Qué lugar los cobijaba? Qué calendario marcaba su día, qué ausente reloj sus minutos? Daba lo mismo, el sol estaba alto, el olor fresco.
De los tres el mas flaco, desgarbado y mayor por pocos meses, era el mas chistoso, el del medio conocía la zona como los propios rulos desprolijos que cepillaba empedernido, el mas chico y petizo era incansable.
Cuando salieron ni siquiera sabían hacia donde y ni avisaron, seguramente era otro de los días con tiempo de más. Algunos sentimientos brotaban de su escondite, por dentro estaban enamorados de alguna compañera o hermana de alguno, pero nadie lo sabía.
Hacen campamento bajo un puente, el canal 11 pasa casi dormido su modesto caudal silencioso. No hay lugar para el desaliento aunque el hambre empieza a mellar la voluntad y las piernas acusan la pedaleada por el camino desprolijo. El mas vaqueano de los tres propone ir hasta la laguna. Juncos adentro, con los empedernidos zaguaypés prendidos, entre siete colores y pájaros bulliciosos, hundidos en el fondo barroso a tranco lento entre las aguas, dan con un nido. Pichones de cigüeñas emplumados esperan digerir sus buches cargados. Esta vez no llegará a nutrirlos, sacan de sus buches huevos y alguna víbora, con los huevos de trofeo vuelven abajo del puente, hacen fuego, con la brasa de una rama achicharran los zaguaypé que siguen prendidos de nalgas y pantorrillas, encuentran una lata vieja, cocen y comen regalado. Un día de diciembre agradable cobija la llanura.
Por razones de las armoniosas simetrías que pueblan los presente, otros tres de idéntica edad, en el mismo momento, en el mismo horario, en el clima y la temperatura matemáticamente opuesta, bajan de un trineo después de parar los perros a los gritos como pueden. Los atán de una roca y tantean el hielo casi firme del mar, caminan con la levedad de un tal Jesús, ríen igual que los otros, tienen la casi idéntica estatura y si bién los pelos mas lacios y brillosos, la misma tez, las mismas lecciones en la escuela, los mismos líos con sus padres y sueños parecidos. Se meten mar adentro sin otro objetivo que el casi instintivo acto de clavar la lanza en el hielo, hacer un agujero, tirar la tanza gruesa rumbo al fondo. Tres intentos, tres bacalaos enormes yacen tiesos. Mientras aquellos se queman pelando los huevos conseguidos burlando la cadena alimenticia de los seres vivos, a estos les quema el hielo la yema de los dedos y comen los peces crudos congelados. En el diciembre nocturno la luna ilumina la blanca llanura y en su idioma es masculino, abajo del puente están a salvo del sol implacable que encandila la pampa.
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