domingo, 19 de julio de 2009

Sardegna isola di Cabrera *** Nano

Acá de nuevo en Sardegna, Palau, Baia Saraceno, 20 años después. En este camping cumplí mis 27. Por ahí anda el viejito sardo Mario barriendo las ramas, el mismo que veinte años atrás me trajo una cama de hierro y me la puso abajo de un árbol donde dormí a la intemperie durante casi tres meses mientras a mar y sol, entre otras cosas, nadaba y aprendía el italiano. Me vió de lejos y se me quedó mirando, me acerqué y le pregunté si tenía buena memoria. Sí, me dijo, vivías allá arriba y me señaló el lugar donde tenía la cama.

Enfrente la isla Magdalena y la isla de Caprera, refugio del héroe de dos mundos. Recuerdo que entonces después de haberla visitado, al volver a Argentina se lo conté a Chin y compartiendo mi entusiasmo se explayó en detalles de su vida.

José, como lo llamaba su compañera Anita a Giuseppe Garibaldi. Le tocó en suerte una vida inigualable de guerras por tierra y por mar. Nacido en Niza, un territorio que entonces pertenecía a unos de los reinados en que se dividía Italia, temprano abrazó la causa de la unificación, una larga vida de por medio, experiencia y caudales oceánicos de audacia, le brindaron el destierro y la victoria, la conquista de Roma y su fuga, la muerte en sus brazos en Ravena de Anita avanzada embarazada, en un desprolijo desembarco por el Adriático, la fuga a pie a su Niza natal por seguna o tercera vez, disfrazado de campesino, el volver, el triunfar y el ser desterrado inumerables veces, como uno de esos dioses del Olimpo hicieron de él un mito popular,. Dicen que en una visita a Londres no sabían como sacárselo de encima, el fervor popular lo volvía políticamente imprevisible. Fué maestro institutriz varado en Alejandría y también maestro (había creo estudiado para maestro) en Montevideo. Se dedicó por un tiempo a la marina mercante, trabajó en una fábrica en Nueva York, fué corsario pirata con la excusa siempre de causas nobles y libertarias, por lo general con una fuerza muy inferior a sus enemigos, revolucionario autodidacta e intuitivo se confundía de bando por puro romanticismo, se habla también de un rudo don Juan buscado por finas y cultivadas condezas, amante entre otras de la verdadera madame Bobary y terminó unificando nada menos que a Italia.

Cuando la toma de Roma seguía a su lado un negro fiel al que había liberado en sus guerras gauchas, de los que se trajo en la embarcación Nueva Italia, venían de Montevideo y eran bastante salvajones, dicen que el negro se defendía con el lazo y la ya entonces vieja Roma, donde lo mataron, nunca había visto algo parecido. Las camisas rojas que se volvieron un símbolo y todo lo rojo que resaltaba de esa banda de forajidos románticos surgieron de un cargamento que interceptaron en el río de La Plata con telas para los mataderos y carnicerías Argentina.

Allá en al sur del Brasil primero y luego en el Paraná y en el río de la Plata había escapado por un pelo de batallas desiguales, prisiones y heridas para cualquier otro mortal. Dicen que el almirante Brown, aquel irlandés que conocimos en la escuela, luego de pasado el conflicto que los enfrentó lo solía visitar en Montevideo y quizá se encontraron en Londres.

Por supuesto en la escuela, de Garibaldi nunca escuché una palabra, como tampoco del Che, quien de la misma manera,casi con la misma improvisación, con algún parecido, aunque jamás tan buen marinero, hoy mucho más conocido y reivindicado, supo escapar del Congo Belga, rodeado de enemigos por un lago en penumbras como n una novela de Conrad, por falta de suerte o de destreza no llegó a viejo como este antecesor de guerra de guerrillas, que en el Brasil de entonces llegó a arrastrar con docientos bueyes dos barcos enormes, por él contruidos, por tierra desde un lago al mar para reiniciar guerras de liberación, despistar y escapar de enemigos y de condenas por robar mujeres u otras pertenencias. Peleó durante seis años contra Rosas y Uruguay le debe parte de la indepencia, luego desembarcó en Niza, perdió batallas en el Piamonte entre romances y escapadas heroicas, tomó Roma fué derrotado por los franceses para luego de varios años de destierro, en los que trabajó como decía en una fábrica de Nueva York, fué marinero raso, capitán en Perú, anduvo por el Oriente, juntó dinero para comprar la media isla de Caprera y luego el destino quiso que desde Sicilia con ”los Mil” que supo juntar, fuera ganando las batallas necesarias hasta la victoria.

Se retiró a su isla, sin dejar de ser alterado por cuanto conflicto y golpes palaciegos acecharan la nueva República, el Resurgimiento nacía, él casi postrado por el reumatismo, bastante terco, pidió que le mandaran una especie de mucama, la única condición que ponía, ya cansado, era que fuese bien fea, la debilidad por las mujeres que no fueran cultas la tenía desde siempre, a mas de una condesa dejó de lado por sirvientas ardientes. Le mandaron una de Milano, petisa y chueca, creo que él allá por los sesenta largos y terminó teniendo otro lote de hijos con ella, quién mejor lo cuidaría en su vejez. Llegó a los 75 años, algo excepcional en aquellos años y luego de semejante vida.

Su casa es quizá la única casa en toda Europa que se parece a una estancia, se inspiró en las contrucciones de la pampa, plantó el pino enorme del centro del patio en 1867 cuando nació Clelia, su sexta hija, quizá por tanto mar, tantas batallas y tanta muerte, tenía ese respeto romántico por la vida. Firmaba modestamente ”Giuseppe Garibaldi, agricultor”.

Los revisionistas podrán objetarle o desestimar esto o aquello, hoy todas las ciudades italianas tiene nombres que refieren a él ”Il Risorigimento”, ”viali dei Mille” ”il Corso” etc. Paseó su atuendo y costumbre gauchezca por Europa y supo decir que ni en el río Grande del Sur ni mas abajo, donde no se podía confiar en nadie, eran tan desunidos los intereses políticos como la Italia que ayudó a nacer. Desgraciadamente algunas de estas características no nos son ajenas siglo y medio después.

Un día ventoso en pleno verano Sardo, de vacaciones fugaces con Nanna, mi hija que duerme en la hamaca, apoyado en una planta con vista a su isla y veinte años después que visité por primera vez su casa, lo vuelvo a recordar no sin cierta envidia, con los retazos que me permite la memoria y la ayuda del Chin.

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