miércoles, 26 de mayo de 2010

ECOS DEL BICENTENARIO


Hoy por la tarde, en la escuela Nº 1 Nicolás jurado, donde acuden mis nietas, celebraron este acontecimiento.
Agustina, la menor de ellas, debía actuar de vendedora de pasteles, caracterizada como una esclava de piel negra.
En los días previos, mi hija y yo, nos empeñamos en confeccionar su vestimenta, sus accesorios y cuidadosamente elegimos cada uno de los detalles.
Finalmente, cuando la vi en el escenario, temblorosa, con su voz un poco ronca de temor, pero feliz de estar allí, pude entender lo que significa para un niño lo poco o mucho que pueda representar, si entre el público, se encuentra su familia o parte de ella, en algunos casos.
Entonces se repitieron en mi mente aquellas imágenes lejanas de mi niñez, en esta misma escuela...
Corria el año 1958, mis compañeros de 1º grado y yo debíamos bailar un candombe y cantar una canción.
Mi madre cosió mi vestido rojo de lunares blancos, mi delantal con una ancha puntilla, y ató a mi cabeza el pequeño turbante de idénticos colores.
Entonces, la señora Blanca González, comenzó a embadurnarnos el rostro con un menjunje que había preparado don Luis Arias, en la farmacia de Gundel.
Nos pintó la boca de color rojo encendido y cuando comenzamos a vernos entre nosotros, que jamás en la vida habíamos visto una persona de color negro, primero nos sorprendimos y luego un par de nuestros artistas comenzó a llorar, tanto, que tuvieron que demorar nuestra actuación hasta que por las voces, nos dimos cuenta que éramos nosotros mismos.
Yo, debía sacar un mate con bombilla del interior de una pequeña pava de aluminio, mientras cantaba.
Pero sucedió que el mate era un poco grande y se quedó trabado dentro de ella.
En la primera fila, vi a mi madre, secándose las lágrimas, no de la emoción, precisamente, sino de la risa pura y espontánea que le brotaba cuando algo le provocaba reír.
Al verla, reí yo también, mostrando una hilera de blancos dientes.
Cuando la fiesta terminó, nuestros padres no podían desprender la vaselina que se nos había adherido a la piel y pasaron varios días hasta que retornamos a la normalidad.
Felizmente, yo pude quitar del rostro de mi nieta todo vestigio de maquillaje (corcho quemado a la antigua: recurso usado por docentes en todas las fiestas de la patria, que además de ser económico, es fácil de sacar).
Agustina fue protagonista, casi sin darse cuenta, de un acontecimiento trascendental para la historia de su escuela.
BEBA LAPASTA

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