EVANESCENCIA
Salió de la ducha y se situó ante el espejo del cuarto de baño. Estaba de buen humor, era viernes y presentía que aquel sería un buen día. Después de una revisión exhaustiva comprobó aliviado que, una mañana más, seguía sin tener ni una sola arruga. Decidió entonces apostar consigo mismo a que jamás envejecería, al tiempo que distraídamente silbaba la canción que sonaba en la radio-despertador del dormitorio: se trataba de “Let it be”, que tantos recuerdos le traía.
Mientras se estaba peinando, de pronto observó que el pelo se le iba desprendiendo a mechones gruesos. Pasó, incrédulo, la mano por la calva, y advirtió que sus orejas, que habían adquirido una textura gelatinosa, se iban estirando hasta tocar el suelo, donde terminaron formando dos montículos pringosos de color rosado. Le llegó luego el turno a la nariz, que fue hundiéndose lentamente en el interior de su cara hasta desaparecer completamente. Eso fue antes de que el ojo izquierdo escapase de su órbita y quedase alojado en el orificio del desagüe del lavabo. Se pellizcó en el muslo, a fin de comprobar que no se trataba de una pesadilla. Al sentir el dolor agudo, pensó en gritar para pedir ayuda a quien pudiera oírle.
Sin embargo, para entonces era ya demasiado tarde. Con el único ojo que le quedaba alcanzó a ver todavía, antes de que éste emprendiese el camino del otro, cómo la boca se le iba borrando también del rostro. Hacía ya un rato que no podía escuchar a los Beatles cantando su canción favorita.
Joaquín Valls Arnau
Barcelona
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