Es 5 de octubre, el avión no se atrasa y despega por la pista pareja a la par del fiordo. Dejo Sisimiut rumbo a Ilulissat, Groenlandia, al norte del círculo polar ártico. Pueblos algo más chico que Tapalqué. Costeamos el hielo continental rumbo más al norte, allá abajo los témpanos, manchas blancas en el mar. Desde el avión, reduciendo altura, saco fotos y me pone eufórico lo nuevo.
Tengo presente que este día, sacando cuentas rápidas, sin calendarios, paso la edad a la que llegó mi padre.
Un día a principios del invierno del 72’, ni siquiera se si habían pasado las doce de la noche, supongo que si, y se duerme para siempre sentado en una mesa de juego del Club Social.
En el mismo momento está saliendo del club el doctor Ascencio, lo llaman y constata que ya no tenía vida. Quienes estaban esa noche? no lo se con seguridad, no se si iba perdiendo o ganando, se que estaba Bernardo Hondarré y que era el día del cumpleaños de Feliciano Capdevila, quién quería cambiarle el destino a esa muerte joven y cercana, entregando la suya, vivida y gastada.
En los dos o tres cursos que me ha tocado aprender y rememorizar primeros auxilios, como tantas otras veces me acordé de esa noche, algún día iría a preguntarle al doctor Ascencio si se acordaba, si realmente llegó demasiado tarde, si intentó algo.
Ahora que me entero que él tampoco está, no me queda mas que el respeto. A los vivos se les puede increpar algo sin razón, con nuestro terco dolor, a los que se han ido los echamos de menos.
Desde este 5 de octubre, camino, pienso, río, lloro, corro, vuelo o nado con la sensación de que todos los instantes que me quedan son regalados, me siento joven, el tiempo es una farsa.
Miro la congelada inmensidad donde se ha detenido imantado el destino de los hielos. Raro estar tan lejos, son la once de la mañana aquí y allá.
Si hubiese sido un marinero audaz me echaría a la mar evitando los témpanos y navegaría siguiendo el meridiano hasta rumbear para mi sur.
El destino ha querido que llegue cerca de donde la brújula se desorienta, el oso "Nanoq" reina, las ballenas juegan y los inuitas con sus trineos desafían los días.
Sin mucho esfuerzo me veo sentado en un banco de la plaza, entre mediados y finales de los 70’, sueño con irme, intento justificarme escapando.
El pueblo manso en calma no dirá adiós, porque nadie se va desde donde creció. El cuerpo con la propia cara en la foto del pasaporte puede atravesar los continentes, el ser, con un solo recuerdo vuelve a descansar el alma en el mismo banco, de frente a la calle que atraviesa todo el pueblo, entre una ruta y una vía, con su arroyo, sus puentes, su compuerta, sus curvas, manantiales y armónica corriente . Símbolos detenidos, metáforas del movimiento o como dicen los chicos en la web: "un pueblo de primera…porque si ponés segunda se termina…"
Ahí, donde se tejían muchos de mis sueños ya vividos, ausentes esfumados y los aún por perseguir.
Ya en Ilulissat, tarareando "Dorotea la cautiva" entro como en trance, hace más de quince grados bajo cero, empiezo a parecerme a un cautivo, me tienta la lejanía, el olor al charqui de los inuitas, el olor a pescado seco, foca, ballena y perro.
En las ciudades de todos los continentes, por las autopistas de la civilización digitalizada, pasan los destinos a toda velocidad. Haciéndole una treta al tiempo doy un paso al costado, en esta isla enorme y helada encuentro en lo simple lo profundo.
Hay algo de los "ranqueles campamentos" en este confín del mundo, aún sin sus totoras, sin sus bicharracos, sin mi pueblo con plaza y con palmeras.
Hielo, puro hielo y mas hielo, una pampa inmensa de hielo que te atrapa y te transporta a tu propio pasado.
Añoro sin arrepentirme.
Tapalqué me alejé,
nunca me he ido.
Feliz año nuevo para todos
Norsminde, 31 de diciembre 2007
martes, 1 de enero de 2008
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