jueves, 13 de septiembre de 2012

Las inundaciones y las sequías en la Provincia de Buenos Aires

Estampa N°1
(viene del día (8/9)

Cuando ya estábamos instalados en la Escuela de Enseñanza N°1 “Armada Argentina”, me vienen a avisar que el agua estaba subiendo en forma alarmante. La gente se agolpaba frente a los vidrios de la puerta de entrada. Con dificultad me pude acercar   para ver que pasaba. El agua corría por la Avenida San Martín rumbo a la plaza con una velocidad impresionante y formaba pequeñas ondulaciones a su paso.
-Poné atención en los escalones de la entrada  -me dijeron.- Hace un rato faltaban cuatro para taparlos a todos. Ahora quedan tres. Y en esa observación pasamos la noche. Contando los escalones que faltaban para que el agua llegara hasta el último escalón y penetrara en el edificio.
Cuando clareaba el día, la creciente milagrosamente se detuvo. En ese momento, todos agradecimos a Dios interiormente. Si el agua hubiese penetrado en la Escuela, seguramente hubiese traído consecuencias. No es fácil verla correr sin ninguna oposición a su paso. Pproduce una sensación de impotencia y desamparo que desestabiliza al más cuerdo y se transmite al más tranquilo    
Y ahora seguimos con la memoria del sabio naturalista:
LAS SECAS Y LAS INUNDACIONES EN LA PROVINCIA BUENOS AIRES - Florentino Ameghino


*Todo esto formaría un conjunto de obras que sería preciso llevar a cabo según cierto plan, cuya ejecución requeriría indudablemente un espacio de tiempo considerable, y durante él sería una verdadera imprudencia quedar completamente desarmados ante el peligro de las inundaciones que adquieren mayores proporciones cada día.



 Debería, pues, empezarse por los trabajos absolutamente indispensables para reducir a estrechos límites los desbordes de los ríos y arroyos que cruzan los puntos más bajos del territorio en dirección al Atlántico, y ellos no serían de difícil ejecución ni de muy elevado costo. Hay obstáculos naturales, de fácil remoción, que impiden el pronto desagüe del caudal de agua que arrastran el Salado, el Samborombón y otros arroyos y riachuelos que entran al Plata y al Atlántico. Son las barras de arena que la lucha constante sostenida durante siglos por las aguas de esas corrientes con las del Plata, y del Atlántico ha formado en la embocadura del Salado y de otros arroyos de consideración. Empiécese por remover esos obstáculos y el desagüe natural se efectuará inmediatamente con mayor facilidad y rapidez.

 Otra parte de la zona baja de terreno, adyacente al Salado, se inunda por recibir todo el caudal de agua que arrastran numerosos arroyos que descienden desde las alturas de las sierras vecinas e interrumpen luego su curso, perdiéndose en la llanura. Cuando sobrevienen lluvias torrenciales llevan un volumen de agua enorme que, no pudiendo ser absorbido por el terreno en que se pierden, se extiende sobre su superficie sumergiendo la comarca, fenómeno que se puede evitar fácilmente llevando a cabo en poco tiempo lo que aún no pudo hacer la naturaleza en miles de años: completar el curso de ésos arroyos cavando sus cauces y prolongándolos siguiendo los declives naturales de terreno hasta llevar el caudal de sus aguas al Salado o al Atlántico.

 La prolongación de los cauces de los ríos y arroyos es de gran necesidad, tanto para evitar la inundación periódica de vastas zonas de terrenos, inutilizables durante una buena parte del año, cuanto para mejorar esos mismos terrenos por medio de una lixiviación o lavamiento por las aguas que irían llevándose poco a poco las sales que en esos puntos han ido depositando las corrientes de agua que allí se pierden por absorción y evaporación. Un exceso de sales en el terreno perjudica su fertilidad, y ese exceso iría en aumento si no se abrieran desagües que aunque sólo se usara de ellos en los tiempos de grandes crecientes, no dejarían de ir desalando poco a poco el terreno y por consiguiente aumentando su fertilidad.

 Todas las grandes salinas de la República Argentina deben su origen a las sales que allí han transportado las corrientes de agua sin desagüe, y si esas mismas corrientes hubiesen podido prolongar su cauce hasta el océano, éste habría recibido las sales que han ido depositándose en la superficie del suelo y hoy probablemente no existirían estos grandes desiertos en su mayor parte estériles e improductivos que constituyen las salinas.

 Fácil es, pues, darse cuenta de que los grandes charcos en donde se pierden actualmente las corrientes de agua sin desagüe son salinas en formación, y aunque quizá no todas las salinas sean improductivas, tenemos ya de sobra con las que tenemos, y la prudencia nos aconseja no permitir que continúe la acumulación de sales en ciertas partes del territorio; y ello sólo puede, evitarse prolongando el cauce de todas las corrientes de agua sin desagüe, lo que impediría que a causa de la continua acumulación de sales se vuelvan estériles ciertos terrenos todavía aprovechables para el pastoreo, y mejoraría otros desalándolos poco a poco.

 Por fin, existen en esos mismos puntos largas fajas de terrenos bajos, y que son anegadizos durante una parte considerable del año, especies de grandes cañadones en los que las aguas aún no han conseguido trazarse un cauce bien delimitado.

Preséntanse secos en algunas épocas, pero en los períodos de lluvia ocupan una vasta superficie, porque el territorio, carente de declive y cubierto de juncos y otros vegetales acuáticos, no puede desaguarse con prontitud, ni existe un cauce bastante profundo que pueda recibir el sobrante de las aguas. En estos casos deberá cavarse el cauce que las aguas no han conseguido formar, haciéndolo seguir igualmente por los declives naturales del terreno hasta el río o deposito de agua más cercano.

 Practicados estos primeros trabajos, estaríamos ya a salvo de las inundaciones extraordinarias y podría emprenderse sin peligro inminente la larga y ardua tarea de modificar la constitución física y las condiciones climatológicas de la llanura bonaerense, de modo que no sufra en lo sucesivo los efectos devastadores de las inundaciones periódicas, ni quede ya expuesta a los efectos desastrosos de las sequías.

 Hemos visto que las inundaciones son el resultado de las aguas de lluvia que desde los puntos altos se precipitan a los bajos, y que las sequías provienen de que dichas aguas abandonan los terrenos elevados con demasiada prontitud sin tener tiempo de infiltrarse en el suelo en cantidad suficiente para conservarlo humedecido durante el estío. Es, pues, evidente que las inundaciones se evitarían haciendo de modo que las aguas de los puntos altos no se precipiten a los bajos, conservándolas en los puntos elevados: y que se evitarían las sequías, si en lugar de dejar correr esas aguas desde los puntos altos a las hondonadas, se les diese dirección hacia estanques artificiales situados sobre las laderas de los terrenos elevados, donde se conservarían, fertilizando la comarca con sus infiltraciones continuas y con los vapores acuosos que de ellos se elevarían a la atmósfera en toda época del año. No se anegarían los terrenos bajos ni aun en las épocas de más grandes lluvias y serían mucho más reducidos esos desbordes de los ríos que tantos perjuicios ocasionan.

 Con la apertura y prolongación de los cauces de los arroyos sin desagüe que se pierden en la llanura, se habría formado un desagüe continuo que privaría a esas regiones del agua que actualmente se infiltra en el suelo en los puntos donde se pierde el curso de las mencionadas corrientes. Habría, pues, que construir en los canales artificiales represas con compuertas, que pudieran abrirse durante las épocas de lluvias y grandes crecientes, pero que impidieran el desagüe en épocas normales.

 Se extenderían luego esos trabajos al curso superior correntoso de los mismos arroyos, formando una serie de estanques que se sucedieran de distancia en distancia, ya en forma de esclusas que permitiesen la navegación, ya en forma de simples represas construidas de manera que se pudiera aprovechar el agua como fuerza motriz para la instalación de molinos u otras industrias y con compuertas para poder en caso necesario darle libre curso. Y deberá hacerse otro tanto con las demás corrientes de agua de toda la Provincia, siempre que lo permita un suficiente declive del terreno.

 Esos estanques conservarían en los terrenos elevados una gran parte de las aguas pluviales que, no pudiendo ir a aumentar las inundaciones en los bajos, se evaporarían allí lentamente y se infiltrarían en el terreno aumentando la fertilidad de los campos vecinos.

 Todos cuantos han viajado por nuestras llanuras y han seguido los cursos de algunas de las corrientes de agua que las cruzan, habrán podido notar que el cauce de ellas, es a veces profundo y barrancoso, y otras bajo y limitado por playas de pendiente suave; en otros términos: habrán podido apercibirse de que ora cruza por terrenos elevados, ora por terrenos bajos. Seguramente habrán observado también que en las orillas: de esas corrientes de agua, cuando atraviesan campos muy bajos u hondonadas, el terreno es más elevado allí que a algunas cuadras de distancia, donde el terreno presenta verdaderos bañados que en las épocas de grandes crecientes se llenan de agua formando lagunas laterales a los arroyos y riachuelos.


 Este fenómeno es producido por las crecientes. Cuando debido a grandes lluvias el agua sale de su cauce, deposita a lo largo de las orillas de los ríos las materias terrosas que lleva en suspensión, formando capas de limo que van levantando sucesivamente el terreno de la ribera sobre el nivel de los campos vecinos. Con el sucesivo levantamiento de esas fajas de terreno se forman detrás de ellas, a algunas cuadras de distancia de las riberas, otras fajas largas y estrechas de terrenos bajos que corren más o menos paralelas a los cauces de los ríos y arroyos en los cuales no pueden desaguar a causa de la mayor elevación del terreno de las riberas. Así, cuando se producen grandes crecientes y se produce el desborde de los ríos, las aguas salvan a menudo las barreras que poco a poco se han ido levantando y van a inundar esas franjas de terrenos bajos, donde quedan estancadas formando lagunas laterales sin comunicación con los cauces contiguos.

 Esas lagunas laterales son inútiles porque ocupan siempre campos bajos que no necesitan esa agua pues tienen ya de sobra; y son perjudiciales porque, por lo común, contienen un escaso volumen de agua, poco profundo, que se extiende sobre vastas áreas de terrenos, inutilizándolos, cuando ellos deberían ser los mejores campos de pastoreo. Esas aguas, calentadas por el sol, se corrompen antes de tener tiempo para evaporarse y despiden miasmas palúdicos nocivos a la salud.

 A esos bañados inútiles y perjudiciales, formados por las causas mencionadas, debería dárseles desagüe inmediato por medio de pequeños canales que atravesasen los terrenos altos de las riberas que impiden el desagüe a los campos adyacentes. Se evitaría así el estancamiento de aguas no sólo inútiles en esos puntos sino también perjudiciales a la salud y podrían aprovecharse así vastas áreas de terrenos hoy inútiles y que serían entonces los más apropiados para el pastoreo. 

Esos depósitos de agua laterales a los ríos y arroyos, nos dan, sin embargo, la idea, de otros estanques artificiales igualmente laterales a los cauces de los ríos, capaces de contener grandes masas de aguas en espacios reducidos, de manera que pudieran entrar en ellos las aguas de las grandes crecientes que no podrían ir a aumentar los desbordes de los ríos en los puntos bajos y quedarían allí como almacenadas para poder aprovecharlas en las épocas de grandes sequías. Es preciso tener bien presente que las lagunas laterales a los ríos que en la actualidad existen, formadas por la elevación de los bordes de los ríos debido al limo que allí depositan las crecientes, sólo son perjudiciales porque ocupan terrenos bajos que no necesitan agua y porque contienen un muy escaso volumen de líquido desparramado sobre grandes superficies, que las inutiliza para el pastoreo.

 Las lagunas laterales artificiales deberían construirse en aquellos puntos donde los ríos cruzan por campos elevados. Allí podrían excavarse estanques profundos capaces de contener grandes volúmenes de agua en espacios relativamente reducidos. Dichos estanques se pondrían en comunicación con los ríos por medio de canales angostos y profundos, con compuertas que se abrirían cuando hubiera grandes crecientes, para que recibieran el sobrante de las aguas que de otro modo llenarían los cauces de los ríos que se desbordarían en los puntos bajos inundando, como ahora sucede, vastas zonas de terreno. Una vez llenos los estanques se cerrarían las compuertas impidiendo así el desagüe, conservando el agua para las épocas en que ella escasea. En las épocas de lluvias pasajeras, los mismos estanques servirían para recoger el sobrante de las aguas de los campos vecinos, impidiendo así su desagüe en los ríos, conservándola allí para fertilizar con sus infiltraciones continuas y los fuertes rocíos que provocarían, los campos circunvecinos.

La excavación de esas lagunas laterales no costaría sumas tan considerables como a primera vista podría suponerse, pues existen ya accidentes naturales del suelo que indican claramente los puntos donde preferentemente deberían constituirse, accidentes que facilitarían notablemente su ejecución. Me refiero a esas torrenteras o zanjones profundos que desde los terrenos elevados corren a los ríos y riachuelos. Esos zanjones, casi todo el año secos, sólo tienen agua en los días de fuertes lluvias; entonces se reúne en ellos el agua que cae en los campos vecinos y la conducen al cauce de los ríos que pronto los llenan y los hacen desbordar. Esos zanjones están ya indicados por la naturaleza como los puntos más a propósito para la construcción de los estanques artificiales laterales a los ríos. No habría más que regularizar sus desembocaduras en los ríos, colocar en ellos compuertas y detrás de ellas excavarlos reuniendo en un solo vasto receptáculo sus principales y más profundas ramificaciones..." 

Al parecer nada de este informe de Ameghino es tenido en cuenta por las autoridades gubernamentales. Es hasta lógico porque en más de cien años, habrán surgido adelantos tecnológicos más eficaces. Pero lo que llama la atención es que, cuando se habla de las obras futuras, se vuelve a la construcción de canales que llevarían las aguas al Atlántico, precisamente, lo que Ameghino desaconsejaba por sus efectos nocivos para la fertilidad del suelo. Adelanto ¡nada!
Es de esperar que ahora que los productores han conseguido se declare la ley de emergencia agropecuaria, no abandonen la lucha. Debería solicitarse con la misma intensidad, se hagan públicos los planes existentes y ¡se ejecuten!, no solo para salvar los campos sino, principalmente, las personas que viven en los pueblos de la provincia de Buenos Aires y que, cuando llega el agua, suelen perder todo lo que tienen. 
GSF 


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