Revivía cada vez que Sofía y Agustina venían a mi casa, pero ponía las orejas tirantes y hacia atrás cuando venían Micaela y Agustín, como recordando las innumerables veces que en sus correrías, gritos y peleas infantiles, la ponían tan nerviosa.
Entonces, con una mirada expresiva, casi humana, me daba a entender, que ella no los soportaba y enfilaba hacia el monte, hasta que bien entrada la tarde, cuando volvía el silencio, regresaba, arrastrando su patita trasera y haciendo un ruidito particular con sus uñas al rozar el patio de cemento.
-“abue, Cosi es del color del pastito seco”-
-“es rubia como mi”-
-“¡Cosi me tocó!”-
-“no quiero más, ésto se lo dejo a Rosita”-
-“¡Rosita habló”!- dijo: hummm!-
Ella formó parte de nuestra historia familiar.
Estaba en todos los lugares en donde no debía estar.
_”¡Seño!, su perrita entró a la escuela!”-, decían mis alumnos, cuando ella no aceptaba tener que esperar ocho horas para volverme a ver.
Rosita ojitos de carbón.
Rosita gruñona.
Rosita enamorada como una diva…
Peligrosa, audaz, callejera, amiga mía que estuvo a mi lado 17 largos años.
Ayer leí que los perros son ángeles de cuatro patas que vienen al mundo para enseñarnos lo que es el amor.
Entonces debe ser verdad, porque a veces, cuando anochece, creo ver su sombra protectora al lado de la puerta, para decirme que nunca estaré sola, que todavía , pese a todo, me acompaña.
BEBA LAPASTA
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