miércoles, 3 de marzo de 2010

AQUELLOS LEJANOS DÍAS DE MI ADOLESCENCIA


Recuerdo que los viernes tenían para mi un encanto especial. Cuando nos daban la salida del colegio de las hermanas azules en donde cursé dos años de magisterio, apuraba mis pasos para llegar a una librería que todavía existe en Azul : la librería Biblos, entonces, con el dinero que había ahorrado ( destinado a comprar galletitas) me encaminaba hacia un estante en donde encontré y pude comprar un ejemplar de “Cielo de tierra”, de Francisco Luis Bernárdez.

Dos de ellos quedaron casi grabados en mi memoria: “Estar enamorado” y este que encontré en una biblioteca virtual y después de tantos años, he vuelto a leer.

Y les regalo el cielo de mi casa, después de la lluvia en este atardecer de marzo que me invita a recordar.

BEBA LAPASTA

ORACIÓN POR EL ALMA DE UN NIÑO MONTAÑÉS

Perdónalo, Señor, era inocente

como la santidad de la campana,

como la travesura de la fuente,

como la timidez de la mañana.

Fue pobrecito como su estameña,

como un arroyo de su serranía,

como su sombra que, de tan pequeña,

casi tampoco le pertenecía.

Fue honrado porque supo la enseñanza

del honrado camino pordiosero

que, cuando pisa tierra de labranza,

deja de ser camino y es sendero.

Fue su alegría tan consoladora

que si tocaba su flautín minúsculo,

convertía el crepúsculo en aurora

para engañar la pena del crepúsculo.

De aquella vida el último latido

despertó la campana, una mañana,

como si el corazón de la campana

fuera su corazón reflorecido.

El silencio del mundo era tremendo

y ni el mismo silencio comprendía

si era porque su espíritu nacía

o porque el día estaba amaneciendo.

Murió con su mirada de reproche

como si presintiera su mirada

que debía quedarse con la noche

para dejarnos toda la alborada.

Murió con la mirada enrojecida,

temblando como un pájaro cobarde,

como la despedida de la tarde

o la tarde de alguna despedida.

(Heredero de toda su ternura

el Ángelus labriego, desde entonces,

es su rebaño trémulo de bronces,

que nostálgico sube en su procura.)

Se conformó porque adivinaría

lo que a los inocentes se promete:

un ataúd chiquito de juguete

y un crucifijo de juguetería.

Como el agua obediente se conforma

a la imperfecta realidad del vaso,

así su espíritu tomó la forma

del ánfora encendida del ocaso.

Esa conformidad es la consigna

que hasta la sepultura lo acompaña,

pues quien quería toda la montaña

con un puñado suyo se resigna.

Perdónalo, Señor, desde la tierra

ya convivía en amistad contigo,

porque el cielo cercano es un amigo

para los habitantes de la sierra.

Señor: concédele tu amor sin tasa,

y si no quieres concederle otros,

concédele este cielo de mi casa

para que mire siempre por nosotros.

FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ

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