viernes, 12 de diciembre de 2008

Son aquellas pequeñas cosas…

Tenía cinco años, cuando papá la compró, cumpliendo con la promesa de hacerle a mamá el regalo que más había anhelado durante toda su joven vida.

Según sus posibilidades, había hecho algunos intentos: una ruinosa máquina de coser marca “Gladiador”, que no hacía honor a su nombre, ya que era dura, ruidosa …y no se podía obtener una puntada sin que cortara el hilo.

Por eso, cuando él apareció trayendo el objeto tan querido, nuestra casa se llenó de colores, cortinas, vestidos, disfraces y lo que a mamá con su frondosa imaginación, se le ocurría.

Los años pasaron llevándose todo a su paso.

Milagrosamente, “la Bel Air” se salvó.

Y como yo fui la única de las mujeres que aprendió a usarla, retornó a la casa mía, en los momentos más difíciles de mi vida.

Ella fue mesa y biblioteca cuando no estaba prestando su servicio.

Con su suave traqueteo retornan los recuerdos que hablan de tardes de enero, de siestas en la plaza, de mate amargo con cascaritas de naranjas, de las visitas de la abuela Gregoria y sus perfumadas chalinas, de las manos ásperas de la tía Lucía tratando de refrescar mi frente afiebrada, de las tortas inconfundibles que preparaba la tía Marta…

En estos momentos, termino de coser un disfraz para una de mis nietas, que quizás, algún día,

reviva en su corazón estas pequeñas cosas, que, tal como cantaba el abuelo Pablo Fittipaldi Marino, “son chicas para el mundo, pero grandes para mi”.

BEBA LAPASTA

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