La pava de Medina
El hotel andaba de mal en peor.
Muchos decían que el viejo se había fundido, cosa que aparentemente, podría haber sido verdad.
Fundido o no, el hotel todavía iba dando manotazos de ahogado, en un pueblo, que igual que este negocio, no iba para atrás ni para adelante.
Con el desalojo de los campos y chacras, la retirada del tren provincial que pasaba por Velloso, muchos tapalqueneros se fueron en busca de nuevos horizontes ya que, aquí, no tenían futuro.
En ese tiempo llegó Medina. Era viajante de medicina veterinaria y llegó acompañado por otro colega al que yo bauticé “Codelín”, porque se parecía a un perro ratonero que me había atropellado un auto.
Medina y “Codelín” habitaban invariablemente la pieza número nueve, aunque ellos eran cuerdos, sanos y equilibrados, porque esa era la pieza de los locos. Aunque no lo crean en ella siempre se alojaba alguien con los tornillos flojos.
Con el tiempo se hicieron como de la familia. Tal es así que Medina ya sabía qué materias nos llevábamos a examen y nosotros conocíamos cuántos nietos tenía, cómo era su casa y lo que le gustaba cocinar a su señora.
Medina era petiso, pelado y gordito. Pero era un hombre picarón y pronto en el pueblo se comentaban sus romances, hasta que una dama entrada en años, todavía vistosa, lo enredó en sus polleras.
No obstante eso, fiel como perro ovejero, regresaba los fines de semana a su hogar llevando algún recuerdo de Tapalqué: huevos frescos de campo, pollos pelados, una o dos liebres, una docena de perdices, en fin, productos de la región muy valorados en la ciudad.
Se acercaba el fin de ese año.
Por qué al pobre Medina le dio por hacer confidencias, no lo sé.
Mientras acomodaba su autito, preparaba sus valijas cometió el error de hablar de la pavita engordada a maíz que se llevaba para la noche de Año Nuevo.
Entonces comentó que necesitaba una bolsa de lienzo blanca para colocar en ella el animal faenado, así no se abombaba en el trayecto. Mi padre la buscó, se la alcanzó y Medina guardó celosamente en el baúl del coche la pavita que su mujer, ignorando sus infidelidades, recibiría complacida. Antes de partir, la llamó por teléfono y le indicó que comprara nueces y ciruelas para el relleno, sugiriéndole no omitir este encargo, pues él iba con la pavita cebada con maíz que le había regalado un chacarero.
Mientras él hablaba, el conocido sinvergüenza, fue a la pieza número dieciocho y encontró una pava colorada, cachada y tiznada que usábamos en la vieja cocina de leña, ya en desuso. La envolvió dándole forma, y la metió en la bolsa de lienzo guardando en la heladera la pava de Medina.
Este ignorando todo, subió al autito, nos deseó Felices Fiestas y llegó a su pueblo al atardecer.
Su señora había olvidado comprar los elementos para el relleno. Por eso es que salieron presurosos y se aguantaron la cola del supermercado.
Cuando estaba por poner el relleno, la esposa tomó la bolsa de lienzo y encontró la pava colorada con un cartel de letras despatarradas que decía: “Yo soy una pava, pero vos sos más pavo porque hablaste”.
La mujer estalló en sonoras carcajadas, no sé qué palabrotas habrá dicho Medina. Muy enojado no estaría porque regresó.
De no haber sido así, nunca hubiéramos conocido el final de esta historia.
BEBA LAPASTA( de Cuentos del Plaza Hotel, edición inédita)
2 comentarios:
BUENÍSIMO BEBA, aprovechando la pava de Medina, jaja... quiero saludar y desear MUY FELIZ DIA DEL PADRE!! a todos los papás de Tapalqué, a los que están allí, y a los que como yo estamos fuera , que pasen un día hermoso en cía. de sus flias.-
GRACIAS QUELA! Y GRACIAS POR EL MAIL QUE ME MANDASTE. TE DESEO QUE PASES UN HERMOSO DÍA CON TU FAMILIA.
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