miércoles, 10 de marzo de 2010

Códigos, y Recuerdos (para el Negro y Fierro)



Quien ha leído un par de páginas de Borges se remitirá a esa especie de orden descifrado por dioses, azares, idiomas, destinos. Por esa incógnita que acecha ante nuestros propios actos, por la sombra infinita, como él decía, que este acto arbitrario o aquel desencadena. Por ej. si en vez de escribir voy y hago mate escribiré otra cosa o si escribo lo mismo lo escribiré después, si suena el tlf habré escrito menos que si no me ponía a hacer mate etc, etc.
Esta historia no es una historia, más bien casi nada hubiese sido posible por su cuenta si algo de ésto no fuese cierto.

Feliciano se levantó temprano como todas las mañanas, había salido la noche anterior refunfuñando de la casa de enfrente después de perder a la conga una vez más. Siempre era así, todas las tardecitas ante las hermanas de toda la vida, mientras la menor silbaba bajito, casi un entonado suspiro de algún vals o tango, la mayor, con su rodete coqueto y su picardía de soltera, le relojeaba las cartas, él les presentaba las quejas y se iba.
Tenía en su haber miles de recuerdos, de aquellos a campo abierto, de principios del último siglo del milenio, había ayudado entre otras changas a levantar las vías del ferrocarril, donde alguna vez perdió el reloj que luego de mucho tiempo encontró intacto, su cadena todavía colgaba elegante y su peso daba vida a su chaleco, había invertido muy bien sus ahorros y seguía aún con su escardar lana y sus cortes y costuras de colchones que se amoldaban a las camas más diversas del pueblo. Hoy la escardadora que tanto meneaba está de testigo en el museo.
Era la mañana de su cumpleaños, recuerdo haberlo visto triste sentado en la cama que hacía de sofá en la sala de coser de su sobrina. Acaso uno de los días mas triste de su vida.
A propósito del museo y la rústica máquina, entonces en esa esquina funcionaba una de las dos grandes tiendas del pueblo, y en ésta, muy en secreto, se valían para campear la inflación de narcómano que padeció siempre esa nación, del hermético código "murciélago". No sé ya si fué que lo descubrí con la ayuda de alguien. Supongo que si, de lo contrario, en todo caso desde entonces, no he dado muchas más muestras de inteligencia.

Seguramente lo que cuento no tenga nada de nuevo, muchos saben el por qué de la tristeza de Feliciano en el dia de su aniversario, de las palabras que decía esa mañana maldiciendo su propio día, queriendo entregar su vejez en trueque, con el invierno al acecho, el día del funeral infinito que recorrió y pararalizó parte del pueblo, con una cola de autos majestuosa e interminable.
Quizá algunos también se acuerden del código "murciélago".
Pasaron los años, en un departamento de Belgrano con vista al río, supo estar la guitarra que rompiera Luca Prodan, la conseguí a través de los chicos de Hurlingam, la arreglé y la cuidé sin cuidarla, estaba por lo general sobre dos colchones de dos plazas modernos de gomaespuma que hacían de cama. Atrás había quedado Feliciano el colchonero, su cumpleaños, el funeral que miré como de afuera y el código de la tienda Abascal. Un día de octubre del ´87 fui a ver a Sumo, creo que fué a Obras, el pelado descarado que supo captar el aliento de cada joven argentino de entonces, se despachó con esa canción, aquella que decía "yo estoy al derecho dado vuelta estás vos" que trata de los murciélagos, agonizaba el gobierno de Alfonsín y el dólar estaba a AG australes.

Hoy me encuentro en Aabenraa, mirando las naves del puerto, como colgado mirando hacia abajo, como mirando el ayer y el sur, es el día MOMCRMUM.
Me pregunto qué código tendrá la máquina de escardar en el lugar donde colgaban pantalones de corderoy, qué código el antiguo coche fúnebre, qué código, si es que fue a parar a algún museo, la guitarra de Luca?
Aquel día, el del cumpleaños de Feliciano, fué el MOMLAR. No hay ni un acto, ni un lugar, ni un estado de ánimo, que no tenga que ver con aquéllo.


Cariños
Nano


2 comentarios:

quela dijo...

Hermoso relato, y todo lo referido al pasado, me trae recuerdos, desde la casa Abascal, a la que iba como si fuera mi casa...a la escardadora de lana igual a la de mi tío andrés Menchaca que se ganó la vida por muchos años escardando lana para todos los colchones de nuestra flia. y de cuantas personas lo llamaban a su casa donde iba solícito y atento, a tejer historias con la dueña de casa , mientras escardaba y luego armaba un hermoso y nuevo colchón para esas noches de sabañones...

Tapalqueneros dijo...

¡Qué hermoso recuerdo, emocionante y conmovedor! Cuando busqué una imagen de la máquina para ilustrar el relato, me impactó encontrar una, donde se puede observar el mismo piso de la casa de Tío Felix. ¿Qué me cuentan?