El aire del mar me embriaga el alma. El gusto a sal, el vaivén de las olas, la espuma que dibuja puntillas blancas en la orilla, el vuelo raudo de las gaviotas insaciables.
Algún barco oxidado, descascarado y solo, con los mástiles inclinados, soñando con otros puertos y otros rostros y otros viajeros…
Es que quiero contarles que nuestros antepasados italianos vinieron hasta acá en esos medios de transporte y vivieron, además, en puertos pesqueros o en sus cercanías: es a esta conclusión a la que llego, pues... ¿cómo se explica esa sensación que tengo de estar frente al mar como si hubiera nacido en esas zonas?
Nací en el corazón de la provincia de Buenos Aires, en un mar misterioso, rodeado de verdes lejanías conjuradas de respetuosos silencios…Pero cuenta la historia familiar, que nuestra abuela primera, partió de Génova un 2 de marzo de 1882 llevando en sus entrañas la vida, esa vida que al multiplicarse nos dio Vida a nosotros y a los que vendrán.
Sólo tenía 27 años, al no poseer, como es lógico, documentación gráfica, yo imagino su rostro, sus gestos, sus fuerzas, la adivino valiente, fuerte y es entonces cuando alcanzo a comprender el por qué de mis días de tristeza sin motivos que oprimen el alma y se disipan cuando llega algún nieto con sus cosas para solucionar, con sus vocabularios ricos en los más pequeños y muy escaso en los mayores.
El barco que trajo a la primera Filomena Lapasta se llamaba Sud América, de ésto han transcurrido 126 años…En ese barco, en ese Atlántico azul cambiante, bajo esas estrellas que en la comba del cielo, son diamantes y plata de luna, guiados por la Cruz del Sur venía la simiente de la vida nuestra…
Entrecierro mis ojos soñadores y el ulular de la sirena al tocar el puerto de América me estremece el alma…
Ahora… hay que descender y comenzar la vida…
viernes, 15 de febrero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario