Ninguna indumentaria necesaria,  así a la que te criaste salieron. El lugar inmenso bién podía ser  otro lugar, otros pueblos, otros caminos. Eran tres, los trece años  de risas no daban lugar a la pesadéz del alma ni al cansancio, bolacear  divertidos era el pasatiempo preferido. Siguieron el camino conocido,  como a las varias horas se apearon de las bicicletas viejas, cansados  y sin comida siguieron bromeando. Qué lugar los cobijaba? Qué calendario marcaba su día, qué ausente reloj sus minutos? Daba lo mismo, el sol estaba alto, el olor fresco.
De los tres el mas flaco, desgarbado y mayor por pocos meses, era el mas chistoso, el del medio conocía la zona como los propios rulos desprolijos que cepillaba empedernido, el mas chico y petizo era incansable.
Cuando salieron ni siquiera  sabían hacia donde y ni avisaron, seguramente era otro de los
 días  con tiempo de más. Algunos sentimientos brotaban de su escondite,  por dentro estaban enamorados de alguna compañera o hermana de alguno,  pero nadie lo sabía. 
Hacen campamento bajo un puente, el canal 11 pasa casi dormido su modesto caudal silencioso. No hay lugar para el desaliento aunque el hambre empieza a mellar la voluntad y las piernas acusan la pedaleada por el camino desprolijo. El mas vaqueano de los tres propone ir hasta la laguna. Juncos adentro, con los empedernidos zaguaypés prendidos, entre siete colores y pájaros bulliciosos, hundidos en el fondo barroso a tranco lento entre las aguas, dan con un nido. Pichones de cigüeñas emplumados esperan digerir sus buches cargados. Esta vez no llegará a nutrirlos, sacan de sus buches huevos y alguna víbora, con los huevos de trofeo vuelven abajo del puente, hacen fuego, con la brasa de una rama achicharran los zaguaypé que siguen prendidos de nalgas y pantorrillas, encuentran una lata vieja, cocen y comen regalado. Un día de diciembre agradable cobija la llanura.
Por razones de las armoniosas  simetrías que pueblan los presente, otros tres de idéntica edad, en  el mismo momento, en el mismo horario, en el clima y la temperatura  matemáticamente opuesta, bajan de un trineo después de parar los perros  a los gritos como pueden. Los atán de una roca y tantean el hielo casi  firme del mar, caminan con la levedad de un tal Jesús, ríen igual que  los otros, tienen la casi idéntica estatura y si bién los pelos mas  lacios y brillosos, la misma tez, las mismas lecciones en la escuela,  los mismos líos con sus padres y sueños parecidos. Se meten mar adentro  sin otro objetivo que el casi instintivo acto de clavar la lanza en  el hielo, hacer un agujero, tirar la tanza gruesa rumbo al fondo. Tres  intentos, tres bacalaos enorm
es yacen tiesos. Mientras aquellos se queman  pelando los huevos conseguidos burlando la cadena alimenticia de los  seres vivos, a estos les quema el hielo la yema de los dedos y comen  los peces crudos congelados. En el diciembre nocturno la luna ilumina  la blanca llanura y en su idioma es masculino, abajo del puente están  a salvo del sol implacable que encandila la pampa.
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