Hay personas que, aún adultas, siguen preguntándose para qué están en este mundo. Para qué y por qué razón. No han descubierto todavía el motivo, y tal vez nunca logren hacerlo.
Soy de las que creen, por la gracia de la fe, que todo tiene su razón de ser en la vida. Que cuando nacemos Dios nos marca nuestro destino. Es como tener la marca en el orillo.
Algunos serán profesionales; otros se dedicarán a las artes; otros a enseñar. Habrá quienes trabajen, estudien, se ganen la vida tallando la madera o realizando artesanías bellísimas. Los que se desarrollen en el campo de las ciencias; los que descubran algún medicamento capaz de curar la más cruel de las enfermedades. Estarán los que se dediquen a salvar vidas; los que sean guardianes de esas vidas. Los carpinteros, los paisajistas, los vendedores de electrodomésticos, los camioneros, los que vuelen al espacio. Los que crean que simplemente no son nada más que amas de casa o jubilados sin sueños.
Los que se dedican a comunicar; al sacerdocio; a ser plomeros, filósofos, pintores, maestras jardineras. Los que trabajan rodeados de todas las tecnologías, y los que están en algún puesto de frontera, solos, custodiando la patria.
Los que nos reciben al nacer y los que se encargan de la tarea pesada y triste de depositarnos en la última morada.
Hay quienes logran realizarse y quienes jamás lo consiguen. Los que han sabido utilizar las herramientas que Dios puso a su disposición para crecer; los que quisieron pero no pudieron y los que prefirieron ignorarlas y optaron por lo más fácil y cómodo.
“Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”.
Todos, absolutamente, tenemos nuestra misión. Quienes tuvimos la dicha de formar una familia y ser padres, ¡maravillosa y abnegada misión!
Los que estudiaron, se recibieron y ejercen su profesión brillantemente y con éxito, pero no tuvieron la suerte de formar su propia familia, son los que sufren más la soledad. Sus seres queridos fueron partiendo y se encuentran perdidos, huérfanos y terriblemente solos. Están en la edad madura y se abocan con ahínco a su trabajo, y duelen tanto las ausencias que demoran más de lo necesario en volver a casa. Quieren retrasar el momento de escuchar los silencios tan familiares y a la vez tan fríos que producen los recuerdos. Tan amados, tan dolorosamente perdidos…
¡Qué cruel es vivir dándose a los demás, sin límites, y tener que estar tan solos cuando todos se han ido! Pero estas personas también tienen la marca en el orillo, su destino trazado, aunque les cueste aceptarlo.
Miss Marple
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