lunes, 24 de mayo de 2010

Recuerdos de la Escuela Primaria - III parte-


En esta parte de los recuerdos, les contaré algunas anécdotas para dar una idea de la Escuela de ese tiempo. Como mi hermana Juanita me extrañaba, le pidió permiso a la maestra de primer grado, la señorita Margarita Sambuñaque, para llevarme a clase. Dio la casualidad que, en ese momento, estaban escasos de matrícula, por eso me aceptaron. Mis hermanos que habían sido alumnos de la señorita Margarita, la querían muchísimo, por lo que para allá me fui confiada, con dos años menos que el resto del alumnado, chiquita de estatura y malcriada. (en una familia de ocho hermanos, el menor siempre tiene sus privilegios).
Llegamos, nos ubicamos por nuestra cuenta y ese pasó a ser mi banco, ¡mi banco! Con gran sorpresa, al día siguiente , sin respetar mi propiedad nos pasaron un banco más adelante. Con los años llegué a comprender que seguramente yo no me veía tan atrás y que el banco no era mío sino de la escuela, pero para mí que me despojaran de algo que yo ya consideraba de mi propiedad, no se asemejaba para nada a las costumbres de mi casa. Por supuesto que al volver del recreo me lancé a recuperar mi lugar, pero el chico como de 12 años y tres o cuatro veces más alto que yo, fue con el cuento y la maestra me mandó al lugar que ella me había asignado. Ahí me dí cuenta que en la escuela se aplicaban otros códigos y el dicho de un tango: "no hay que ser batidor", ahí no corría . Con los años lo vi a aquel compañero de primer grado. Era policía, medía más de 1,90 e imponía respeto. Siempre me he reído de mi inconsciencia

Hay otro episodio de primer grado que conservo en mi memoria. Habíamos copiado un ejercicio del pizarrón y cuando nos devolvieron el cuaderno corregido, todos teníamos la preposición en, agregada con tinta roja. Se la había olvidado la señorita, al escribir en el pizarrón. Todos aceptaron la corrección, a pesar de mis esfuerzos para lograr que me acompañaran a protestar (¡primer grado!). Cuando la señorita Margarita Sambuñaque vio que yo quería sublevar "a las masas" me reprendió severamente. Así y todo a fin de año me tomaron un examen y me promovieron al grado siguiente, no se si porque ya no me aguantaban más o porque en dos o tres meses había aprendido lo que se enseñaba en un año. La verdad es que ¡me tomaron examen a los seis años! y lo dí bien.

En segundo grado teníamos a la señorita Filomena del Rosario Guma que era prima de Mamá, iba todos los domingos a casa a tomar mate y toda la familia la quería mucho. En mi ingenuidad pensaba que esta maestra iba a ser más condescendiente. Me equivocaba, cuando una alumna se fue a quejar, me dejaron después de hora. A mí no me parecía tan grave decirle a una chica mucho más grande que yo: "¡Adiós, hormiguita viajera!" pero al parecer ese, ¡era un delito gravísimo! Cuando me liberaron, corrimos con Juanita las catorce cuadras que había de la escuela hasta nuestra casa. Cuando llegamos, después de un gran esfuerzo, a la hora de todos los días, allí estaba Filucha entre conversación, risas, mate y tortas fritas. Por supuesto que ya le había contado a Mamá que me habían dejado después de hora, por lo que después de la penitencia de la Escuela, venía el reto de los mayores. Pero siempre guardé por Filucha un cariño entrañable

Recuerdo en una oportunidad, en pleno invierno, en épocas en que la helada de un día se juntaba con la del día siguiente, nos dejaron después de hora porque habíamos llegado tarde, cinco minutos a lo sumo. Y nos dijeron: "después va a venir la directora". Nos imaginábamos la reprimenda que nos iba a dar, porque era reconocida por su severidad. Yo argumentaba que no era lo mismo llegar tarde cuando uno vivía a dos cuadras de la escuela que cuando se venía desde largas distancias, como era el caso de Anita Capdevila que venía desde la chacra y allí estaba con nosotros. En eso se abre la puerta y un suspiro de alivio recorrió el grupo. Quien venía a nuestro encuentro era la señorita Blanca Tavella, a quien todos conocíamos por su bondad. Uno a uno nos fue hablando y cuando llegó a nosotros nos dijo: "A Uds. que les voy a decir, si vienen de tan lejos, pero lo mismo hay que levantarse más temprano". Ese me pareció un acto de justicia que admiré toda mi vida.

Dado que había ingresado con menos edad que el resto del grupo y que me había salteado la época de los palotes, mi desarrollo psicomotriz era bastante deficiente. En los grados superiores se trabajaba con tinta, por lo que cuando borraba hacía desastres. La maestra me ponía con letra grande y tinta roja : "el deber no lleva agujeros" o si había una línea media chueca : "esta línea se hace con regla . ¡Como me reía con estas ocurrencias de la maestra!

Las penitencias se repitieron en los grados sucesivos. Todas las veces que por falta de cumplimiento, rebeldía o distintas travesuras me dejaban después de hora, yo me guardaba la galleta que nos repartían en el recreo. Pasaba delante de las maestras diciendo en tono fuerte y medio burlón "¡por si la penitencia es muy larga!" Reconozco que he sido ¡insoportable! Juanita con un grupo de compañeros, me esperaban a la salida, charlábamos y nos reíamos un rato y después a correr para recuperar el tiempo perdido y llegar a horario a casa.

Podría seguir con una lista interminable de hechos similares, pero estos pocos muestran como moldeaban nuestra personalidad y a medida que avanzaban con nuestra educación, nosotros podíamos participar de los acontecimientos más importantes porque sabíamos desenvolvernos en público. Lo que ya dije en otras notas: nos formaban para la vida.
También, podría haber elegido otras historias, ¡tengo tantas!, pero no he querido que el recuerdo fuese meláncolico, almibarado y/o falto de credibilidad. Quería demostrar que no hay controversia entre la exigencia y el reconocimiento y que lo que uno es en la vida, depende, en gran medida, del hogar y de los maestros de la escuela primaria.
GSF

* Próxima nota: Fotos de maestros de otras escuelas

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