No sé cuanto hay de verdad en este relato, pero recuerdo que mi madre o mi tía Lucía (hermana de mi abuelo) siempre hacían referencia, cuando mencionaban a una parienta cercana, diciendo -¡pobre María! se quedó esperando.
Atraída por la curiosidad de esa historia, aferrada a las polleras largas de la tía Lucía, preguntaba:¿por qué era pobre María?
Entonces, ella acariciaba mi cabeza y me decía:-vaya a jugar Bebita!- pronunciando la B de una manera diferente y sonora, sin explicarme el por qué.
Ensayé miles de veces el modo de lograr una respuesta: de parte de ella no la conseguía, creo que esperaba a que yo fuera un poco mayor para contármela.
Porque eso tenían antes los mayores, jamás nos hacían partícipes de los problemas de ellos y nos mandaban al patio: se comían las tristezas solos, porque decían que demasiado íbamos a sufrir cuando fuéramos grandes.
Escondidas detrás de las cortinas, a veces aplastadas contra un postigo o metidas debajo de las camas, mis hermanas y yo intentábamos “pescar” alguna información.
Entonces comenzaban a hablar en un idioma extraño que nunca aprendí y del cual algunas palabras emergen a veces de mi memoria.
Para colmo hablaban un dialecto que ya no existe, o sea que nunca supe de qué hablaban.
Con resignación abandonábamos nuestros escondites y no teníamos más remedio que jugar.
Pero…y María?
¿Qué le pasó a María?
Creo que finalmente fue la abuela Gregoria quien despejó mis dudas.
La persona mencionada sería una de sus cuñadas, quien se había casado con alguien a quien su madre no aceptaba, porque decía que era un “gitano”, refiriéndose a su nacionalidad, que al no ser italiana, no era bienvenido en esa casa.
Pero la tal María se casó lo mismo y se fue bien lejos, según ellos, aunque estaba a cincuenta kilómetros, en un campo de la ciudad de Azul.
La mamma le aventuró que iba a sufrir mucho y no le erró.
Le nacieron dos o tres hijos, mezcla de gringos con gallegos, una cruza brava si se considera que ambos tenían temperamentos fuertes.
Nada que ver: María era dulce, mansa y buena, su marido era un laburante que hacía de todo para ganar el pan.
Pero los hijos les nacieron diferentes.
Uno de ellos, un gringo porfiado, pleitista y aventurero, cansado de la vida de mierda que le esperaba allí, según él, una mañana, sin decir nada, sin un adiós, sin un beso, hizo un atado con sus pocas cosas y se marchó.
Pero para una madre todos los hijos son iguales.
Sus ojos se gastaron mirando el horizonte por donde creía verlo retornar, cada vez que los teros se agitaban y anunciaban un movimiento extraño con sus gritos.
Y su voz se entrecortaba de tanto preguntar a los que venían del pueblo, por si alguno lo había visto u oído algo de él.
Sus dedos recorrían una por una las cuentas del rosario al anochecer.
Su cuerpo se volvió pequeño y era como una sombra que recorría el hogar con lentitud.
Desde entonces y hasta el día de su muerte, se sentaba detrás la ventana de la humilde casa, junto a una lámpara que encendía al atardecer, día a día, para que el hijo, que jamás volvió, no se extraviara en la noche y encontrara el camino de regreso.
BEBA LAPASTA
1 comentario:
Precioso Beba, que historia no? y cuàntas habría de ese tipo, lo que es el amor de mamma...irrenunciable y hasta incomprensible, cambiando los tiempos siempre hay desmadrados que nos les interesa hacer sufrir a quièn le dio la vida, en mi flia.había un hijo así, muy famoso pero nunca trabajò y trataba muy mal a la abuela Castora...por eso papi no le pasaba ni la hora... cosas de la familia,....besos
Publicar un comentario