jueves, 27 de septiembre de 2012

Inundaciones en la provincia de Buenos Aires

Estampas varias

Así, poco a poco, vamos llegando a final de esta publicación. Como ya no hay tiempo para contar más anécdotas –solo quedan dos notas -escribo  algunos recuerdos que surgen espontáneamente. Recuerdo la noche –dantesca-  en que, para completar las penurias, se cortó la luz y hubo que repartir velas entre las numerosas familias que estaban evacuadas y sumamente angustiadas por la oscuridad, especialmente los niños; los problemas para conseguir fuego (no había red de gas en esa época) para proporcionarle algo caliente a la cantidad de gente allí refugiada; la desaparición de las autoridades municipales durante el momento de mayor riesgo y los gritos destemplados, (cuando aparecieron) de un funcionario de menor rango porque la gente expresaba su preocupación por la seguridad del edificio y los supuestos  riesgos que corrían. Así se podría seguir con una larga lista, pero podría decir, sin temor a equivocarme, que no hay nada que irrite más a la gente que cuando las autoridades aparecen cuando ya ha pasado el peligro o cuando se enteran que  sobrevuelan la zona y los miran, desde la confortabilidad del helicóptero, como a bichos raros.

LAS SECAS Y LAS INUNDACIONES EN LA PROVINCIA BUENOS AIRES - Florentino Ameghino       
    
*En estas medidas generales tendientes a evitar las sequías y las inundaciones, no podrían pasarse por alto los ríos y riachuelos, los cuales en estos últimos dos siglos han sufrido también modificaciones profundas en su curso y en el régimen de sus aguas, modificaciones desfavorables que han hecho que las inundaciones sean más rápidas y más fuertes y los períodos de sequía más prolongados.

 Los ríos tenían en otros tiempos un caudal de agua si no más considerable por lo menos no tan variable. Los cauces no eran tan profundos como ahora, numerosos vegetales acuáticos impedían que las aguas corrieran con demasiada rapidez y el caudal de agua disminuía poco en el verano.

Esas condiciones que, por cierto, ahora también serían desfavorables, han sufrido un cambio completo que sólo ha podido ser favorable durante un espacio de tiempo relativamente corto y transitorio. Las aguas no se extienden ahora tanto en superficie, ocupan espacios más reducidos y cauces más profundos que conducen un enorme caudal de agua en las épocas de lluvia y muy poca en los períodos de sequía. Y esas nuevas condiciones igualmente desfavorables también se acentúan cada vez más. Las inundaciones aumentan, pero el agua que queda en el terreno, fertilizándolo, disminuye.

Los ríos poseen un caudal de agua cada vez más variable, prolongándose cada vez más los períodos de disminución en el volumen de agua que conducen al océano. Tan pronto como pasan unos cuantos meses sin que llueva, la mayor parte de los ríos se reducen a mezquinos hilos de agua y los arroyos y riachuelos se secan. Muchas cañadas, cañadones y pequeños arroyitos que hace dos siglos tenían agua permanente y alimentaban a numerosos peces, ahora está secos durante todo el año. El peligro aumenta; y si pronto no se le pone remedio ya se conocerán sus desastrosos efectos en los primeros períodos de sequía que por desgracia sobrevengan.

La causa de esta modificación en el curso de los ríos y en el régimen de sus aguas debe buscarse igualmente en la destrucción de los pajonales y en su consecuencia más inmediata: el rellenamiento y desecación de las lagunas. Antes que se efectuara este cambio en la superficie del suelo de la Pampa, el agua que caía en las épocas de grandes lluvias iba en gran parte a llenar las lagunas y el resto quedaba estancado en la superficie del suelo corriendo con lentitud a los cauces de los ríos, de modo que no podían producirse entonces esos grandes desbordes que ahora sobrevienen después de cada lluvia. Entonces podían pasar varios meses sin que disminuyera notablemente el caudal de agua de los ríos, pues bastaban para alimentarlo las vertientes subterráneas producidas por la infiltración del agua de las lagunas y de la que quedaba estancada en la superficie del suelo que empapaba de tal modo el subsuelo que perforando el suelo se encontraba el agua a poca profundidad en cualquier parte.

 Con la destrucción de los pajonales las aguas pluviales empezaron a abandonar la superficie del suelo con mayor prontitud corriendo al cauce de los ríos, que siendo pequeños para recibir un volumen tan grande de agua empezaron a profundizarse y ensancharse bajo la acción de la fuerza erosiva de ésta. Luego, cuando empezó el rellenamiento y la desecación de las lagunas, estas nuevas condiciones se acentuaron más. El agua, que ya no podía almacenarse en ellas en grandes cantidades, buscó salida a los ríos cavando torrenteras y zanjones en la superficie del suelo para correr a ellos con mayor rapidez aumentando así las proporciones de los desbordes e inundaciones.

La mayor parte de estos zanjones profundos y secos durante todo el año (menos en los días que siguen a fuertes lluvias) que de los terrenos elevados se dirigen a los cauces de los ríos conduciendo a ellos las aguas pluviales que caen en los campos vecinos, son de origen reciente; y hasta algunos arroyitos de consideración y de varios kilómetros de largo datan apenas de un siglo. Basta recorrer las cercanías de los ríos y pedir informes a los ancianos del lugar para oír a cada instante confesiones como estas: --Sí, señor, este zanjón no existía el año tal.  --Ese otro se ha formado a partir de tal año --Aquél, hace veinte años no llegaba más que hasta allí. --El brazo de este arroyo se ha formado después de la creciente del año tal, etc. Y los gauchos se han apercibido también de este fenómeno; no hay uno solo de ellos que no sepa que los arroyos ensanchan su cauce y prolongan su curso por efecto de la crecientes producidas por las lluvias, a menudo torrenciales de la primavera y el otoño.

Y esto puede comprobarlo con poco trabajo quien lo desee. Cualquiera persona observadora puede visitar uno de esos zanjones que toman origen en el campo y se dirigen a los ríos y verá que empiezan en la llanura vecina por una especie de salto o cascada formada por las aguas pluviales que desde la llanura se dirigen al zanjón.

Hágase una señal que indique el punto en que se encuentra el salto que da origen a la torrentera, vuélvase a observarlo después de una lluvia torrencial e infaliblemente se verá que ha avanzado más hacia el interior, muchas veces varios metros, a causa de la erosión producida por las aguas de una sola lluvia. Háganse igualmente señales en las barrancas de los ríos y de los arroyos o fíjese la atención en las particularidades de éstas, y examinándolas después de una fuerte creciente se llegará al convencimiento de que los ríos ensanchan su cauce y los zanjones que a ellos conducen las aguas de los campos vecinos avanzan anualmente hacia el interior, con una rapidez tal, que dicho proceso, con tal actividad, no puede remontar a una época muy lejana. Y esa erosión continua de las aguas en las márgenes de los ríos y en la proximidad de las torrenteras va esterilizando vastas zonas de terreno cuya tierra vegetal lava por completo.

 Estas nuevas condiciones de la Pampa son las que hacen que en una parte considerable de la provincia las aguas pluviales se precipiten con asombrosa rapidez a los terrenos bajos, a los zanjones y a las cauces de los ríos produciendo los desbordes y las inundaciones, que serán cada vez más frecuentes, rápidas y de mayor proporciones a medida que los ríos prolongan hacia el interior ese sin fin de torrenteras y zanjones destinados a recoger y conducir a los cauces principales las aguas que caen en la llanura sin darles siquiera tiempo de humedecer el subsuelo. Si las aguas pluviales en vez de precipitarse rápidamente a los ríos, se detuvieran en el terreno desaguándose con lentitud, no se producirían esas grandes inundaciones, ni se ensancharían continuamente los cauces de los ríos, ni se formarían en las inmediaciones nuevos zanjones, ni se prolongarían hacia el interior los existentes, etc.

 Y para impedir el ensanchamiento de los cauces de los ríos, la prolongación de las torrenteras y zanjones y el esterilizamiento de los campos, es necesario hacer lo que ya he repetido tal vez por demás: impedir que las aguas pluviales se precipiten a los bajos y los cauces de los ríos, deteniéndolas en el terreno para que en parte se infiltren en él y el resto corra con lentitud a los ríos. Y a conseguir esos resultados tiende el proyecto de los estanques artificiales en los terrenos elevados, de las lagunas o depósitos laterales a los ríos y a los arroyos, y en éstos la construcción de represas que detengan las aguas.

Pero estos trabajos deberían ser complementados con otros en las márgenes de los ríos y arroyos para impedir la erosión de las aguas en las barrancas y el ensanchamiento de los cauces. Estos serían de muy fácil ejecución, pues para obtener esos resultados bastaría la plantación de sauzales a lo largo de las riberas de los ríos y arroyos. Los resultados de estas plantaciones están a la vista en los partidos de las cercanías de Buenos Aires; en todos partes donde en las márgenes de los ríos existen plantaciones de sauzales, el terreno superficial cubierto de hierbas y en su interior lleno de raíces entrelazadas forma una capa resistente que nunca atacan ni la erosión de las aguas pluviales ni las crecientes. Allí nunca se ve a descubierto un espacio de terreno rojo.

Tan pronto como se sale de los sauzales, las riberas y las barrancas se presentan desnudas, mostrándose al terreno rojo en la superficie del suelo a menudo hasta a distancias considerables de las orillas de los cauces.

 En los pueblos cercanos a la ciudad en los cuales una parte de los campos están destinados a la agricultura, ha aparecido en estos últimos años un nuevo agente que favorece la denudación del suelo y el transporte en grande escala del humus a los cauces de los ríos; es la reja del arado. Esto constituye un poderoso elemento de la denudación y la esterilización del suelo que progresa en la misma proporción que avanza la agricultura; y es preciso que las autoridades y los propietarios se preocupen en poner un límite a esta nueva causa de esterilizamiento que no está más que en su principio, pero que si se deja continuar puede producir incalculables males.

La mayor parte de quienes en los pueblos cercanos a la ciudad se dedican al cultivo en grande escala son arrendatarios que tienen los campos por un limitado número de años; lo que procuran es obtener de ellos el mayor provecho posible, sin que nada se les importe que dichos campos queden después arruinados. Así se ve en los campos explotados para la agricultura, que se extienden a lo largo de las márgenes de los ríos y arroyos, que el terreno ha sido arado hasta el borde mismo de los cauces. Una vez removido ese terreno, es natural que se deja penetrar con facilidad por el agua, a la que ya no puede oponerle una eficaz resistencia, de manera que los grandes aguaceros arrastran a los cauces de los ríos asombrosas cantidades de tierra vegetal en detrimento de la fertilidad del suelo. Y ni siquiera se han contentado con eso: en los arroyitos de pequeña consideración han atravesado el arado por el cauce mismo de ellos, cruzándolos sucesivamente de una a otra orilla ¿Y sabéis con que resultado?

Últimamente fui a visitar algunos arroyos que había explorado seis años ha en busca de fósiles y los había visto entonces corriendo por caudales anchos y profundos, cuyo fondo y barrancas laterales eran de tosca y terreno rojo sólido y podían cruzarse a pie enjuto en cualquier parte. Ahora tuve que buscarlos entre los maizales; y a los que antes eran cauces profundos y de terreno sólido los encontré convertidos en pantanos insalubres, rellenados con uno o dos metros de lodo fétido, que al removerlo despide miasmas pestilentes. Ese lodo es el humus arrancado por las aguas de los campos vecinos en cantidad tan grandísima que ellas no tuvieron suficiente fuerza para transportarlo a los cauces de los ríos en donde desaguaban los arroyos mencionado.

 Si los agricultores sacaran de esto algún provecho, podría en parte disculpárseles; pero no es así. En la parte de la superficie de  los cauces que no ha sido invadida por los lodazales, las semillas no han brotado; y fuera de los cauces, a lo largo de éstos, en una franja de terreno que tiene a menudo cien metros de ancho, las plantas de maíz se habían perdido en su mayor parte y las pocas que quedaban eran raquíticas y sin fruto. Ese ha sido el resultado de llevar la reja del arado no tan sólo hasta el borde de los cauces, sino hasta dentro de ellos cruzándolos de una a otra orilla.

 Es de suponer que en la mayor parte de los casos ello sólo sea efecto de la ignorancia; pero sea como se fuere, la agricultura avanza y con ella el mal, de manera que ya es tiempo de que los propietarios y las autoridades intervengan para obligar a los agricultores a que dejen a lo largo de los cauces una franja de terreno de varios metros de ancho sin cruzarla por el arado, la cual se llenaría con plantaciones de sauces u otros árboles que a su vez impidieran no tan sólo la denudación de los terrenos removidos por el arado sino también el derrumbamiento de las barrancas y el ensanchamiento de los cauces.

* Falta publicar dos notas, una  para terminar con el documento de Ameghino y otra  donde se procurará sacar conclusiones sobre la experiencia vivida. En breve.
GSF



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