GPS Itooqoortoormiit
70°28′ 0″ N, 21° 58′ 0″ E
Gastón Pérez Suárez miró la inmensidad. Encandilado por el reflejo del sol en la nieve dudó, Constable Pynt, un lugar alejado de la basta humanidad, quedaba atrás. El polo magnético y otras informaciones de los 7 satélites que captaba el aparatito con sus iniciales colgado del cuello de poco le servían. El cansancio, el hambre y el hielo, la dicha de ese silencio tirando a eterno que aturde pasando los 70 grados de latitud, la vida casi ausente, el mar congelado, él casi solo y un estado de lucidez temeraria.
Sabe que para llegar a Itooqqorttormiit le quedan unos cincuenta km de fiordos y montañas.
Cada grado de los paralelos está compuesto de 60 minutos, cada minuto es una milla marítima, casi 1,8 km, es el abc de cualquier marinero, Gastón Pérez Suárez, reacio a depender de los aparatos se convence, en Constable Pynt marcó las cordenadas y cada tanto mira atento su pecho.
Las montañas que desde el avión le habían parecido molares hemiféricos, dientes continentales con surcos de nieve, se volvieron inmensas, escaleras al cielo de sol permanente, a las dos de la mañana acarician los rayos el horizonte y todo, además de silencio y esplendor, es hielo.
La diosa está en el fondo del mar, las morsas, las focas y sobre todo los osos polares, dueños y señores del todo majestuoso e infinito que lo abarca, son dados a luz a su antojo,
Nanoq, su huella en la nieve, lo invade la inseguradad de ser presa fácil, mira fijo y se vuelve a encandilar, casi siente su olor, aunque de ser así el olfato del rey es mucho mas agudo, cientos de veces, el pobre olfato de GPS es un sentido perdido en décadas de cemento, siglos de cañerías de plomo y hogares que marchitaron sus sentidos, milenios, dirán los darwinistas, de usar cada vez menos los sentidos que ponen ahora a prueba su sobrevivencia.
No está del todo solo, en Constable Pynt, dónde viven fijas solo diez personas con dos trineos, se soltó un perro y lo siguió, no quizo espantarlo y obligarlo a volver, el perro, sobre todo el perro groenlandés, tiene todavía sus sentidos innatos, no son animales domésticos, el solo ver el rastro de Nanoq en la nieve es suficiente para que enloquezca. Nada pone mas incontrolables a los perros de trineos, a los de estas latitudes, que el rastro de Nanoq en la nieve, acostumbrados a que se les de rienda suelta, algunos le cortan la soga para que todo sea un dísparo hasta alcanzarlo. Una lucha feroz en que Nanoq con su temible zurda (Nanoq es zurdo, es verdad) le quiebra la columna de un manotazo a alguno, intenta romper el hielo saltando sobre sus manos con todo su peso, con él caen unos al agua. Con suerte comerán su mas preciada carne en cantidades.
En caso de que el fortuito encuentro se concrete el perro se dará cuenta mucho antes , no tiene importancia, ya que sin rifle está expuestos a la lunas de Nanoq, a su hambre o falta de ella y a un solo perro, ya medio manso.
Repasa GPS en el cansancio de su cuerpo y ahí está el cuchillo oxidado en su bota, no fué un sueño, lo encontró saliendo de Constable Pynt entre las rocas, con manchas de sangre reseca y restos de piel de liebre de las nieves o quizá de perro, alguien lo olvidó, o quién olvidó a quién, hay huesos, difícil de saber cuantos inviernos descansó su temible hoja sobre esa piedra, cubierto de hielo o desnudo, en este norte que conserva intacta las cosas.
Quizo el destino ponérselo en sus manos, tropezar con un cuchillo entre las infinitas rocas es un signo, mas aún para Gastón Pérez Suárez que creció olfateando la Pampa, la mítica pampa, ya tan noble, ya tan traicionera.
No está perdido, las cordenadas exactas lo ubican sin errores, está perdido de a ratos, perdido anímicamente, la nieve de junio es blanda, no sostiene su cuerpo y se entierra hasta donde dan sus piernas a cada paso, vence el cansancio y los calambres, sigue como un autóctono, no ha hecho otra cosa en toda su vida, atropellar las distancias esté donde esté, desafiarse a él mismo y abrir el tesoro de su intrincada mente a la nítida y fría inmensidad desconocida que lo contagia, esa lucidez propia de las exigencias que tanto enseñan de uno mismo.
Recuerda, sueña despierto, grita y ríe sin darse cuenta de su precaria soledad, el perro no le lleva el apunte, acostumbrado a los ataques de risa o de supertición de los inuitas. Ya sin fuerzas saca una soga que ciñe su campera, improvisa unas riendas, un collar con los tirantes del pantalón y se deja apoyar en un perro solo, éste contento de tirar de algo se afirma, sus cuartos se asientan en la nieve y trepa.
No hay noche, el GPS le permite saber la hora, la altura, la posición y la distancia, el resto son accidentes geográficos que desafían su cuerpo, rocas enormes que se echan a andar cuesta abajo, rastros de Nanoq no tan frescos y el horizonte de luz al sur que siempre empieza.
De nada le sirve tanta certidumbre, las horas desde Constable Pynt han pasado sin ser horas, los días sin ser días y sobre todo las noches sin ser noches, sabe que está cerca de Ittoqqortoormiit por el perro, hasta que logra escuchar él también algún sonido y vuelven a ser las dos de la mañana.
Entra al pueblo que no duerme. Fines de junio, sol de medianoche, siempre luz, duerme el que quiere cuando quiere, lo mismo en invierno, cuando la noche se refleja en lo blanco y la aurora boreal danza su danza. Siempre ha sido así, de poco han servido las normas impuestas para estos lugares. Pasa por la iglesia, atras sentado en unas escaleras hay un inuit algo borracho que le da charla y lo invita sentarse.
Gastón Pérez Suárez palpa el costado de la bota, se siente inseguro al haber entrado a la aldea congelada y de sol permanente con un cuchillo, no necesita tentar el sur para que se destiña de calor y de rojo lo frío y lo blanco, el cansancio lo traiciona, saca el cuchillo como para desarmarse.
Hay cosas que tienen vida propia, difícil con certeza descifrar quién desenvaina a quién.
En los ojos del inuit borracho chispea la tragedia, todo está previsto, no es la primera vez que comparten la muerte.
GPS se rie como en trance, como solo se ríen los inuitas y se calma la sed en los ojos del borracho.