domingo, 11 de octubre de 2009

La nieve lo cubrió todo *** Nano


Sisimiut, Nuuk, Narsaq, un Qivitoq y un Tupilak

La nieve lo cubrió todo, resplandece Sisimiut, la oscuridad no es tan oscura, vuelve a su estado más preciado.

Los niños juegan y festejan, tiran manotazos, no hay viento, los copos caen suaves mientras yo me resbalo por enésima vez camino a algún lado, tengo unas botas lisas que no son para estos trotes. Finalmente podré usar toda la parafernalia de abrigos y calzados enormes que acarreo.

Salí de Tasiilaq con un viento de 17 metros por segundo, el helicóptero simbraba de lo lindo y me tocó ir sentado de costado en un lugar diminuto con la nariz pegada a la ventanilla y una inuit tuerta y gorda sentada casi arriba mío. Miré el mar y las islas como tratando de hacer un plan en la caida, de nada me hubiese servido, el frío me lo hubiese impedido. De Kulusuk el avión de la aerolínea islandesa no partió por el mal tiempo, el nuestro, rumbo a Nuuk, no se amedrentó y salimos entre unos pozos de aire que nos dejaba acariciando las montañas, bastante molesto, por no decir infernal.

En Nuuk me hospedo en el hotel Hans Egede, juega el Inter contra el Barcelona pero no me voy a perder dar una vuelta por la capital por un partido. La gran ”metrópolis” groenlandesa alberga a unas 15000 personas, todo está al alcance de la mano, veo lo más conocido, la casa de la cultura, el buzón más grande del mundo con cartas de Navidad para Papá Noel de todos los lugares imaginables, la escultura de ”La Madre del Mar”, trato de llevarme una impresión rápida de todo. Hay artesanos vendiendo afuera del supermercado, me resultan por supuesto familiares.

Al otro día bien temprano salgo para Sisimiut, no tengo el itinerario del vuelo, bajamos en el ”Pan de Azúcar” Manitsoq y luego de nuevo a la pista enorme de Kangurlusuaq, el aeropuerto internacional, testimonio junto con Nasarsuaq y luego por supuesto Thule, de la presencia de EEUU, los dos primeros de su intervención en la segunda guerra mundial, al rato estamos en Sisimiut.

Ya el lunes me invitan a una fiesta de cumpleaños, 65 años de un cazador, se festeja con un concepto práctico que tienen de festejar, le llaman ”casa abierta”y durante todo el día desde las once de la mañana, con cantidades de comida, tortas, café, vino y cerveza sobre la mesa, desfilan por la casa unas docientas personas. Yo llego después del trabajo y me instalo, en la entrada hay una montaña de zapatos, siempre se sacan al entrar en las casas. Adentro las risas, chicos y viejos, todos vestidos de manera cotidiana, algunos viejos cazadores de mamelucos azules. Me parece como siempre estar en algún lugar de latinoamérica, los viejos cuentan cuentos y yo, aunque no entiendo nada, lloro de risa contagiosa. Me dan el teléfono de uno que pasó por la fiesta y según ellos es de Argentina o de por ahí.

Cuando llego a casa llamo y resulta ser un colombiano de Buenaventura, allá por Cali en la costa pacífica, no me lo puedo imaginar, yo sé que en Buenaventura son todos bien negros. El domingo me invita a cenar, hace 20 años que vive acá, me dice en broma que por eso se había ido, que era demasiado blanco, tiene el pasaporte colombiano vencido desde hace años y ha perdido contacto con el mundo.

Me confirmaron que a los diez días me iría para Narsaq, previo paso de nuevo por Nuuk. Al segundo lunes en Sisimiut, temprano a la mañana, Karl el dentista me pregunta si lo acompaño a llevar dos cazadores por los fiordos entre las montañas en su lancha, que el mar no está para andar solo. Salvando las diferencias, recuerdo las salidas imprevistas de mi infancia, cazando y abriendo tranqueras Dejo todo lo que estoy haciendo, cancelo los que tienen que venir a la tarde y salimos al medio día. El día anterior ha habido un viento sur en toda la costa que todavía mantiene vivo el mar, negro y bravísimo, llovizna, a los planchazos por las olas entramos en los fiordos mas calmos y nos internamos hacia el hielo continental. A las dos horas tiramos ancla allá, en la nada blanca, bajamos el bote de goma, cargamos todo lo que los cazadores llevan, y ya en la costa trepamos unas cuesta resbaloza, yo voy con el rifle y una caja grande que no se para qué es. Una pareja de unos sesenta años gastados y contentos de vida dura se queda entre la nieve, el sábado siguiente Karl los pasará a recoger, arman una carpa entre la llovizna y el frío, las camperas y las bolsas de dormir medias húmedas, sin colchones o algo parecido, solamente el rifle y lo necesario para hacerse de comer allá arriba. En esa intemperie, en esa soledad inabarcable, se quedan contentos con la esperanza de cazar cuanto puedan en un trabajo arduo en trajines, subir montañas nevadas, bajar con algun reno o moscus enormes de a mitades a la espalda, sostenidos por una vincha en la frente, dormir un poco y seguir la búsqueda.

Envidia, ganas de quedarme, olvidarse por completo del resto del mundo por unos días. Por supuesto ni se me ocurre sacarles irrespetuosamente fotos.

El miércoles a Nuuk y al otro día rumbo al sur, es principio de mes, algo importante entre gente que no logra cuidarse y se gastan los sueldos en una semana, a la noche en Nuuk me voy de bares, me encuentro a un viejito, Onkel Tom, de setenta y seis años, me cuenta de su historia y no deja de decirme que ha andado por Europa de mecánico, que en el año 68´ había visto jugar a un Pelé de solo 17 años en Suecia, que él era jugador de fodbold, nos entusiasmamos y reimos entre las cervezas hasta que se va a bailar, me dice que tiene hijos, pero que se conserva joven porque nunca se casó!, no es la primera vez que escucho el argumento, para muestra sobra con el tío Esteban. Me invita un último trago, me nombra a Evita y le regalo un llavero que llevo de Argentina.

Al otro día ocurre algo imprevisto, el avión hacia Narsarsuaq se retrasa, amaga con no salir pero se deciden y salimos, mientras volamos allá arriba ya cerca de destino, el capitán nos dice que la niebla le impide aterrizar y da la vuelta, el sol del sur me da en la cara por un rato y todo continúa, muchos inuitas están contentos, yo de alguna manera festejo, el volver significa de nuevo al lujoso hotel, cena, desayuno y almuerzo a cuenta de la companía aérea! Me tomo un día mas de vacaciones sabiendo que el viernes, si salimos, llegaré tarde a Narsaq y recién empezaré a trabajar el lunes. Es curioso ver a todos los que venían en el avión alojados en el hotel, canal de televisión por cable entre otras cosas, hacen compras, acarrean cervezas a las habitaciones y algunos ya se bambolean por los pasillos como en un barco, vacaciones pagas para todos por mal tiempo!

Vuelvo a salir para no perderme nada, entro a un bar donde dos músicos tocan de todo tipo de música, resultan ser búlgaros, hay fiesta a lo grande, entre cervezas, música, baile, marineros canadienses, daneses agroenlandesados, inuitas grones jóvenes y viejos, modernos y de otros tiempos. Al final ya con las luces encendidas charlando uno de los músicos me promete que si vuelvo el viernes, me dedicarán las de los Gipsy Kings.

A la mañana durante el desayuno hablo con un chico de Kulusuk, de la costa este al lado de Tasilaq, en Narsaq hay una rama de la secundaria y como en Aasiaat hay jóvenes del resto de Groenlandia, contento vuelve a festejar cuando le digo que por ahí tampoco salimos el viernes, yo llamé a Narsaq a la clínica para avisar mi retraso y me dijeron que todavía hay una niebla espesa.

Siento por primera vez después de tantos años algo similar al ir a bordo del Eugenio C, esta vez pegado a tierra o a los saltos por el aire.

Pero todo tiene su fin y salimos hacia Narsarsuaq. En la sala de espera del aeropuerto de Narsarsuaq funcionaba un hospital americano para los soldados heridos durante la guerra, había docientas cincuenta camas, todo lo habían construido rápido, en los edificios de los alrededores, vacíos y otros destruidos, llegaron a vivir cinco mil americanos vinculados a la segunda guerra. En frente, del otro lado del fiordo la aldea ”Qassiarsuk” o como se llamó originariamente cuando Erik el Rojo eligió el lugar para quedarse ”Brattahlid”, a solo ocho km está el hielo continental.

Desde allí a Narsaq en un helicóptero ruso, Narsaq está ubicada abajo escondida en la punta de la península, entre islas y fiordos que dan a la punta del sur de Groenlandia, también bastante cerca del hielo. Respiro el clima mas templado, está a unos 750 al sur de Sisimiut, hay algún que otro arbolito y de noche dando una vuelta en la penumbra se que hay ovejas y quizá algún caballo, no los veo, pero los huelo. Fué justamente por acá que Erik el Rojo y sus descendientes se propagaron durante cuatrocientos años.

El chofer de la ambulancia me deja en una casita diminuta en una cuesta, me da la llave, entro y hace bastante frío, hay un calefón diesel que tintinea pero no arranca, me rasco la cabeza, es viernes a la noche, no conozco absolutamente a nadie, no sé de quién es la casa, lo desarmo como puedo y me paso mas de dos horas con la campera puesta buscando la falla para no andar con tanto frío todo el fin de semana, finalmente logro hacerlo andar y al rato la casa está acogedora, contento salgo, la noche está cerrada, le pregunto a un chico por la calle oscura donde hay un bar. Me hago una idea de donde vivo para no extraviarme entre el desparramo del caserío oscuro y entro al bar Arctic donde una banda suena ese rock grone que tanto me gusta, entre la alegría y los alaridos atemporales de los inuitas en trance.

Amanece un día límpido de otoño, miro mas detenido las cosas de la casa, hay tres libros como si los hubiera elejido, uno en italiano de Gunter Grass, uno de una sarda llamada Maria Giacobbe que hace poco tuve en mis manos y uno que me propongo leer de Carsen Jensen, un danés como dicen ”del palo”, la historia transcurre en parte en Groenlandia, se llama ”El Ultimo Viaje”. Hay un ambiente italiano en la cocina y todo es nuevo, nueva la heladera, el sofá, el lavarropas y un par de alfombras persas. El libro de la escritora sarda está dedicado a una tal Fatuma en italiano. La vista desde las ventanas es idílica, el mar a cien metros, témpanos, fiordos y al fondo el hielo continental, al costado la montaña rojiza de otoño.

Mientras estoy juntando piedras para la onda afuera de la casa listo para salir llega un grone, me pregunta si puede entrar, no se lo que quiere pero le abro la puerta y se mete al baño a descargar sus cervezas, me dice que al que vivía anteriormente en la casa le había prometido un Tupilak y otras cosas hechas con dientes de morsa. Saca del bolsillo envuelto en papel cuatro piezas prolijas, no quiero gastar demasiado, de antemano le digo que yo también suelo hacer artesanías, que no se ilusione, pero igual negociamos, me dice que tiene tres hijos y yo se que lo que quiere es entre otras cosas comprar más cerveza, no es mi intención ni está en mi ser moralista.

Le pregunto por la dueña de la casa, me dice que es de por ahí, no de Groenlandia y que trabaja curando, por el nombre no se si es de medio oriente o de algún otro lugar de Africa, si habla italiano y es tan morocha como el artesano dice puede ser de Somalia o Eritea. Para salir a la montaña me señala una subida entre dos picos, que pase por ahí y que luego le meta por la derecha, que el pasto mojado o congelado puede estar resbalozo.

Un Tupilak es algo serio, antes de dármelo le da un beso al cuerpo de mujer con hoja, le digo que se tirar muy bien con la onda, me contesta que mientras no le tire a él todo bien y se ríe. Es que los tupilak se hacían antiguamente para regalárselos o hacérselos llegar al enemigo, en una pelea algo psicológica o de decididos atentados, el que lo hacía arriesgaba a que el otro fuese más fuerte y la desgracia se le volviera encima, no era un juego, la muerte de uno de los dos o el destierro por verguenza era por lo general la consecuencia. El destierro elegido es parte también del profundo lado espiritual, se llaman Qivitoq y son seres que seguramente han muerto en la soledad del hielo, porque eligieron buscar ”algo más” en algún trance desequilibrado, porque se perdieron en algún temporal o muchos porque se fueron de vergüenza, al no encontrarse nunca sus cuerpos se habla de los Qivitoq como personas que vagan por la montaña eternamente, se les teme, incluso hay que cuidarse de que en las lejanías del hielo no te metan un tiro por constatar cuan real es uno, siempre es bueno saludar de lejos cuando se divisa un cazador, un Qivitoq les mete escalofríos y no es raro que los hayan visto.

Tengo la desventaja de no ser superticioso, dejo el Tupilaq decorando la casa y salgo.

Me cuesta entrar en calor y las subidas me piden descanso, sigo y sigo hasta la ladera norte oscura y congelada, un jabón donde nunca da el sol, miro la inmensidad y me pregunto si Erik el Rojo sería daltónico, el sería seguramente pelirrojo, los demás lo apodaron así, pero si hay algo que Groenlandia és y se ve desde cualquier montaña aunque no haya nevado, ella es Blanca! Ahí cerca la masa del hielo continental se pierde en el firmamento.

Narsaq quiere decir ”llanura”, desde allá arriba veo algo, llanura para los acostumbrados a las rocas y sus laberintos de fiordos, no para alguien acostumbrado a que la llanura es tan grande como el mar! Sigo y doy con el fiordo que va a dar a Itilleq, al lado ”Gardar”, las ruinas del mayor asentamiento que hubo de los nórdicos, algo así como la capital de aldeas que conformaban el famoso asentamiento del Este, el del Oeste quedaba por Nuuk, este fue, luego de resignar encontrar sobrevivientes por la costa este, confirmado como el asentamiento del este, algo mas arriba y más escondida, la antigua Brattahlid, el fiordo a mis pies se llama Fiordo de Erik, la especie de península montañosa y rocosa por la que camino, subo y bajo, se llama ”Tierra de Erik el Rojo”.

Todo aquello sucedió del año 982 hasta el 1500 más o menos, cuando se pierden sus rastros. Leif, su hijo, volviendo de Noruega, donde fué bautizado y convertido al cristianismo, se salió de curso y fué a parar a América, salvó a unos tripulantes de un naufragio y fué apodado Leif el afortunado, luego volvio a la casa de sus padres, traia un cura a bordo, convirtió a su madre pero no logró convencer al Rojo, en toda la zona hay ruinas de pequeñas iglesias. En Gardar había establos con lugar para 100 vacas, se descubrió que los animales pudieron ser alimentados por el alto contenído energético del poco pasto que crece por acá, de lo contrario no cerraban las cuentas, mantener tantas vacas y ovejas terminaba siendo una condena más que una salvación. Y quizá de todas manera lo fueron, habiendo perdido el contacto con Europa, especialmetne con Noruega, empezó seguramente a escasear lo necesario, el clima se volvió en aquellos años aún mas frío, los inuitas bajaron y merodeaban hambrientos, desconocían la propiedad privada, más móviles, más libres, más baqueanos en el frío.

Por si a alguien le interesa soñar o a alguno le despierta pesadillas, comento que aún hoy todo el territorio de Groenlandia es de todos, Kallalit Nunat se llama, en inuit quiere decir ”Tierra de los hombres”, las casas no tienen patios privados y se habla de la constitución mas moderna del mundo.

Coincidamos que el 12 de octubre es una farsa, como tantas otras, como los títulos de nobleza o de propiedad de grandes extensiones, hoy se conmemora el inicio del despojo.

La geología ubica además a Groenlandia como parte del continente americano.

Allá arriba algo empieza a salir mal, entre el cansancio y el atardecer pienso en el tupilak, rodeo una montaña buscando bajar, toda la belleza se tranforma en una trampa, se que voy jugado, desconozco el lugar y supongo en mi intuición de criado en la pampa llana e infinita que por allá atrás, en esas distancias inmensas, podré largarme por la ladera y aparecer por Narsaq del lado de glaciar. Para mi desconsuelo se muestra un lago de montaña, una catarata y unos laberintos rocosos imposibles de arriesgar, siento algo parecido al miedo mezclado con adrenalina, no desespero, recobro algo de fuerzas y vuelvo a costear por arriba la misma inmensa montaña y en la bajada empinada, por donde decido largarme y ganar tiempo, no distingo que ha nacido una grieta profunda que se tranforma en saltos y arroyo, imposible de acercarse, el paso por el que entré me queda del otro lado, el sol acaricia las montañas, deduzco que me queda poco tiempo de luz. Si la grieta y el arroyo me lo impiden quedo de ese lado y no tengo mas fuerzas ni abrigo ni comida para volver a subir y rodearlo todo de nuevo, unas cinco horas mas a las ocho que llevo caminando, sin luz y con una temperatura que de noche amenaza a bajar a -15. Qué imprudente! Un Qivitoq tan del sur…

Me viene la imagen de la casita, la calefacción prendida, un pollo en la heladera, una botella de tinto Las Moras malbec que me esperan, como a la hora y pico descubro un pasaje en una especie de compuerta natural, entre las rocas salto y ya del otro lado veo las luces de Narsaq.

Como decía no suelo ser superticioso, igual pienso, con las piernas hechas un trapo y la mente demasiado clara de cansancio, si me cruzo de noche con el creador del Tupilak se llevará el susto, el silbido de un ondazo silencioso.

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