hablando con todo el mundo.
Como por nuestra apariencia nadie se imagina de donde somos, los turistas nos piden indicaciones y algún curioso suele preguntar de donde venimos. La camioneta también despista, con los líos a los que se ha expuesto Dinamarca, lo primero que desaparece de las camionetas en las que viajamos es la calcamonía de DK, especialmente en París, donde por nada y menos te prenden fuego el trasto. No falta tampoco quién pregunte en algún camping de donde es esa patente, ya que es blanca parecida a una italiana de las viejas, sin las estrellas amarillas sobre fondo azul (por algo son la mitad mas uno!), ni las iniciales del país correspondiente dentro del logo.
En el restaurant dos españolas nos preguntan de donde somos y tienen parientes en Buenos Aires, al lado cuatro daneses se asombran de que hablemos danés y mientras hilvanamos con el mozo en portugués, unos italianos a las risas se mezclan en la conversación. Y es ese jolgorio el que me hace acordar a la película, como si la experiencia culinaria mandara esa señal de pertenencia a algo sublime.
Mientras cenábamos, escuchando a los daneses una mesa de por medio jugábamos a adivinar a que se dedicaban. Las chicas suponían que eran profesores de la secundaria, nosotros mas bién que eran daneses mas comunachos sin mucho roce cultural, hasta vergonzosamente por compasión hablamos de ayudarlos a elegir el menú!. Resultaron ser todos profesores de idiomas en la secundaria y se desenvolvían sin inconvenientes en danés, inglés, español, francés, italiano y alemán. Si alguien debería haber socorrido a alguien, eran ellos a nosotros!
Los idiomas no son mi fuerte, por desgracia, desde que heredé a mi querido tío de profesor de inglés, culpa de mi orangutana reticencia, falta de disciplina y excusas, los idiomas me han sido negados, una manera elegante de decir que soy un necio.
Que desperdicio!!! Cuanto tiempo a la deriva, cuando uno debería tener el deber de empecinarse a aprender por lo menos el fransés, el alemán y el inglés de corrido como cualquier mortal que pretenda sentirse mundano!
Pero en fin, con mi desprolijo portugués, mi pasable italiano, mi inglés pésimo, mi fluido danés y mi implacable (no impecable!) español, soy un espantoso barbudo analfabeto en varios idiomas, que termina hablando un geringolunfardo muy parecido al tan mentado ”esperanto”.
Cierto que con una sonrisa de por medio el mundo parece mas comprensible. Políglota de pacotilla pero bueno, otra vida será…
En el centro Pompidou hablamos con unos artesanos chilenos muy simpáticos, si fuera por mi me quedaba ahí tirado el resto de los días aprendiendo a tocar mis flamantes bongo´s con una gorra en el piso por las dudas.
Del barrio latino nos espanta la cantidad de turistas y restaurantes despluma euros, con mozos cargosos que te detienen al pasar para encajarte una pizza de treinta y mal atendido.
Es la tercera vez que estamos en París, siempre hay lugares a los que se debería volver a ir y lugares por conocer, en el barco colectivo por el Siena con sus escalas nos lo prometemos.
Fué 1 de agosto, la cena merecida y al otro día al castillo de Versalles.
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