domingo, 14 de noviembre de 2010

Escribe Beba Lapasta

EL VALOR DE MI NOMBRE

Pronta a cumplir 65 años, despojada de todos mis complejos, he descubierto que tengo valentía.

Para aceptar que estoy vieja, para subirme a una balanza, para soportar estoicamente mis dos tetas y para decir que me llamo como me llamo.

Pero no siempre fui así.

Si me recostara en un sillón de un psicoanalista, es probable que el profesional saldría espantado de ver todo lo que se acumuló en mi interior al cabo de los años.

Pero como no me voy a recostar, como no sea para dormir una buena siesta o una buena mona o en cuyo caso, para dormir normalmente como debiera, diré, que todo comienza cuando tenía la ínfima edad, de 5 años.

Alumna fundadora del primer jardín de infantes de mi pueblo, debí asistir junto a mis compañeritos (que hoy peinan canas o no peinan nada porque están pelados), ataviada con un jardinero verde (llamábase así al mameluco o ahora conocido como enterito), porque como íbamos a ese lugar, éramos trabajadores de la tierra.

Hasta ahí, todo iba bien…pero un día, algo terrible se desató en mi pobre persona de 5 años y tal vez 75 cm de estatura.

La maestra me llamó por mi nombre y apellido, y como yo desconocía cuál era, no respondí.

Fíjense ustedes, antes nos bautizaban, nos inscribían, pero no nos decían ni quienes éramos.

Posiblemente, algún día, cuando me espabilara, yo preguntaría cómo me llamaba, pero hasta ese momento, solamente sabía que me llamaba : BEBA.

Al ver que yo no respondía, la señorita Elsa Palermo, hermosa maestra que recuerdo con afecto y alegró mi infancia en aquellos años, me dijo:-qué te pasa

Filomena?

Recuerdo que la miré fijamente y le respondí:- yo no me llamo así, me lamo Beba.

Ella me explicó con ternura que yo tenía nombre y apellido: Filomena Beatriz Lapasta.

No podía salir del asombro, hubiera muerto creyendo que me llamaba Beba, de no haber sido porque empecé a asistir al jardín (que dicho sea de paso, poco me gustaba).

Y comenzó mi calvario.

Al empezar la escuela, no hubo un día de ningún año, en todos los grados a donde asistí, que no se oyera un coro de carcajadas al escuchar mi nombre: Filomena.

Creo que hasta el patrono del aula se reía de mi.

Yo no crecía casi nada, era mi odioso nombre el que crecía, al punto tal, que su peso me aplastó e impidió mi crecimiento.

Lo cargaba como una pesada bolsa todos los días de mi vida.

Cuando empecé el secundario creí que todo cambiaría, pero no, algunas compañeras lo usaban para ridiculizarme…y siguieron las burlas.

Cuando llegué al Colegio de Hermanas, una monjita se atrevió a preguntarme-¿Por qué le pusieron ese nombre?

- Qué se yo!- le dije.

Después recordé, que al ser la tercera de las hermanas, mi padre cifraba las esperanzas de que yo naciera varón para perpetuar su apellido, entonces llevaría con orgullo en nombre del abuelo Miguel Lapasta.

Pero nací mujer, y no es que mi padre me odiara, sino que con resignación, me puso el nombre de su madre, a la que siempre amó.

Mis alumnos se reían de mi nombre años más tarde.

Mi hija mayor, para suavizar la situación me dijo:-vos no te yamás así, te yamás ¡mami!-

Hasta que un día, buscando mis orígenes, supe que mi familia estaba integrada por generaciones de Filomenas.

Filomena Ortelli, mi abuela paterna.

Una gringa brava, sincera, honesta que amó tanto al abuelo, que aún se le llenaban los ojos de llanto, cuando decía su nombre.

Filomena Marino, mi bisabuela materna, que vino un día de Italia para arrancarle a esta tierra todos los secretos y un día perdió a su compañero en un accidente desgraciado, pero me regaló al abuelo Pablo Fittipaldi, un bohemio, soñador, delirante, amante y cantor que nos contaba historias y nos hacía reír.

Y al remontarme hacia el pasado, la descubrí a ella, a la que vino con mi mismo nombre y apellido, a Filomena Lapasta, mi tatarabuela, la que un día partió de Génova y bajó de un barco llamado Sud América el 2 de febrero de 1882 trayendo en sus brazos a mi bisabuelo, sola, sin un hombre a lado suyo, escapándole al hambre y a la guerra ; ocultando el secreto de su historia.

Y finalmente entendí por qué llevo este nombre.

Porque antes lo llevaron esas bravas mujeres, porque tiene el color de la tierra lejana y la luz del amanecer en una montaña que aún no conozco, el perfume y el sonido del mar que nos separa…

Y lo que pretendía tener toques de humor, ya no los tiene.

Porque tarde, muy tarde, le agradezco a mi padre el haberlo elegido, únicamente, para mi…

FILOMENA LAPASTA (ME DICEN BEBA)

1 comentario:

quela dijo...

Leo esto hoy despuès de muchos días de tener abandonado el blog, por que,? no sé.Pero me encantó, pues me sentí identificada, mi segundo nombre Josefina como el de mi mami,tbn. fue un carma para mí infancia, en la escuela...nunca dije que me llamaba Raquel Josefina, para mis docentes Raquelita., como vos también repetisa,y para los amigos Quelita, y me causa gracia pues varios de esa època todavía insisten con Quelita!!En la infancia todo se potencia...ahora me gusta mi nombre y una de mis mellis es María Josefina y adora su nombre:pero es Jose para amigos y flia.-total ...tiene y no tiene importancia.............