lunes, 25 de febrero de 2008

Edición Nº 12

Lagunas del olvido (Cuento)
Reminicen
cias, lagunas del olvido, lejanas. Cuando uno salió rumbo mas al norte y el otro rumbo al sur no se dijeron adiós, las distancias inmensurables todavía no los alejaban.
Quién fué quién en lo que deparó el destino? Difícil descifrarlo. Solo tenemos recontrucciones arbitrarias que los datos y la imaginación han recreado. Podría ser el principio del fin, o la inevitable continuidad del peregrinar como destino.
Llamar a uno por su nombre desconocido y al otro por supuesto nombre es innecesario, la historia de ellos no tiene nombre, vienen grabando un rastro, y es un deber del ayer el camuflarlo.
El llamado nuevo mundo aún no existía para otros, o quizá si, es muy probable que algún puñados de hombres llegaron perdidos a sus costas de uno y otro oceano, de vez en cuando y esos cuando podrían ser espacios de siglos. Pero de no haber estado prevenidos y llevado sus mujeres, de nada les sirviría el encuentro con esa tierra mágica, sana y fértil.
Cuando se alejaron no se despidieron. Habían crecido juntos cazando y comiendo crudo y llegado a esa madurés que dan la propia presa y los hijos. La rudeza no conoce de sentimentalismos, ni siquiera la tristeza se hizo presente cuando se bifurcaron sus caminos.
El mayor eligió el norte.
El menor de instinto mas mezquino se dejó caer, en la mochila cultural de relatos contados a traves de inumerables generaciones ese sur no era menos peligroso que el norte, no había lo que demarcara el límite de lo inóspito, a lo largo y a lo ancho se dejaba vivir. Abundaban los árboles, el sol y de tanto en tanto otras tribus ya mansas ya maliciosas. Seguir y seguir era el relato asimilado. Madres que se lo habían contado a sus hijos, ancianos a sus nietos, nada los debería detener, por alguna endija de la historia se filtraba el sur como guía y objetivo.
Los que elijieron mas al norte se fueron curtiendo más aún por la inhospitalidad cotidiana, consiguieron la proeza de sobrevivir en las condiciones mas adversas que un ser vivo pueda soportar, inviernos interminables, temperaturas que lo congelaban todo, noches que duraban meses con sus 50 grados bajo cero, casi ninguna vegetación, solo la cercanía del mar casi siempre congelado y sus agujeros donde respiran los habitantes marinos.
De los que rumbo al sur siguieron su instinto, llegarían un puñado de descendientes apresurados, sofocados por el horno de los trópicos, intentando alejarse de ese calor desconocido hasta que rápido se ramificaron por el sur, incomparablemente mas apto que el norte que desafiaban sus hermanos.
Llegaron buscando ese frío que extrañaba su memoria genética, tratando de sacar fuerzas casi místicas de la adversidad, donde el sol se haga desear y el porvenir sea el ahora.
Así conjeturamos, unos pudieron ser Onas los otros son Inuit, unos Araucanos, Mapuches, o Pampas, los otros Inuit.
Los Inuit quedaron como vigilando el norte, quizá no les llevó tantas generaciones, bastante rápido en la historia del hombre, al tranco o a la velocidad de trineo, grupos insignificantes de familias trazaron la circunferencia de lo más cerca que se pueda llegar y sobrevivr al polo ártico, desde Siberia a Alaska y sobre todo el norte de esa isla congelada de encanto,Groenlandia, engarzándola a remo de kajak, canoas de diez, doce personas y perros con trineos. Primero por el lado este, luego de a poco los inuitas polares bajaban por el lado oeste hasta donde crece el verde que le dió su nombre occidental, para ellos Kalaallit Nunnaat, lugar de los hombres.
Eran los años recientes en que Grecia alumbrada por sus dioses lucía su vertiginoso esplendor y el mundo tomaba velocidad de tobogán al vacío.
En esos confines del mundo, donde la madera solamente puede ser encontrada con suerte en alguna costa en verano, por lo general en mal estado arrastrada por el mar, congelado durante nueve meses. Donde las mujeres ni soñaban todavía con una miserable aguja para coser las prendas necesarias. Donde los animales se dejan cazar volviendo su alma al mar para renacer y volver a dejarse cazar.
El sur mas bondadoso en privilegios primitivos los llevó a formar tribus y comunidades que comparadas con los asentaderos inuitas fueron numerosas.
No se podía preveer el devenir, siglos y siglos de parsimonia cazadora, recolectora. En esos campos abundaba el animal y en los arroyos mansos lo peces. Montañas cubiertas de árboles majestuosos, frutas y hasta el ombú había bajado como ellos y había incrustados sus raíces de trópico en la tierra desolada.
Mientras, sus hermanos detenidos en el frío polar desconocían los árboles, la papa, el maíz, las bondades de la tierra. Se forjaban en ser diestros en sobrevivir y lo lograban.
Períodos despiadados de años denominados ”pequeños épocas glaciares” congelaron aún más la inmensidad, bastante más al sur, ahuyentaron o hicieron sucumbir a los descendientes de Erik el Rojo.
El inuit no hizo caso, los animales amables se dejaban cazar en respetuosos y peligrosos rituales, precavido tenía sus depósitos de carne y pescados sembrados en el hielo a lo largo de las costas, embriagados de comer carne podrida en épocas que el alcohol no existía, comiéndose a sus perros en los momentos mas austeros o elijiendo morir para que los otros no perecieran, siguieron siendo, pocos, de a puñados, sobrevivían.
Desde el otro lado, el sur expuesto por sus bondades y riquezas hizo difícil el atrincherarse en la oscuridad y el frío, más al sur, en esa isla que debió tener algo de sagrado, el fuego delataba su presencia.
Fueron diezmados, masacrados en guerras ajenas y enemistados entre ellos, el principio del fin de aquel no adiós había llegado.
Una trampa de barcos que desembarcaban sus pecados y arrasaban con todo. Primero les tocó a los que se habían adaptado al paraíso de aguas cristalinas y palmeras, luego fue el turno de restos de imperios enteros que adoraban al sol, hasta que inevitablemente les tocó su turno. Intentaron sobrevivir a la adversidad, pestes, conquistadores malvados, engaños, propiedad privada, alambrados, hasta que pasados por encima con torpeza civilizadora apenas quedaron rastros como joyas.
El inuit acorazado en su hielo no estaba expuesto a la codicia, a ningún conquistador se le ocurría en su sana cordura intentar alambrar la inmensidad congelada, apenas se acercaban balleneros enormes de materiales desconocidos, que si bién los maltrataban eran relativamente esporádicos.
Cuando los nórdicos mandaron expediciones a cristianizar los habitantes del norte que descendían de ellos, los que desde Islandia tentó Erik el Rojo a que lo acompañaran con ese nombre verde, no los encontraron. Después de procrear durante cinco siglos, en los cercanos mil setecientos y pico no quedaba ninguno.
Convirtieron poco a poco a los inuit, que siguieron viviendo como siempre. Dicen que trataron de aislarlos de puro humanismo, para que no pierdan su cultura. La historia puede no ser tan altruista. Sienten el peso de los barcos, enfermedades, armas que los aleja de sus costumbres y les crea necesidades, alcohol, bebida que viene para quedarse y que no pueden controlar.
Aún así, cien años después de colonizados, consiguen escribir en su propio idioma y en 1861 aparece el primer periódico en groenlandés: ”Atuagagdliutit”.
Siguieron aislados hasta la segunda guerra mundial, cuando el reino de Dinamarca invadido por los alemanes perdió el contacto con ellos y quedaron en medio del tránsito de los americanos. Recién ahí en este pasado tan cercano de mediados del siglo veinte consiguieron lámparas de petroleo que remplazaran las de grasas y aciete de ballena.
Pero para entonces ya tenían conciencia de nación, Kalaallit Nunaat era una sola.
La Haya había diferido en 1933 en una disputa entre Noruega y Dinamarca. Noruega pretendía la parte Este, donde había cazado desde épocas remotas, tenían estaciones metereológicas y donde en esas extenciones insufribles locos cazadores romáticos se aislaban del mundo. Pero intervino un medio Inuit que tan bién los conocía y habló en el tribunal de La Haya, en favor de no dividir Groenlandia, que era una sola. El pequeño Knud, Kunnunguaq, como lo llamaban en su lengua de infancia a Knud Rasmussen, nacido en Ilulissat.
No se doblegan, altivos, conservan sus costumbres, consiguen lo que se ha dado en llamar la constitución más moderna del mundo, bibliotecas en su idioma en cada pueblo, aferrados con su cuota de riesgo e incertidumbre y en épocas en que la llamada globalización se hace presente, confrontan con el silencio primitivo de sus ojos, a todas las culturas con su espejo.
La historia parece querer darles un reconocimiento como premio al temple terco, al último bastión del pasado.
Pertrechados en ese paraíso congelado sin dios ni amo siguen rumbo a su total indepencia, con todos los límites de su geografía, su excasa población y su enorme territorio, cincuenta mil inuit siguen vigilando y observando como se derrite el polo y no por culpa de ellos.
Pertenecen al continente americano, son nuestros hermanos, nuestro propio rostro, espejo en el hielo de lo que debió haber sido si bién no toda América, su patagonia, y mas al sur, donde sus hermanos envueltos en sus mismas pieles se asentaban.
La isla que encontraron, si bién azotada por mares enloquecidos no los aisló lo suficiente, no consiguieron por imposible refugiarse en el hielo antártico, a donde seguramente conducía la saga.
Nota: Hola, a propósito de sol, está haciendo unos días bárbaros límpidos, pero el sol si bien calienta al darte en la cara no puede con el polo!!! Acá te mando una foto, no vaya a ser cosa que la gente crea que es como la historia de los americanos que llegaron a la luna y la banderita flameaba, lo que llevó a poner en duda de si en realidad habían llegado a la luna o habían montado la escenografía! jaja Nano

1 comentario:

BEBA dijo...

Querido Nano, yo no pongo en duda tu presencia donde quiera que estés, es más, tampoco dudaría que eres capaz de llegar más allá de la luna.jajajaja!!!Un abrazo!Beba.