Narsaq, el frío afuera, la ventana que da al mar, sus diferentes témpanos, de fondo el resplandor del hielo continental.
En el horno una pata de cordero de la zona, carneado por sus propias manos y de noche papas y sobre la mesa, dos botellas de vino sin abrir.
Gastón Perez Suárez destapa una botella, pone música y busca una copa. Nada mas acogedor que ese frío ahí afuera, la copa, la música y la pata de cordero en el horno.
Mira la inmensidad, el caserío, se pregunta si éste será el lugar para el refugio definitivo que anda buscando, si esa paz le brindará paz, si esa lejanía le permitirá sentirse mas cerca de todos y de nadie.
La casa estaba abierta, entró hace más de un mes y se siente cómodo en ella.
Los vaivenes lo arrastraron, como una corriente marina lleva restos de un naufragio, como de costumbre jamás le dijo que no a lo imprevisto, ni se tentó en maniar su suerte a lugar fijo, a elegir. Solamente se dejó llevar, nacido sin brújula, desorientado, desoccidentado, desnortizado, solo a veces encuentra en sueños su sur. Sin la voluntad para ponerle límites al propio ser, a la libertad que da una identidad que constata un pasaporte, una cara, unas huellas digitales.
Las ideas van y vienen, ya se siente cansado de no ser ni hacer nada, ya recobra el entusiasmo, sube la música y mira la copa, como si la companía del vino, de la música y el olor al cordero fueran mas que suficiente.
Atrás quedan ciudades y gentíos, atrás los sueños que nunca alcanzó, las ideas que se oxidaron ante el paso del tiempo, atrás los destellos de genialidad, la despreocupación de joven librado a su suerte. Como el suspiro de un dios que sopla para marchitar, así siente que se le vino encima ese mañana, entonces quedaba todo lejos, las distancias entusiasmaban, lo incierto era un desafío. Con ese temple de guerrero sin rivales, escurridizo, salteó ileso las décadas mas riesgosas de su vida, se salvo de catástofres naturales y cuchilladas nocturnas, de amores sedentarios y fortunas carcelarias.
El trago agiliza las ideas que se hilvanan solas, la música las guía, se entusiasma lleno de nostalgia, vuelve a llenar la copa y a brindar con los témpanos.
Cena como de costumbre medio apurado, más que saborear ese cordero exquisito y ajeno, se mata el hambre y lo empuja a puro vino. A cada copa y a cada canción le sigue esa alegría nostalgiosa tirando mas bien para tristeza.
Deja el plan de lado, no piensa abrigarse, hacerle frente al frío y terminar en el bar. Abre la otra botella y al rato duerme tirado en el sofá con la música entre sueños.
GPS es de los que duermen despreocupados en cualquier ocasión y lugar, las dos botellas vacías ayudan al ronroneo, entre la penumbra de la casa y de su mente ve a alguien caminar dentro de la habitación, grita como llamando y sigue durmiendo.
Al rato golpean la puerta, un inuit tan borracho como él, entra y empieza a sacar cosas de sus bolsillos. Gastón Pérez Suárez, si bien algo confuso reconoce cada una de ellas, va al baño y se refresca, mea, trata de pensar.
El inuit simpático está sentado en la mesa, le pide perdón, repite con descaro y algo de bronca que él dormía de lo más tranquilo.
-Mientras revolvía la casa, vos dormías tan despreocupado! dice el inuit.
GPS amaga a enojarse poco convincente y le termina invitando un trago en el bar-
-Dos! Le dice el otro irrespetuoso.
Se abriga y busca su billetera, comprueba que también la tiene el visitante, antes de salir ve que falta el resto del cordero, mira la cara lustrosa del ladrón.
-Estaba muy bueno! Y se ríe tan desfachatado.
Camino a la puerta ve asomar por un bolsillo su preciado tupilác*, se lo saca como un carterista, siente como al alargar la mano el tupilac resbala hacia sus dedos.
Lo mira a los ojos, el inuit sabe de que se trata, por algo volvió. Agacha la cabeza y le vuelve a pedir perdón varias veces, esa manera que tienen de pedir perdón los inocentes.
Salen ya medio hermanos, en el bar se pierden entre el propio griterío, el humo y las cervezas.
Gastón Pérez Suárez
* Tupilaks (tradicionalmente se cree que tiene poderes mágicos) Se obtienen por cortado en los dientes de cachalote, colmillos de morsa o de otro diente de ballena. Pero es difícil y costoso obtener estos materiales, por lo tanto, se realiza por talla en cuernos de reno.
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