En el avión grande hacia Kangerlusuaq, al lado mío se sienta un groenlandés, nos ponemos a conversar, resulta ser un policía que viene de entrenar a su perro en Dinamarca, de casualidad él y el perro harán el mismo recorrido que yo hasta llegar a la aislada Tasilaq, en la costa este mirando a Islandia.
Por la falta de lugar en el avión, por mi torpeza de zurdo o por el policía que me dice que viene con el perro e irá conmigo todo el viaje, de un manotazo vuela un vaso de agua y quedamos los dos como si nos hubiésemos meado, siento el agua fría, conservo la calma y mentalmente recontruyo lo que llevo y no llevo para constatar que no tengo porqué ponerme nervioso, además los perros suelen ser mi amigos, aunque conozco un perro llamado Oliverio que me detesta.
Siempre es así, la policía me incomoda y de tanto andar ya ni me doy cuenta con qué o ”sin qué” ando encima y a estas alturas todo puede ponerse en dudas.
La pista de aterrizaje del antiguo aeropuerto americano construido durante la segunda guera es enorme, el cielo límpido, la temperatura agradable, unos ocho grados, el aire puro.
Debo esperar hora y media, por ahí veo a un tipo conocido, se trata del reconocido ambientalista escéptico Lomborg. No voy a recorrer acá su postura pero basta decir que es un idiota útil que ha sido usado por corporaciones y gobiernos que pretendían negar el cambio climático, tiene una llegada a los medios americanos, ingleses y daneses que envidiaría cualquier político, miro en la red que anda haciendo mientras está sentado a dos metros. En un diario groenlandes leo que ha venido a debatir, la noche anterior ha estado en un programa desarrollando los resultados del Consenso de Copenhague, ( http://www.globalizacion.org/
Me inspiró mi primer GPS donde termina preso con un ataque de nervios y rabia amanerada.
Hace un par de años salió dentro de las cien personas con más influencia en el mundo.
Por suerte en mi mundo decido yo, policía y perro de acompañantes, contrato de trabajo, boleto de ida y vuelta y un par de pasaportes en el bolsillo de la campera.
Subo al avión a Nuk, la capital de Groenlandia, una corta espera. Los fiordos y la zona en que está ubicada es mas bonita de lo que me había imaginado, conozco solamente Groenlandia más arriba del cículo polar ártico, todo lo que queda debajo lo he subestimado, me sorprendo.
El policía saca al perro de la jaula, un animal manso y enorme que instinstivamente se pone a oler buscando, no muestra rasgos de fastidio por el largo viaje, él se va al baño y me deja con el rope, no se quién cuida a quién, mis pantalones ya están secos.
Subimos al otro avión pero luego de acomodarnos nos hacen bajar por un desperfecto. Dos mecánicos groenlandeses se trepan y desarman una turbina, los sigo de reojo en su trabajo como controlando, uno se saca los guantes, imagino alguna llave cayendo descuidada inalcanzable, pero igual salimos. Un grupo de camarógrafos franceses se desesperan allá arriba por filmar el hielo continental, este avión es bastante más chico y vuela más bajo, los grones se ríen de un francés que se mata a golpes con una cámara enorme en el pequeño avión con la carga y la jaula del perro entre la cabina de comando y nosotros. Es la segunda vez en un día que atravieso la inmensidad, el paisaje y la desolación estremecen.
Llegamos a Kulusuk, una especie de galpón aeropuerto, en una aldea de no más de trecientas personas. Una groenlandesa simpatiquísima que trabaja allí invita salchichas por el retraso, una pareja de españoles que vienen de Islandia no entienden nada. Conversamos un rato entre bocados, la piba abogada, él psicólogo, practica psiconalisis; me compadezco del psicólogo.
Voy cambiando puntos de vista, antes detestaba a los curas, a la policía y en parte a los psicólogos, ahora sigo detestando a los curas, con la policía hay desconfianza mutua y los psicólogos urbanos me inspiran compasión. Pobres, encerrados entre la carcaza de los parietales buscando en el complejo léxico el equilibrio propio para decirle algo coherente al que tienen en frente, poniendo caras serias solemnes, cuarenta y cinco minutos mirando el reloj. Se meten tanto en el rol que luego siguen tratando a los demás por la vida con la misma cara.
Mis prejuicios y generalizaciones me acompañan, digamos que puede haber excepciones que confirman la regla.
El último vuelo en un helicóptero para cinco pasajeros, el perro en la jaula va al lado mío y el policía sentado junto al piloto, a solo diez minutos finalmente Tasilaq.
Y mi día no termina, me espera un danés en una camioneta destartalada, su mujer trabaja en la clínica, me había encargado algo de whisky y cigarrillos, en Tasilaq, como allá arriba en Qaanaaq, está prohibida la bebida alcohólica de alto porcentaje. Cenamos un salmón exquisito y charlamos de todo. Resulta ser un buzo profesional, que ha vivido diez años en África, cansado de guerras y cuerpos de niños destrozados, al borde de la demencia emocional se refugió en Groenlandia, se casó con una groenlandesa y acá disfruta feliz de la paz helada, tienen dos niñas hermosas de cinco y ocho años, conversamos hasta que no doy más y me llevan a lo que será mi casa.
Las cuatro horas de diferencia me acomodan el horario, me despierto temprano, es domingo, miro por la ventana y veo el barco de Greenpeace ”Artic Sunrice” anclado en el fiordo, vuelvo a rastrear en la red y doy con él en varios diarios:
http://www.information.dk/
Curioso voy al puerto, hablo con una bióloga italiana que hace parte de la tripulación. El objetivo del viaje? buscar resultados del cambio climático para el encuentro mundial a celebrarse dentro de poco en Copenhague. Al parecer todos buscan comprobar sus hipótesis y siete mil millones de seres humanos derriten lo que tocan.
Llueve en Tasilaq, algo impensable años atrás. Los barcos se preparan para paradójicamente ahorrar millones de litros de combustible y de dinero, atravesando hacia el oriente por el pasaje del noroeste, ya que su hielo ayudaron a derretir.
Yo espero lo peor, es la mejor táctica para las buenas sorpresas.
El Artic Sunrise se aleja rumbo al frío del norte, mientras la saludo tarareo…Y el mundo termina en ella… (Una chica con la remera de Greenpeace) de los Redondos… Greenland! Deberías llamarte Whitepeace.
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