Ellos en el norte con diamantes
(Para el rey grone Jorge que me hizo conocer a los Beatles)
En Ittoqqortoormiit estaba cómodo, sin querer había encontrado bastante más de lo esperado, ahora entre una multitud de transeúntes en la calles de Londres, Gastón Pérez Suárez camina atento al tráfico.
Recuerda el día que Sofía Piqe vió las narhvals desde una roca, hace apenas unos días, el hielo todavía cubría parte de la bahía y la gente salía de su pereza a ver sus unicornios.
Apenas unos días, suficiente para poner distancia, alejarse físicamente, aunque no tan rápido. Va lo que algunos llaman alma, la parte intangible del ser que no llega a dejar del todo un lugar, cuando ya se está perplejo en otro.
Gastón Pérez Suárez ve pasar las horas callado, cualquiera pensaría que es un introvertido, todavía no ha llegado del todo, lo aturden los negros de Peckham donde se hospeda, lo aturden los turistas de compras por Oxford Street y lo aturde el tráfico.
La velocidad del ”tubo”, como le llaman al subte londinense, lo desorienta y sale de esas cuevas metropolitanas como una mulita distraida, sin saber si pastear por allá, en el Hyde Park, entrarse en el verdadero Soho o volver a meterse en otro agujero para aparecer en el Ovalo o en el Bank. En una de esas salidass tropieza con un indú que escribe o busca alguna información en su Iphone que vuela de sus manos como una baraja con el peso de una piedra plana, el indú se enoja como no lo hacen los indúes, GPS imita la cordialidad londinense, se agacha y se lo entrega. No puede saber el indú desconsolado la inmensidad que abarca a GPS, a quién todo le parece apretado; al rato cruza el antiguo puente de Londres y tranforma en su mente Londres, en aquel Londres pobre y de tabernas.
Sin querer, pero sin ponerle estorbos, se aleja hasta Greenwich, todavía anda con el aparatito en la mochila, busca el meridiano para orientarse anímicamente, ya han pasado varias coordenadas y no ha podido calibrar su mente a lo que siempre le espera.
Ittoqqortoormiit sigue metido en su brújula, en sueños toma un trineo, le da unos palos a los perros para que obedezcan, saluda a los viejos desdentados sentados mirando el hielo interminable y vuelve a estar en Peckham, entre los negros. Atraviesa Londres y aparece por Abbey Road, como buscando algo en común con sus sueños, la cruza varias veces.
¡Oh destino!, ahoga su apático asombro el propio Támesis que todo lo ha visto. No hay angustia ni tristeza que lo abarque, está sin estar y está de a ratos en Ittoqqortoormiit, allá arriba donde miran el mar congelado como esperando, porque desde Ittoqqortoormiit, cuyo nombre significa ”Lugar de las casas grandes”, han visto las ovejas en los campos, inocentes, incrédulos, buscando explicación para tantos nanoqs enanos que ven desde allá, desde sus pequeñas casas; han visto el palacio de la reina, copas de bosques desconocidos que se hamacan como el mar y praderas sembradas. Mientras la muchedumbre aprieta a sus orejas los aparatos mas avanzados ellos han aprendido a visitarse y a viajar sin salir de su hielo. El secreto, que ni siquiera es un secreto, dificilmente se entienda. Mas complicado el mundo, atrapado en su telaraña de aparatos, más lejos están ellos con sus miradas perdidas en ese trance, viajando o conversando a discreción, para quienes los conceptos como realidad, distancia, lugar, significan lo mismo que ”ahora”.
Cuando Sofía Piqe vió las ballenas no se lo dijo a nadie, por eso le extrañó a GPS ver que la gente empezaba a salir de las casas y venir hacia el lugar donde ella estaba, volvió a acurrir cuando vió el oso cerca. Sin saber de que se trataba Gastón Pérez Suárez se dió por vencido, ante la expresión de indiferencia total, de que ese don desarrollado era de lo mas natural, se puso a prueba.
Vació una botella de ron y se dio cuenta en su centrada borrachera que como en el ”El Etnógrafo” de Borges, no podría compartir con nadie lo que había intuido. No le enseñaron nada, no confirmó nada, su propio ser desorientado abarcó la aldea y cerró en él el signo de la incógnita.
A ese puñado de gente alegre, gastada, ebria, desolada, la aislada incomunicación le brindó él sentido, el dormido, el latente, el anhelado.
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Repleta Londres, todos a los ademanes, agarrados a la oreja, entrando y saliendo de negocios, museos, restaurantes, autobuses, subterráneos, hoteles y oficinas, a los manotazos hablan los negros de Peckham con sus modernos aparatos, a los ademanes explican tranzas los oficinistas de traje tomándose la oreja. Desde Ittoqqortoormiit miran el reflejo de ellos en el hielo.
http://www.youtube.com/watch?v=MSjjHiysBbE&feature=player_embedded#!
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