Qué suerte he tenido de vivir y crecer en este pueblo que cada día me regala imágenes, aromas y sonidos diferentes.
Un grupo de personas y yo, lo vimos llegar por la avenida 25 de Mayo, justo frente a la plaza.
Una postal salida de otros tiempos: un criollo viejo como de noventa y tantos años, montado en su caballo, con un perro de tiro y el otro…enancado.
Como un llamado misterioso, el hombre bajó de su caballo y con movimientos pausados, ató a los animales al tronco de un acacio.
Nos acercamos y una de nosotras le preguntó, casi con timidez:¿nos deja que le saquemos una foto, abuelo?
Nos respondió al toque:-¡pero cómo no, saquen nomás!
Rogaba que mi nokia 5200 no se empacara y emitiera ese zumbido tan conocido del rechazo, pero no, logré tomar dos fotografías.
Al volver a mirarlas, se me vinieron como en un tropel todos los recuerdos, la imagen de fondo no me devolvió el espacio vacío, volví a ver las cortinas metálicas, las paredes amarillas, la vidriera, el zaguán, la ventana de la pieza 7…
Las cosas no pasan por casualidad.
Ahora que lo pienso bien, creo que el anciano, extrañando ese vaso de vino de la media mañana, ató su caballo en el invisible palenque para arrimarse al mostrador del bar del inolvidable Plaza Hotel para apurarlo de un trago, así nomás, como se apura la vida.
BEBA LAPASTA
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