Afuera el viento amenaza, los 25 grados bajo cero castigan como un látigo de tientos, filamentos de aguas vivas.
La razón de levantarse con entusiasmo siempre es la misma. Calentar el agua, vaciar el mate, estirarse por primera vez en el día y alcanzar la yerba, allá arriba.
Antes de salir de viaje hay un preparativo meditado matemáticamente, además de elegir, que traer de necesario que no haga de los miserables veinte kilos permitidos, treinta, exceso de equipaje, veinte dolares por kilo.
Un oso de peluche con la bandera Argentina que cosió Nanna, con el 10 en la espalda, más que oso pinta de conejo, viene siempre en el equipaje de mano. En los aeropuertos lo ven tan tierno que nunca lo han revisado por dentro.
A mi me da lo mismo dormir vestido, en cama, sillones, asientos o en el piso, sin rituales neuróticos. Los dientes que deberían ser lavados todos los días suelen esperar un par más, la barba pasa a ser parte de la piel.
Es al elegir el mate, a pocas horas de cerrar la valija y partir, que voy y vengo ensimismado, buscando que la intuición se tome el tiempo necesario.
En el estante largo de medio tronco atornillado a la pared hay más de 20. Alguno supo estar en lo de abuela, otros comprados, otros son regalos o traidos sin pedir, algunos hechos en casa, varios están rajados. Uno dice La Plata, otro Tapalqué, otro Claromecó, otro Buenos Aires, otro Mendoza, otro La Paloma.
Vienen dos kilos de yerba sin palo que pueden durar según el tamaño del mate, descartando la falta de invitados para matear, dos kilos para dos meses alcanzarán solamente si el mate tiene el tamaño adecuado.
Elijo una calabaza pequeña, sobada de tanto matear que estaba en lo de un amigo atrás de las vías, allá en Azul. Creo que hasta fué de su padre. Tiene apenas el comienzo de una rajadura peligrosa.
Será la companía fiel a la mañana temprano, cavilando mientras entra el pulso del amanecer por la ventana que oculta el frío, amanecerá mas temprano día tras día hasta que el sol entre arco iris quede rebotando en el horizonte persiguiendo el norte y la mañana sea mañana solamente por capricho.
Para la tarde entra en la valija, protegido dentro de un zapato de clínica el más pequeño de todos, aún por dentro es encogido, con una corteza gruesa de casi tres milímetros, es diminuto el mezquino. Salteandolo algunos días, la yerba dará para el último mate, el último día antes de volver.
Lo único que puede hacer fracasar el cálculo es que el día de volver sea un día como hoy, en el que los aviones no despegan por el viento y haya que esperar. Esperar por acá se parece a esos viajes en colectivo en el altiplano Boliviano, el tiempo detenido no te toma en cuenta.
Suele venir un termo a cuestas, rojo buzón con una inscripción de fábrica ”un corazón sin fronteras” pero esta vez no hay lugar y se puede romper. Tiene el status envidiable de parecerse a un entrenador, con ese texto de publicidad tan convincente para los que solamente hacemos reverencias a los corazones sin fronteras.
Bién que la fragilidad de las cosas es relativa, en Århus hay una casa de hornero de Mina Clavero. Supo viajar en el baúl de un chevrolet viejo, descangallado, hasta Tapalqué y llegó empaquetada en goma pluma en una valija sin romperse. Está también, arriba del tronco con los mates. A veces cuando llueve oigo el hornero que canta en el jardín queriendo entrar, aunque no haya hornero. Recién ahora me empiezo a enterar por qué lo escucho.
Es común que las cosas que forman el universo sean más auténticas cuando las desfasamos de su rutina cotidiana, a nadie en su sano juicio se le ocurriría proyectar el compañerismo en una calabaza donde hay cantidades y cantidades semejantes o meter una casa de hornero en el dormitorio, cuando el mejor lugar para la casa de hornero pertenece al lugar elegido por el hornero.
Aunque Lugones supo componer un poema inolvidable que terminó en la disciplina de la escuela primaria ”La casita del Hornero…” y Larralde con su milonga ”Mi viejo mate gayeta” hizo de él algo parecido: ”…aquellos negros inviernos cuando la escarcha blanqueaba su cuerpito calentaba mis manos con su calor…” vaya a saber si estaban en su sano jucio, en todo caso no Lugones!
Pero el mundo y sus unidades es caprichoso y nos pone a prueba, la grieta por donde aparece y desaparece la cordura está abierta, solamente hay que esperar el momento adecuado, el objeto adecuado, el lugar adecuado.
Ya instalado, todas las mañanas suena el despertador con bastante tiempo, por lo menos hora y media para escribir o leer y ante todo matear antes de encarar el día. El montón de ropa tirada que debo de ponerme antes de salir está esperando, el overall noruego con una campera encima colgado de la visagra del marco de la puerta es tan grande, que a veces de refilón parece que ha entrado un gigante al departamento y está apoyado ahí, como testigo.
Saboreo cada mate demasiado a las apuradas, ya la manota concentrada leyendo o escribiendo amenaza estrujarlo, ya queda esperando tibio hasta la última línea.
El memorizar información es una forma muy rudimentaria de aprender, el mundo de los idiomas confunde como torre de babel y la interpretación de la realidad es cual I Chin, el libro chino de las mutaciones o el Yo Chin, guía espiritual de los que interpretan los exagramas de las auroras boreales.
Los mates, cuando se decodifican entre si, se funden en una comunicación difícil de explicar con palabras. Saben todo el uno del otro, han presenciado meditaciones solitarias, conversaciones, risas y estados de ánimos abismales. De todo han sido testigo con el apoyo espiritual que se les atribuye. Vieron las mañanas en que jóvenes corrían atras de pañales para los niños mientras se enfriaban en la mesa, olvidados por el ajetreo de padres inexpertos. Vieron las letras dibujarse en el papel de las tarjetas de navidad y cumpleaños, el ritmo de la vieja Olivetti con Ñ y luego el silencio luminoso de la pantalla del ordenador. Siempre el elegido al alcance de la mano y no pocas veces de viaje.
El que acompaña un viaje vuelve con seguridad, no ha pasado que uno se haya despedido para no volver. Las valija que pasea por las cintas de los aeropueros es alcanzada por la mano de siempre y apartada, hecha a un lado, subida al carrito, abierta en la aduana. Han percibido el nerviosismo, el cansancio, la incertidumbre, el mareo de la cinta y la claustrofobia de la valija, pero siempre la mano vaqueana los ha recuperado a tiempo.
El pequeño sabe muy bién a que ha venido. Un poco de segundón, de mate de tarde, por suerte no le ponen azúcar. Salteado cada tanto por leyes de la economía y vada tanto el gesto, el sacudón contra la pierna que lo vacía dejándolo frágilmente liviano, enjuagado como si en ese llenarlo y vaciarlo varias veces se pretendiera darle un escarmiento.
Presentir y comprender que las dimensiones y la comunicación de los mates es algo totalmente extraño a lo que se da por llamarse normal es o estar mal de la cabeza o entrar definitivamente en el mundo de ellos y cómplice no decirle nada a nadie.
El mundo conocido, hecho de sucesivas cantidades, espacios tridimensionales, sonidos en octavas, letras y oraciones con faltas de ortografías, puntos y comas, son formas del orden esquivas al mate, sin embargo atravesar los límites de lo incógnito es su día a día.
Siempre han observado el devenir destinados a recipiente hueco, su forma de alma escondida ha pasado siempre desapercibida, nadie ha logrado destejer la trama que los ocupa y que comparten entre si.
Entorpecidos por el aprendizaje forzoso los bípedos han creado un mundo mucho mas ficticio que el de ellos, la clave de que sea tan extraño es que damos por incuestionable su legitimidad. El código que nos hace tozudamente razonables, es frágil.
El mate más pequeño conserva el oráculo, tamaña susceptibilidad tiene al mundo exterior como espectador y no al revés. Es el mate que ordena que le cuenten, que decide la temperatura del agua, las veces que se lo mira fijo en el paisaje verde casi otoño.
No pocas veces me viene a la memoria el cuento ¨El Aleph¨ de Borges, pero Borges estaba en Buenos Aires, en la casa de Beatriz Viterbo, sin ella, abrumado de amor, atrás del parque Lezama. Yo estoy al norte del Círculo Polar Ártico, entre el hielo y más hielo, manso y traicionero hielo, sólido como una roca o frágil, crujiente, estremecedor.
Del lado que llamamos real estamos atrapados, pequeños tropiezos entorpecen nuestra alegría, dinero que no alcanza, amores que no se corresponden, gente que deja nuestro mundo conocido.
En el mundo de los códigos nos refugiamos en los rudimentarios, rara vez tenemos el presentimiento que hay algo más dentro de esto que el tiempo sucesivo quiere que se superponga entre tu hoy y el mío.
Los seres dejados de lado por inertes son testigos, participan de algo que nos está vedado, no sufren porque no conocen ese mundo tan legítimo de sufrimiento, ni añoran, acaso sueñan, ya que al soñar es lo más cerca que pueden estar de nosotros y arrastrarnos.
Medimos la vida con nuestros instrumentos de medir vida, la barrera con la que tropezamos no nos revela lo otro.
Con la certeza de estar siendo escuchado levanto la voz, son las cinco de la tarde, el tibio sobre la mesa no se inmuta, lo tomo entre las dos manos, le doy de beber, le hablo y bebo de él, sigo conversando sobre todas mis intenciones, hay una revelación en el tocarlo. Ya lo empiezo a llevar a todos lados, lo converso al alba, en el baño, mientras ceno. Se siente la complicidad al adorar a lo único que acompaña, creció por su cuenta, mucho mas al norte de algún lado, muchísimo más al sur de otro lado. Dimensiones ajenas a la manera de ver las cosas que tienen los mates.
Se siente todavía vivo, empiezo a entender el porqué, el sol lo alumbró hasta hacerlo crecer, el agua siempre fué parte de él, el que esté seco y fuerte solamente se debe a que almacenó vida y en ese universo ajeno al nuestro sigue su curso, lejos de lo que nosotros llamamos vida, sedentaria preocupada vida.
Observa mis indecisos pensamientos, mi frágil seguridad de algúnos días al levantarme con desgano, al mirar la inmensidad por la ventana, al volver a calentar el agua para refugiarme en el otro, el mayor de las mañanas.
No hay rastros de seres con ganas de transmitir, del televisor no se puede decir que sea el ser más vivo del lugar, la cercanía de las imágenes, la nitidez de las palabras, el centelleo constante, hacen del aparato el menos creíble de los que se pueden enchufar. La radio es mas cercana, a la heladera y otros seres blancos no se les puede tomar en serio, la computadora conectada a la red nos llena de satisfacción virtual, amigos virtuales, conversaciones virtuales, noticias virtuales, saber virtual, bochinche virtual, nada de todo eso golpeará la puerta.
La mesa y demás muebles, retazos de algo que creció por su cuenta son algo cercanos, acá donde el horizonte nunca vió la sombra de un árbol se merecen alguna caricia, al sentarse, al limpiarlos.
El dueño y señor de la soledad, el rey del lugar, el que protege la cordura, el testigo de la alegría, el que transporta el ser de solo mirarlo, el que consigue que el oso que hizo Nanna se ría cuando levanto la vista, el que hace que una mañana se deje llamar mañana, el ser más vivo entre los seres vivos que me rodean y lo rodean, está a mi lado, ya somos tan compinches que sabe absolutamente todo de mi, de lo que queda de mi.
La razón de levantarse con entusiasmo siempre es la misma. Calentar el agua, vaciar el mate, estirarse por primera vez en el día y alcanzar la yerba, allá arriba.
Antes de salir de viaje hay un preparativo meditado matemáticamente, además de elegir, que traer de necesario que no haga de los miserables veinte kilos permitidos, treinta, exceso de equipaje, veinte dolares por kilo.
Un oso de peluche con la bandera Argentina que cosió Nanna, con el 10 en la espalda, más que oso pinta de conejo, viene siempre en el equipaje de mano. En los aeropuertos lo ven tan tierno que nunca lo han revisado por dentro.
A mi me da lo mismo dormir vestido, en cama, sillones, asientos o en el piso, sin rituales neuróticos. Los dientes que deberían ser lavados todos los días suelen esperar un par más, la barba pasa a ser parte de la piel.
Es al elegir el mate, a pocas horas de cerrar la valija y partir, que voy y vengo ensimismado, buscando que la intuición se tome el tiempo necesario.
En el estante largo de medio tronco atornillado a la pared hay más de 20. Alguno supo estar en lo de abuela, otros comprados, otros son regalos o traidos sin pedir, algunos hechos en casa, varios están rajados. Uno dice La Plata, otro Tapalqué, otro Claromecó, otro Buenos Aires, otro Mendoza, otro La Paloma.
Vienen dos kilos de yerba sin palo que pueden durar según el tamaño del mate, descartando la falta de invitados para matear, dos kilos para dos meses alcanzarán solamente si el mate tiene el tamaño adecuado.
Elijo una calabaza pequeña, sobada de tanto matear que estaba en lo de un amigo atrás de las vías, allá en Azul. Creo que hasta fué de su padre. Tiene apenas el comienzo de una rajadura peligrosa.
Será la companía fiel a la mañana temprano, cavilando mientras entra el pulso del amanecer por la ventana que oculta el frío, amanecerá mas temprano día tras día hasta que el sol entre arco iris quede rebotando en el horizonte persiguiendo el norte y la mañana sea mañana solamente por capricho.
Para la tarde entra en la valija, protegido dentro de un zapato de clínica el más pequeño de todos, aún por dentro es encogido, con una corteza gruesa de casi tres milímetros, es diminuto el mezquino. Salteandolo algunos días, la yerba dará para el último mate, el último día antes de volver.
Lo único que puede hacer fracasar el cálculo es que el día de volver sea un día como hoy, en el que los aviones no despegan por el viento y haya que esperar. Esperar por acá se parece a esos viajes en colectivo en el altiplano Boliviano, el tiempo detenido no te toma en cuenta.
Suele venir un termo a cuestas, rojo buzón con una inscripción de fábrica ”un corazón sin fronteras” pero esta vez no hay lugar y se puede romper. Tiene el status envidiable de parecerse a un entrenador, con ese texto de publicidad tan convincente para los que solamente hacemos reverencias a los corazones sin fronteras.
Bién que la fragilidad de las cosas es relativa, en Århus hay una casa de hornero de Mina Clavero. Supo viajar en el baúl de un chevrolet viejo, descangallado, hasta Tapalqué y llegó empaquetada en goma pluma en una valija sin romperse. Está también, arriba del tronco con los mates. A veces cuando llueve oigo el hornero que canta en el jardín queriendo entrar, aunque no haya hornero. Recién ahora me empiezo a enterar por qué lo escucho.
Es común que las cosas que forman el universo sean más auténticas cuando las desfasamos de su rutina cotidiana, a nadie en su sano juicio se le ocurriría proyectar el compañerismo en una calabaza donde hay cantidades y cantidades semejantes o meter una casa de hornero en el dormitorio, cuando el mejor lugar para la casa de hornero pertenece al lugar elegido por el hornero.
Aunque Lugones supo componer un poema inolvidable que terminó en la disciplina de la escuela primaria ”La casita del Hornero…” y Larralde con su milonga ”Mi viejo mate gayeta” hizo de él algo parecido: ”…aquellos negros inviernos cuando la escarcha blanqueaba su cuerpito calentaba mis manos con su calor…” vaya a saber si estaban en su sano jucio, en todo caso no Lugones!
Pero el mundo y sus unidades es caprichoso y nos pone a prueba, la grieta por donde aparece y desaparece la cordura está abierta, solamente hay que esperar el momento adecuado, el objeto adecuado, el lugar adecuado.
Ya instalado, todas las mañanas suena el despertador con bastante tiempo, por lo menos hora y media para escribir o leer y ante todo matear antes de encarar el día. El montón de ropa tirada que debo de ponerme antes de salir está esperando, el overall noruego con una campera encima colgado de la visagra del marco de la puerta es tan grande, que a veces de refilón parece que ha entrado un gigante al departamento y está apoyado ahí, como testigo.
Saboreo cada mate demasiado a las apuradas, ya la manota concentrada leyendo o escribiendo amenaza estrujarlo, ya queda esperando tibio hasta la última línea.
El memorizar información es una forma muy rudimentaria de aprender, el mundo de los idiomas confunde como torre de babel y la interpretación de la realidad es cual I Chin, el libro chino de las mutaciones o el Yo Chin, guía espiritual de los que interpretan los exagramas de las auroras boreales.
Los mates, cuando se decodifican entre si, se funden en una comunicación difícil de explicar con palabras. Saben todo el uno del otro, han presenciado meditaciones solitarias, conversaciones, risas y estados de ánimos abismales. De todo han sido testigo con el apoyo espiritual que se les atribuye. Vieron las mañanas en que jóvenes corrían atras de pañales para los niños mientras se enfriaban en la mesa, olvidados por el ajetreo de padres inexpertos. Vieron las letras dibujarse en el papel de las tarjetas de navidad y cumpleaños, el ritmo de la vieja Olivetti con Ñ y luego el silencio luminoso de la pantalla del ordenador. Siempre el elegido al alcance de la mano y no pocas veces de viaje.
El que acompaña un viaje vuelve con seguridad, no ha pasado que uno se haya despedido para no volver. Las valija que pasea por las cintas de los aeropueros es alcanzada por la mano de siempre y apartada, hecha a un lado, subida al carrito, abierta en la aduana. Han percibido el nerviosismo, el cansancio, la incertidumbre, el mareo de la cinta y la claustrofobia de la valija, pero siempre la mano vaqueana los ha recuperado a tiempo.
El pequeño sabe muy bién a que ha venido. Un poco de segundón, de mate de tarde, por suerte no le ponen azúcar. Salteado cada tanto por leyes de la economía y vada tanto el gesto, el sacudón contra la pierna que lo vacía dejándolo frágilmente liviano, enjuagado como si en ese llenarlo y vaciarlo varias veces se pretendiera darle un escarmiento.
Presentir y comprender que las dimensiones y la comunicación de los mates es algo totalmente extraño a lo que se da por llamarse normal es o estar mal de la cabeza o entrar definitivamente en el mundo de ellos y cómplice no decirle nada a nadie.
El mundo conocido, hecho de sucesivas cantidades, espacios tridimensionales, sonidos en octavas, letras y oraciones con faltas de ortografías, puntos y comas, son formas del orden esquivas al mate, sin embargo atravesar los límites de lo incógnito es su día a día.
Siempre han observado el devenir destinados a recipiente hueco, su forma de alma escondida ha pasado siempre desapercibida, nadie ha logrado destejer la trama que los ocupa y que comparten entre si.
Entorpecidos por el aprendizaje forzoso los bípedos han creado un mundo mucho mas ficticio que el de ellos, la clave de que sea tan extraño es que damos por incuestionable su legitimidad. El código que nos hace tozudamente razonables, es frágil.
El mate más pequeño conserva el oráculo, tamaña susceptibilidad tiene al mundo exterior como espectador y no al revés. Es el mate que ordena que le cuenten, que decide la temperatura del agua, las veces que se lo mira fijo en el paisaje verde casi otoño.
No pocas veces me viene a la memoria el cuento ¨El Aleph¨ de Borges, pero Borges estaba en Buenos Aires, en la casa de Beatriz Viterbo, sin ella, abrumado de amor, atrás del parque Lezama. Yo estoy al norte del Círculo Polar Ártico, entre el hielo y más hielo, manso y traicionero hielo, sólido como una roca o frágil, crujiente, estremecedor.
Del lado que llamamos real estamos atrapados, pequeños tropiezos entorpecen nuestra alegría, dinero que no alcanza, amores que no se corresponden, gente que deja nuestro mundo conocido.
En el mundo de los códigos nos refugiamos en los rudimentarios, rara vez tenemos el presentimiento que hay algo más dentro de esto que el tiempo sucesivo quiere que se superponga entre tu hoy y el mío.
Los seres dejados de lado por inertes son testigos, participan de algo que nos está vedado, no sufren porque no conocen ese mundo tan legítimo de sufrimiento, ni añoran, acaso sueñan, ya que al soñar es lo más cerca que pueden estar de nosotros y arrastrarnos.
Medimos la vida con nuestros instrumentos de medir vida, la barrera con la que tropezamos no nos revela lo otro.
Con la certeza de estar siendo escuchado levanto la voz, son las cinco de la tarde, el tibio sobre la mesa no se inmuta, lo tomo entre las dos manos, le doy de beber, le hablo y bebo de él, sigo conversando sobre todas mis intenciones, hay una revelación en el tocarlo. Ya lo empiezo a llevar a todos lados, lo converso al alba, en el baño, mientras ceno. Se siente la complicidad al adorar a lo único que acompaña, creció por su cuenta, mucho mas al norte de algún lado, muchísimo más al sur de otro lado. Dimensiones ajenas a la manera de ver las cosas que tienen los mates.
Se siente todavía vivo, empiezo a entender el porqué, el sol lo alumbró hasta hacerlo crecer, el agua siempre fué parte de él, el que esté seco y fuerte solamente se debe a que almacenó vida y en ese universo ajeno al nuestro sigue su curso, lejos de lo que nosotros llamamos vida, sedentaria preocupada vida.
Observa mis indecisos pensamientos, mi frágil seguridad de algúnos días al levantarme con desgano, al mirar la inmensidad por la ventana, al volver a calentar el agua para refugiarme en el otro, el mayor de las mañanas.
No hay rastros de seres con ganas de transmitir, del televisor no se puede decir que sea el ser más vivo del lugar, la cercanía de las imágenes, la nitidez de las palabras, el centelleo constante, hacen del aparato el menos creíble de los que se pueden enchufar. La radio es mas cercana, a la heladera y otros seres blancos no se les puede tomar en serio, la computadora conectada a la red nos llena de satisfacción virtual, amigos virtuales, conversaciones virtuales, noticias virtuales, saber virtual, bochinche virtual, nada de todo eso golpeará la puerta.
La mesa y demás muebles, retazos de algo que creció por su cuenta son algo cercanos, acá donde el horizonte nunca vió la sombra de un árbol se merecen alguna caricia, al sentarse, al limpiarlos.
El dueño y señor de la soledad, el rey del lugar, el que protege la cordura, el testigo de la alegría, el que transporta el ser de solo mirarlo, el que consigue que el oso que hizo Nanna se ría cuando levanto la vista, el que hace que una mañana se deje llamar mañana, el ser más vivo entre los seres vivos que me rodean y lo rodean, está a mi lado, ya somos tan compinches que sabe absolutamente todo de mi, de lo que queda de mi.
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