Esa posibilidad de decidir qué se es tan sólo con el límite que da el 
conocimiento, mucho o poco, pero divertido. Esa posibilidad de avanzar 
sobre las identidades de las cosas y variarlas, cambiarles la fisonomía 
de manera tal de que un sillón pueda ser un barco o que una bicicleta 
sea un colectivo. Esa posibilidad de que una cajita de zapatos con una 
antena de una radio rota se convirtiera en una máquina electrónica capaz
 de teletransportarnos en el espacio, mientras la nave madre que 
construimos nos espera en la terraza de la casa de Claudio. Esa 
posibilidad de elegir la identidad del jugador de fútbol que seremos esa
 tarde y por un rato porque quizás más tarde seamos otro y otro y otro 
más. Esa posibilidad de que el baldío, la plaza, el patio se 
convirtieran en terrenos inexplorados, selváticos, caribeños, desérticos
 o espaciales una y mil veces y según la convención de un grupo. Esa 
posibilidad de elegir siempre ser el "bueno" y que el "malo" siempre sea
 un invisible ser inventado, pergeñado mutante que va cambiando sus 
poderes y apariencia según la dificultad que quisiéramos darle esa 
tarde. Esa posibilidad cada vez más lejana de ser astronauta, 
colectivero, explorador, pirata, cowboy, soldado, futbolista, arquero 
inexpugnable, banquero, comerciante, policía, doctor, científico, 
constructor, ingeniero, automovilista, mecánico, cuando uno quisiera y 
en el exacto momento en que uno lo deseara. Y que los lugares fueran 
como uno quería, con el orden o desorden que uno quería, es cada año más
 lejana.
Veo como perdemos esa posibilidad de jugar, de ser otros, de jugar a ser
 otros y de que otros jueguen con nosotros a hacernos creer que somos 
otros. Esa posibilidad de ponernos en los zapatos de otro y hacer eso 
que creemos que el otro hace bien y admiramos. Eso que nos gustaría 
hacer a nosotros y hacerlo con una sonrisa, divirtiéndonos, riéndonos 
con alguien más, compartiéndolo todo hasta los raspones y lastimaduras, 
los dolores y la preocupación, pero sabiendo que lo hacíamos porque era 
divertido y la pasamos bárbaro, y jugamos hasta que nos llamaron a 
comer.
Muy pocos saben jugar todavía. Muchos se están olvidando de sonreír y me
 parece que es porque se ajustan mucho las corbatas y se estiran mucho 
el pelo con las colas de caballo a la mañana, por eso debe ser. Se 
olvidaron que están jugando a ser otros y se convirtieron en el 
personaje que habían elegido de chicos, y crecieron y se les quedó el 
traje puesto. Se olvidaron de la posibilidad de cambiar. Esa posibilidad
 de ser el que quisieran.
A lo mejor, si les digo "Feliz Día del Niño" se despiertan y corren a 
buscar sus bicis-barco, bicis-colectivo, kartings-camiones, o 
triciclos-repartidores.
A lo mejor todo cambia y jugamos a ser los "buenos" otra vez, todos del 
mismo lado, y al malo lo inventamos para vencerlo todos juntos, porque 
el "malo" siempre fue una excusa para jugar mañana otra vez, todos en el
 mismo equipo, ¿o no?
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