En las largas y frías noches de invierno, se reunía la familia en torno al fuego y a la lumbre. Como no existía la televisión había que encontrar algún entretenimiento para después de cenar. Eramos ocho hermanos -como el anís- Los mayores se dedicaban a distintas tareas: los varones salían, mientras las mujeres leían, escuchaban radio o hacían alguna labor.
Los que todavía íbamos a la escuela primaria nos dedicábamos a una actividad distinta cada noche. Leer, jugar a las damas o a las cartas, recitar o ya más grandes internarnos en largas disquisiciones sobre el mundo, el tiempo, el universo, la política, conversaciones que a menudo quedaban incompletas por falta de conocimientos, lo que nos impulsaba a sumergirnos en los libros con mayor pasión para ver si le encontrábamos respuesta a los múltiples interrogantes
Muchas veces estas reuniones se interrumpían con la llegada de algún cantor -casi siempre de la familia- que después de la consabida serenata pasaban a integrar la reunión. Recuerdo haber escuchado cantar a Marcelo, Pirucho y Silvano Sierra:¨Era rubia y sus ojos celestes¨ o ¨Gaucha como una tonada / linda como un par de espuelas... ¨ o a Sabiniano cantar: ¨Tus ojos han quedado grabados en los mios...¨ mientras a mí me vencía el sueño en brazos de mamá, acunada por los ritmos musicales.
La noche que decidíamos dedicarnos a la recitación recorríamos una larga lista de poetas. El Dr. Pablo Minellono nos había regalado un libro que se llamaba ¨El Declamador¨ cuyas poesías nos conocíamos de memoria. Los versos de Bécquer, Amado Nervo, José Martí, Manuel Acuña, entre otros, no eran un secreto para nosotros.
Las noches más atractivas era cuando nos dedicábamos a los autores argentinos. Eran poesías largas y con mucho argumento. El Chin con su memoria prodigiosa, la emprendía con la más dificil: ¨En la negra tiniebla se destaca / como un brazo extendido hacía el vacío / para imponer silencio a sus rumores / un peñasco sombrío. // Todo es silencio en torno/ hasta las nubes van pasando calladas / como ropas de espectro que dispersan / las ráfagas heladas...¨ (¨Nido de cóndores¨ de Olegario V. Andrade). Juanita solía recitar: ¨Rompe la mar / ronco son / hace del mar la resaca / y en la sombra se destaca / del gran Felipe, el torreón...¨ (¨El negro Falucho¨ de Rafael Obligado). A mi me gustaba: ¨Era la tarde y la hora / en que el sol la cresta dora / de los Andes. EL Desierto / inconmensurable abierto / y misterioso a sus pies...¨ (¨La cautiva¨ de Esteban Echeverría)¨.
Cuando llegaba la noche de los mitos y leyendas. Chin solía recitar ¨La luz mala¨ de Arsenio Cavilla Sinclair: ¨-Paráte ¿no me ves? que diantres pasa que pareces ñandú por las cuerpiadas? / -Es que sabe tata...ayí atrás de la casa... / yo vide la luz mala... ¨ A Juanita le gustaba el ¨Santos Vega¨ de Rafael Obligado) ¨Cuando la tarde se inclina sollozando el Occidente / corre una sombra doliente / sobre la pampa argentina...¨ . Y a mí ¨El Pombero¨. ¨En los estíos de enero / aparece en la región...¨ Nos lo había enseñado la señorita Jorgelina Jorge, en cuarto grado, con ademanes y actitudes expresivas. Mi exhuberante imaginación y mi amor por los pájaros imaginaba a este extraño personaje vagando en los montes, seguido por calandrias y zorzales
Pasaron los años. Cuando fui maestra se lo quise enseñar a mis alumnos, pero una o dos estrofas se habían escapacado de mi memoria. En una oportunidad le pregunté a Jorgelina por si lo recordaba o lo conservaba en alguna carpeta, pero no lo conseguí. Varias veces lo busqué en Internet pero si bien aparecía la leyenda, en ningún lugar estaba la poesía. En estos días se me ocurrió otro método de búsqueda y allí apareció. No figura el autor, pero lo mismo lo transcribo: El Pombero:
¨En los estíos de Enero / aparece en la región / el misterioso Pombero / con dilatado sombrero / y una caña por bastón. // Cuando va por los caminos / o por los montes en flor / los pájaros correntinos / lo saludan con sus trinos / como dueño y protector. // Al niño que rompe un nido / se lo lleva al corazón / de un monte negro y tupido. / Dicen que nadie ha podido / escapar de la prisión. // Sé de un niño que en la siesta / de su rancho se escapó / lágrimas causó la fiesta / el Pombero a su floresta / para siempre lo llevó.
Se lo ofrezco a los que están y a los que se han ido, especialmente a los que tantas veces me vieron masticar la bronca porque la memoria no respondía al conjuro. G. S. F.
jueves, 31 de enero de 2008
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