(Viene del día 30/8)
Recuerdos de una inundación
Las inundaciones tienen un efecto extraño. Cuando el individuo se deja de ver el agua que lo rodea, experimenta una sensación de alivio. Cree, erróneneamente, que ya se han superado todos los peligros.
Así nos pasó en 1980 cuando, huyendo de la inundación, llegamos a la esquina de la plaza -Avdas 9 de julio y San Martín-, donde no corría una gota de agua por las calles, para recalar en casa de una familia amiga que generosamente se había ofrecido a albergarnos. Como creíamos que pronto íbamos a volver, solo llegamos con un bolsito de mano para pasar la noche. El día transcurrió en forma apacible y entretenido. Las novedades llegaban a cada momento porque allí estabámos a un paso de la información y si bien las noticias eran alarmantes, como dice el refrán " ojos que no ven corazón que no siente".
Los dueños de casa, excelentes anfitriones, acostumbrados a hospedar gente, nos brindaron todas las comodidades. Ingenuamente creíamos que allí había terminado nuestro deambular y que con los rayos del sol del día siguiente, volveríamos al hogar abandonado.
Pero... a las tres de la mañana, cuando Mamá se quiso levantar para ir al baño, al apoyar los pies en el suelo, se dio cuenta, que el agua le llegaba a media pierna. Ahí advertimos que brotaba por las rejillas y crecía en una forma alarmante. En un instante todos estábamos en pie, con el bolso hecho y preparados para salir.
Las secas y las inundaciones en la Provincia de Buenos Aires - Florentino Ameghino (IV)
****La llanura argentina es, en efecto, una de las comarcas
que tiene una capa de humus menos espesa, más delgada todavía que la de otras
llanuras que datan de época geológica más reciente; y la razón de ello debe
buscarse únicamente en la denudación constante que las aguas pluviales ejercen
sobre la superficie de los terrenos elevados o de poco declive, pues puede
perfectamente observarse que las hoyas aisladas en que la denudación es nula o
en el centro de planicies extendidas y sin declive, la capas de tierra vegetal
alcanza un espesor considerable.
Si la enorme cantidad de materias terrosas que actualmente
arrastran cada año las aguas al océano quedara siquiera en parte en la
superficie del terreno, aumentaría el espesor de la tierra vegetal y con ella
la fertilidad del territorio.
De modo, pues, que debería buscarse el medio de disminuir la
denudación de las aguas en la superficie del suelo de una parte considerable de
la Provincia, en vez de tratar de aumentarla de una manera asombrosa llevándola
a parajes en que hasta ahora no se había hecho sentir, como indudablemente
sucederá si se llevan a cabo las proyectadas obras de completo desagüe en
carácter de desagües perpetuos e ilimitados.
Y como complemento de todas estos males, la enorme cantidad
de materias terrosas arrastradas por las aguas pluviales a los canales de
desagüe, sería llevada por éstos una parte a la embocadura de ellos o de los
ríos, donde se acumularían en forma de barras que obstruirían el curso de las
aguas, y otra parte se depositaría en el fondo de los mismos canales levantando
su lecho. El aumento progresivo de las barras y el levantamiento continuo del
fondo de los canales pronto produciría desbordes e inundaciones de un carácter
tanto más grave cuanto mayor desarrollo se dejara tomar a esas barras y
depósitos de limo, de manera que habría que gastar sumas enormes para remover
continuamente las barras de las embocaduras y el limo del fondo de los canales,
para que así quedara constantemente libre el curso de las aguas y pudieran
éstas denudar a su antojo la superficie del terreno impidiendo la formación del
humus y esterilizando cada vez más los campos.
Los resultados inmediatos de dichas obras serían, pues, una
probable disminución en la cantidad de lluvia anual, una notable disminución de
la humedad del suelo, una mayor irregularidad de las precipitaciones acuosas,
sequías más intensas a intervalos menos largos, descenso de las vertientes,
disminución del caudal de agua de los ríos y riachuelos, disminución de la
vegetación a causa de la pérdida anual de una cantidad considerable de semillas
que serían arrastradas por las aguas conjuntamente con la tierra vegetal, lo
que convertiría la fértil pampa del Sudeste en una planicie seca y estéril en
su mayor parte, sin contar los gastos que demandarían las trabajos destinados a
mantener en continua acción esa causa devastadora de estos bellos territorios.
¿Y en cambio de qué compensación? De unos cuantos cientos de leguas de terrenos
anegadizos que podrán entonces ser aprovechados en los años normales, pero que
dejarían de serlo, como el resto de la llanura, en las épocas de grandes
sequías.
Ahora es oportuno que recuerde a los que me han precedido entreviendo
la intima relación que existe entre las sequías y las inundaciones,
abrazándolas en un solo problema cuya solución debería preservarnos de unas y
otras.
Quien lo ha hecho con mayor claridad y precisión entre ellos
es el doctor Zeballos, en un capítulo de su "Estudio geológico de la
provincia de Buenos Aires", acaso el de mayor trascendencia de los que
constituyen dicho trabajo, por referirse al problema de cuya solución depende
el porvenir de toda la parte llana y sin árboles de la República Argentina.
En dicho capítulo se encuentran entre otros párrafos, los
siguientes:
"A pesar de sus arroyos, lagunas y ríos, esta Provincia
sufre sequías espantosas.
"Yo he visto en una sola estancia de Cañuelas, pilas de
treinta mil osamentas de ovejas, víctimas de la sequía y de las epidemias
consiguientes; treinta mil vellones menos para el mercado, y solamente de un
propietario.
"Hay épocas del año durante las cuales empieza la
sequía con tanto rigor que es necesario hacer pozos para dar de beber a la
hacienda. Este trabajo ímprobo está lejos de satisfacer aun las aspiraciones
del hacendado. He ahí por qué la cuestión de la sequía está y estará aún por
largo tiempo, a la orden del día en Buenos Aires.
"La solución del problema de la sequía se relaciona con
esta otra cuestión muy importante: la transformación conveniente de ciertos
accidentes del terreno que permitan utilizar las aguas que hoy día se pierden
estérilmente y el medio más eficaz de provocar las lluvias. Tiende a estos fines
el sistema universalmente adoptado de la plantación de árboles en grande
escala.
"Los que como yo, hayan cruzado casi en su mayor
extensión la provincia Buenos Aires, han podido notar que en el seno de la
Pampa abundan los terrenos bajos: aunque sin obedecer a un sistema o a una
dirección uniforme. Son hoyas aisladas cuyo fin será el levantamiento de su
fondo por la acción de los aluviones, que no dejan de continuar su obra.
"Aquellos bajos sirven de punto de reunión de las aguas
llovedizas. Tal es el origen de las lagunas, cañadas, pantanos y arroyitos que
abundan en el interior.
"Nótese que esto no es regular para la pampa del
Sudoeste, fuera de los alcances de la población. En ella han señalado algunos
viajeros regiones estériles e improductivas, en las cuales la uniformidad de la
sabana no es interrumpida ni por manantiales, ni por lagunas, ni por arroyos:
aquellas regiones rechazan la vida. En las regiones del Sudeste, al contrario,
las aguas se depositan en la forma indicada y abundantemente.
"Me preocupaba, al observarlo, de la esterilidad
absoluta de estas aguas. Ellas no tienen salida de una laguna para otra, ni las
cañadas se unen por lo general, ni los arroyitos reciben aquel caudal con que
podrían ensancharse y aumentar el de los arroyos y los ríos de que son
afluentes, fertilizando a la vez las tierras que recorrían; mientras que ahora
las zonas fertilizadas por esas aguas paradas no son de importancia.
"Preocupado con estos fenómenos he llegado a adquirir
la convicción de que es necesario un estudio oficial serio y profundo de los
hechos que he señalado, para constatar
si sería posible y de fácil realización algún trabajo que permitiese aprovechar
las aguas estancadas del Sudeste, que son las ricas y más pobladas, ya dándoles
giros para que aumenten el caudal de los ríos, ya destinándolas a la irrigación
de los terrenos adyacentes.
"El problema se puede simplificar y enunciarlo así:
aprovechar las aguas que afluyen a las depresiones de la Pampa y que se pierden
en su seno; problema de solución interesante, sin perjuicio de las medidas
generales, que reputo indispensables para combatir la sequía y sus
efectos."
Esto escribía en 1876 el doctor Zeballos.
Es, por cierto, extraordinario que un asunto de tal
importancia y después de haber sido puesta la cuestión a la orden del día con
tanta precisión y claridad, hayan pasado ocho años sin que nadie se ocupe de la
verdadera solución del problema, dirigiendo todos sus miradas hacia una sola de
sus parte, el desagüe simple e ilimitado de los terrenos que, como acabo de
repetirlo, hará más frecuentes, más intensos, más prolongados y más
desastrosos, los períodos de grandes sequías.
Las observaciones sobre la cantidad de lluvia anual que cae
en la provincia Buenos Aires son aún muy escasas y localizadas, pero
suficientes para demostrar que si bien cae acá un volumen de agua bastante
menor que en un gran número de comarcas del antiguo y nuevo mundo notables por
su gran fertilidad, bastaría, sin embargo, para asegurar la fertilidad de la
Pampa y las cosechas todos los años y en todas las estaciones, si las
precipitaciones acuosas, ya en forma de lluvias, ya en forma de fuertes rocíos,
se efectuaran de un modo más regular.
No tenemos agua de sobra, sino sólo la suficiente si toda
ella pudiera ser aprovechable. Luego, dar desagüe ilimitado a las aguas que
cubren en ciertas épocas los terrenos de la Pampa, sería desperdiciar sin
provecho una cantidad enorme de líquido que es indispensable para la fertilidad
del país.
Las inundaciones son sin duda una calamidad; pero las
sequías desastrosas que de períodos en períodos más o menos largos, azotan la
Pampa, son una calamidad mucho mayor; y deshacerse de la una para hacer más
intensos los desastres que produce la otra, es buscar un resultado
absolutamente negativo.
El verdadero problema a resolver sería entonces, tratar de
evitar tan sólo las inundaciones excesivas en las épocas anormales de grandes
lluvias y evitar las sequías; pero esto no se obtendrá con los simples canales
de desagüe, ni aunque se combinen con algunos grandes receptáculos de agua en
los puntos bajos.
Como decíamos al iniciar la nota, el problema que tienen las inundaciones es que ni bien se retira el agua, se olvida el problema. Ameghino se quejaba porque habían transcurrido 8 años desde la publicación del trabajo del doctor Zeballos "Estudio geológico de la
provincia de Buenos Aires" sin que se lo tomara en cuenta.
En estos tiempos donde todo sucede tan vertiginosamente, la inundación ya es pasado. Tampoco se tiene nnoticias que alguien esté preocupado por implementar un plan integral.
Las direccines provinciales que se encargan de estos problemas, tendrían que dar a publicidad los estudios y proyectos que tienen en carpeta -con sus fundamentos- y cuya ejecución se demora, para que la población se interiorice, conozca cuales son las alternativas que ofrece el progreso para solucionar estos problemas y pueda opinar con conocimiento. y lo que es más importante para que los funcionarios de los distintos pueblos no actúen en forma unilateral en un problema de tal magnitud.
Mientras la gente no conozca los distintos proyectos realizados por profesionales idóneos, no estará en condiciones de pedir las obras que solucionarían los problemas y mientras la gente no presione, no habrá decisión política para solucionar los problemas de las sequías e inundaciones por muchos años.
GSF
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