Es algo tarde, desde la computadora me meto a la sala del cine, elijo la hilera y el asiento.
Meto distraidamente servilletas de papel en los bolsillos, espero un cuarto de hora y salgo.
A trecientos metros de casa entro solo al cine, me ubico y me dejo llevar por lugares de vegetación frondosa, en tiempos exageradamente hermosos.
Salgo, en la campera las servilletas sin usar demuestran mi indiferencia. Iba preparado a recordar con un nudo en la garganta y tímidamente moquear en la intimidad del cine, retrosediendo en el tiempo, buscando la frescura adolescente en la que leiamos en voz alta ”El amor en los tiempos del Cólera” tirados en una playa del Brasil.
La película me distrajo sin conmoverme, recordé nitidamente algunos pasajes del libro. Del nombre de sus protagonistas nunca me he olvidado.
Al llegar a casa después de caminar cavilando por el barrio encuentro un mail de un amigo, me comenta la muerte del viejo Syms con la letra de una vieja canción de los Redondos supuestamente camuflada para él.
Vuelvo a ese pasado que fuí buscando al cine. Recuerdo la primera vez que nos sentamos a preparar una nota en El Porteño, al I Chin lo tiraba irrespetuosamente cualquiera y salía un exagrama chiquito abajo en la tapa. Él ya por entonces llamado viejo yo con apenas 21 años. De mandíbula empinada, con voz ginebrera y sensibilidad pasajera, de gente que ha andado por la corniza de los sentimientos toda la vida.
Recuerdo que coincidimos en una pensión de la calle Montevideo y Cangallo, vivíamos allá en el último piso, el con su compañera, una guapa ex grupi que había salido con Charly, al que el viejo odiaba en ataques de adolescente celoso. Recuerdo una de esas noches arltlescas en que me faltaba una moneda para la ficha del teléfono, necesitaba hacer un llamado que me salve del abismo. El viejo me estira la moneda en las escaleras y me desea suerte en la búsqueda de la Maga, la inolvidable de Rayuela buscada por Olivera por todo París. Recuerdo al otro día convidarle facturas a la mañana, testigo de que la llamada había sido fructífera, que mi Maga, con la que habíamos leido aquel libro despreocupados tirados en la arena, todavía era mi salvavidas en los peores momentos.
Luego vinieron las visitas a una pocilga en la avenida Corrientes y alguna noche de nuevo durmiendo en la 5ta., detenidos por sospechosos de madrugadas exaltadas. Siguió con lucidéz ginebrera provocando desde Cerdos y Peces (título sacado del I chin) y monólogos con la banda de los Redondos de fondo, en el teatrito Bambalinas de San Telmo. El último recuerdo que tengo de él es contando una conversación que había tenido unos días de diciembre del 87 con Luca, antes de su muerte. Según él, nunca se sabe, Luca sostenía que el Indio le había hecho una peligrosa macumba!, la ginebra hacía estragos en el viejo y el pelado. Me enteré que en los 90’ fué a molestar bastante al Chile rígido y conservador, desde donde seguramente volvió estropeado, escapando, con deudas y mal de amores.
No hace mucho le dejé varios ejemplares de Cerdos y Peces a un amigo que las vueltas de la vida ha estacionado cerca, lo conozco de Sardegna y era quien entonces manejaba las luces del teatro Bambalinas, desde hace varios años anclado en Copenhaguen. Ahora iluminador y como buen argento, no pocas veces anónimo escenógrafo y tira libreto del respetado teatro Betty Nansen.
Los tiempos han seguido vertiginosos, busqué en los diarios pero no había ningún artículo sobre su muerte, el insignificante borrachín bufón que jugaba a ser Bukowski por Baires no fué noticia.
Rescato esa facilidad ácida que tenía para el relato, el regalar o perder manuscritos memorables con la misma liviandad que traicionaba las noches. Despojos morales y laxivos lo hacían prohibido para el paqueterío y muchos argumentarán que nunca fué de ley. Pero quién lo es?
Los Redondos deberían unirse una vez mas en su homenaje, contarles a los chicos que el viejo Syms saltó siempre al pogo menos con dios que con el diablo y les inspiró mas de una frase de sus inolvidables letras.
domingo, 4 de mayo de 2008
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