miércoles, 15 de abril de 2009

GPS a la deriva *** Nano



Me llamo Gastón Perez Suárez, he recorrido parte del mundo sin éxito, siempre fuí un desorientado, cansado de caminar, de mi peso terráqueo, he decidido apearme de mi mismo.

Soy propietario de una combi del 71’ que me agencié hace unos años, la he ido restaurando de a poco y está lista para alguna travesía. En el correr del tiempo y de las limitadas distancias, con el propósito de expandir mi horizonte y ahuyentar malas noches, acaricio el sueño de tirarme al agua a disfrutar la inmensidad que cobija lo que queda de mundo, su Mar.

Recuerdo que la primera vez que lo vi no le di importancia, algo perturbado por la adolescencia, acostumbrado a la llanura interminable, el agua infinita no me llamó la atención. Todo empezó cuando fuí a la revisación médica para el llamado servicio militar de ese país tan desorientado como yo; dormí en las playas frías y vacías de Mar del Plata, donde una tormenta apareció esa noche y me abrumó sin tregua. La olas y el ruido constante acompañan desde entonces las pesadillas de origen indescifrables. Me he dejado dormir a orillas del mar como una costumbre, buscando su terapia o mas bien su tortura, en La Paloma, en Claromecó, en Atacames o Cartagenas, en el Morro de Sao Pablo, en Sardegna, en gélidas costas nórdicas.

No creo en la psicología, aunque como decía, algo de mi pretende ahuyentar el ruido abrumador de las olas, el viento frío, la arena en el pelo y en la boca.

Jugando a ser un Garibaldi en miniatura, una especie de marinero boliviano, busqué y encontré un botecito inglés sobre un trailer alemán. Parece que las simetrías empedernidas juegan a sintetizar en humildes proyectos restos de historia, aunque para que yo no naufrague o me escurran de la costa las olas una de estas noches, necesito aún más, algo de lo que los superticiosos llaman suerte, apenas un golpe.

Bote inglés sobre trailer alemán, ni al Corto Maltese le hubiese sucedido.

Los días se vienen lindos, no se navegar y me falta capitán. Miro la pila de cosas que venían en el bote, por las dudas trato de tenerle confianza al motor, en un balde negro hay infinidad de sogas, roldanas y objetos con nombre propio en cada idioma, desconocidas para mi, cosas que hasta un polizón distinguiría, otro balde está lleno de cadenas y hay un par de anclas en el fondo del bote.

El alemán venía todos los años a un fiordo del norte de Jutlandia a pasar las vacaciones, casi sin ayuda lo tiraba al mar a disfrutar del verano y las islas. Está todo, el dueño al parecer por problemas de salud no lo volvería a usar y lo dejó en Dinamarca donde lo compré como estaba, ni una explicación le siguió, lo enganché y me lo traje a esperar el buen tiempo.

Ahora debo de pensar como este alemán desconocido, que tiene todo en el orden típico alemán. Me costó poner el mástil, pero jugando a ser él me fuí dando cuenta de cómo pensaba, qué usaba para cada lugar, porqué sobraba ésto o aquéllo. Extraño el tener que pensar como ha pensado otro, ejercicio raro de descomposición de un modelo para armar.

Finalmente conseguí un capitán, pero el día que debíamos zarpar se durmió borracho y nunca apareció.

Con las ansias de verlo flotar mido la profundidad desde el piso a la línea donde debería darle el agua si flotase, un metro y algo con trailer. Voy al puerto donde está la rampa empinada, de bajar hasta el metro tengo que esperar la marea y meterlo marcha atrás hasta taparle las ruedas, ahí supuestamente quedaré flotando y con suerte saldré cuesta arriba. Como no le tengo confianza al viejo volkswagen, pesado y con un motorcito de miniatura, me hice un aparejo para largar el trailer despacio sin necesidad de meter también las ruedas del vw en el agua. Todo en base a cavilaciones de estar al pedo y darle vueltas al asunto.

Finalmente a falta de gente experimentada en este país de marineros, un uruguayo se anotó, en este caso el capitán seré yo con responsabilidad sobre la tripulación. Fuí a un negocio de segunda mano y encontré unos chalecos salvavidas y espero el domingo que llegue la tripulación compuesta de un solo marinero, de una zona en Uruguay donde el mar quedaba tan lejos como desde este pueblito llamado Tapalqué, no creo ni siquiera que sepa nadar, eso si, coraje charrúa e inconsciencia rioplatense le sobra.

Pretendo buen tiempo, que en caso de necesidad el motor no nos traicione, que la costa se vea siempre y que por las dudas funcione el aparato con mis iniciales para no terminar en Noruega como Ulises lejos de su Itaca.

Bajo de nuevo el mástil, sueño pasar por debajo de algún puente de ríos internado en los laberintos de la Europa de otro tiempo, bajar y subir el mástil sin ayuda es un logro, como un vaqueano sigo los rastros, el viejo alemán me guía algo tosco.

La luna se izó de imprevisto desde el mar, naranja y enorme, la vi desde la orilla, dormí como pude encandilado, al ruido de siempre revolcando recuerdos.

El esperado amanecer, menos presuroso, aún más naranja el sol en su lugar, otro día, otro atardecer. Ahí a metros de la libertad empapada , mi cuerpo como un ancla.

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