“CACHO Y EL MOMO”
De los pocos perros que tuvimos en nuestra infancia, hubo uno que se caracterizaba por ser distinto a los demás.
Nos defendía a dentelladas si alguien osaba acercarse y decirnos algún piropo al oído, se quedaba con la pelota atrapada entre sus patas delanteras cuando mi hermano y sus amigos jugaban al fútbol en el patio del hotel y discriminaba a las personas por sus vestimentas, atacando a aquellas que según su parecer de perro, no estaban elegantemente vestidas.
Hacía profundos hoyos al pie de los rosales de la plaza en donde ocultaba sus huesos, haciendo renegar al placero Negrete que con un rastrillo lo corría del lugar, hasta que se acobardó.
Jugaba conmigo a las escondidas en los árboles ; cuando me descubría se prendía de mi pollera y más de una vez, regresé con un siete cerca del ruedo.
No le gustaban las carreras de bicicletas, y recuerdo que Don Grillo Rubino, antes de que comenzaran, le pedía a mi padre:-Lapasta, encerrame el perro, la otra vez hizo caer al pelotón!-
Así que un rato antes de que empezaran, Cacho quedaba encerrado en una pieza del fondo ladrando como un descosido.
Pero si había algo que lo ponía fuera de control, eran los ruidos de los petardos y cañitas voladoras que hacíamos estallar en año nuevo y Navidad.
Como una pantera, saltaba y nos arrebataba las cajas de cohetes o los fósforos y los revolcaba hasta que no servían más.
En aquellos años, sería el año 1958, las calles del pueblo eran de tierra, poca iluminación en las calles, convertían el anochecer en un espacio triste.
En una sola cuadra, con bombillas de colores que prestaba la Sociedad Italiana, se armaba lo que sería el corso.
La Comisión hacía lo que podía, y como los ingresos eran magros, ese año, el Rey Momo, fue confeccionado con lo que había a mano: una camisa marrón, un par de bombachas grafa, unas alpargatas con suela de yute, cabeza de trapo, rostro de careta de cinco centavos…en fin, era más o menos del tamaño de un niño de primer grado.
Cuando llegó la última noche de carnaval, lo colgaron en un palo de madera, y Choncho Cueto lo roció con un poco de kerosén y lo encendió…
Cacho, que no había perdido detalle de la escena, escondido entre la gente, esperó.
La comisión le había puesto algunos cohetes y petardos, pero no tuvieron en cuenta que al encenderlo y no tener armazón interior, no quedaría colgado como ellos lo habían imaginado.
Por esta causa, el pequeño muñeco se despendió del palo y cayó encendido al suelo.
Saltando como el Rey León, Cacho se apoderó del Momo, sacudiéndolo como hacen los perros cuando atrapan algo, lo apagó mientras de tanto en tanto, un cohete aislado reventaba.
Nuestro perro, lo revolcó entre la tierra espesa de la calle hasta que la única bomba que tenía en su interior estalló.
Sólo de esta manera, porque se desmayó del susto, nuestra rebelde mascota toda chamuscada, puso fin al espectáculo.
BEBA LAPASTA
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